Este viernes en la mañana, en medio del entierro de dos de las tres víctimas del alud que cayó hace tres días en Abriaquí, un municipio escondido en el occidente de Antioquia, varias personas comentaban que definitivamente cuando la muerte viene por uno no hay quien la pueda burlar.
Medio pueblo se volcó hacia la iglesia para darle su último adiós a Jhon Fernando Ramírez y su hija Dayan Sofía, de 12 años, pues el jueves en la tarde ya habían sido las exequias de María Alejandra Cardona (10 años), la hijastra de este hombre que rondaría entre los 32 y los 35 años.
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Los tres fueron víctimas del derrumbe de tierra que se produjo hacia las ocho de la noche del martes pasado en la vereda Potreros 1, en el área rural de Abriaquí.
La historia de la muerte de estos tres integrantes de una misma familia está marcada de paradojas. Para empezar, la zona donde sucedieron los hechos no fue la más afectada de la localidad cuando el firmamento pareció desfondarse en un aguacero monumental, pues hoy día hay más damnificados en Santa Teresa, un sector en el que 30 familias están sin medios de subsistencia porque sus entables para el procesamiento de oro de aluvión se los llevó la creciente de una quebrada.
También hay circunstancias increíbles que hacen pensar en que definitivamente esa parecía la hora de quienes murieron. Resulta que María Alejandra ni siquiera vivía en el sitio, sino que residía con su papá y su hermana mayor, Dana, en la casa de sus abuelos, en el centro poblado de Potreros, y como sus padres son separados, aquella noche había ido a visitar a su mamá, Leidy Salas, quien era la pareja de Jhon Fernando.
Además, de manera curiosa, la casa de los Ramírez Cardona, ubicada a bordo de carretera, en la vía que llega a Potreros 1 desde el casco urbano de Abriaquí, quedó prácticamente intacta, solo con algunas afectaciones en el techo y a lado y lado se ven la huellas de las dos masas de tierra que milagrosamente no la afectaron de forma considerable. Según cuentan los vecinos esto se explica porque el primer derrumbe alcanzó a tumbar la pared que daba justo al lado de la cama donde dormía la pareja y cuando lo sintieron saltaron para ponerse a salvo.
La idea era resguardarse en una casa vecina que quedaba más arriba y por eso Fernando metió a tientas algo de ropa en una mochila –no había luz– y tomó a las niñas de las manos para huir por el otro costado. Ya las había sacado a la carretera y él estaba a medio salir cogiendo a su pareja con la mano contraria cuando el otro derrumbe los arropó a los tres.
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“Ella quedó cogida de la mano de él pero la tierra la arrastró hasta la base del derrumbe, con el cuerpo atrapado hasta la mitad, y desaparecieron ante sus ojos”, relató Darly Montoya, una de las familiares de Leidy Salas.
También coincidencial fue la llamada de Dana, la hija mayor, y que ella le pudiera contestar porque llevaba el teléfono celular encima. Así pudo avisar de lo que estaba pasando y se activaron las alertas en el pueblo a través del grupo de Whatsapp de la alcaldía.
El alcalde, Daniel Alberto Salas, cuenta que aunque la vereda queda a solo 3 kilómetros de la zona urbana y el recorrido suele hacerse en 15 minutos, aquella noche los bomberos y otro personal de apoyo de la administración municipal sacaron a las víctimas, ya fallecidas, apenas hacia la 1:45 a.m. porque habían sucedido varios derrumbes en la misma vía y demoraron muchísimo tiempo en llegar porque ni siquiera se podía pasar caminando.
“Primero estaba Fernando, le seguía María Alejandra y después Dayan, todos junticos, así como habían salido a la carretera quedaron”, añadió Darly Montoya.
A Fernando poco lo conocían en Abriaquí debido a que era del Valle del Cauca y llegó dos años atrás con su hija, para convivir con Leidy Salas. En cambio María Alejandra sí era bastante popular, primero como integrante de una familia de arraigo por varias generaciones en ese municipio y además la veían cuando iba de la mano de su mamá, la cual trabaja en un restaurante ubicado en el parque de Abriaquí.
María Alejandra cursaba su quinto año de primaria en la sede rural de la institución educativa La Milagrosa, en tanto que Dayán estaba en sexto grado en las instalaciones urbanas de ese mismo colegio.
Y una paradoja final: a Fernando le habían advertido que por estos días el agua estaba saliendo muy chocolatada, que no era normal y él como que no lo tomó en serio porque se sonrío. Por allí no había ningún historial de derrumbes, pero para los vecinos que se lo dijeron era el indicio evidente de que había un taponamiento en la parte superior de la montaña, el mismo que habría causado la tragedia.
Entre miércoles y jueves personal del Dagran (Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Desastres de Antioquia) evaluó la situación en Abriaquí y, de acuerdo con el alcalde Salas, una de las conclusiones del peritaje es que va a ser muy difícil recuperar la vía que va del pueblo a Potreros. También fue necesaria la evacuación de cinco viviendas.
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En el sector de Santa Teresa otra avalancha produjo una creciente de la quebrada que pasa por allí, la cual bajó con tanta furia que destruyó a su paso 30 molinos artesanales usados por los mineros ancestrales para beneficiar el oro que sacan de la fuente hídrica.
“Probablemente esta es la única parte del país donde todavía se ven estos molinos. Con estos mineros la administración hace un trabajo muy bonito porque ellos no utilizan ningún químico, ya son formalizados y están en proceso de organización”, apuntó el mandatario local.
Solo quedó un molino en pie, de manera está en entredicho la forma de sustento de las familias mineras que perdieron sus entables de producción.