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Agua, naturaleza y aventura en la Perla Verde del Oriente antioqueño

San Luis es un municipio a tres horas de Medellín rico en quebradas y ríos. Ofrece turismo de aventura, con actividades como torrentismo y rafting.

  • El cañón del Río Claro es otro de los atractivos de San Luis FOTOS julio césar herrera
    El cañón del Río Claro es otro de los atractivos de San Luis FOTOS julio césar herrera
  • Agua, naturaleza y aventura en la Perla Verde del Oriente antioqueño
08 de diciembre de 2022
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A 132 kilómetros hay una perla verde, bañada por agua, que espera por turistas deseosos de aventura y desconexión. Siguiendo la ruta que lleva a Bogotá, pero deteniendo el carro tres horas y 15 minutos después de salir de Medellín, está San Luis.

La cascada La Cuba da la bienvenida, majestuosa, con novatos que se sacuden de sus miedos para practicar torrentismo. Es el principio de un viaje que, con la cantidad de agua que por allí corre, podría no tener fin: el pueblo es una “mina”, repleta de ríos y quebradas.

Disfrutar de los atractivos de este lugar implica separar bien la agenda y, con tranquilidad, pegarse la rodadita. De los afanes solo queda cansancio y este dicho de los abuelos sí que aplica para este destino del Oriente de Antioquia: hay “mil y una” opciones de esparcimiento y planes para desconectarse del frenesí cotidiano, pero cada uno requiere tiempo, buen clima y, en la mayoría de los casos, arrojo. Así lo disponen las cascadas con pendientes retadoras como la furia de los ríos.

El itinerario podría estar compuesto por un día de rivering, como le dicen en San Luis, para abandonar la zona urbana del pueblo y, a los 15 minutos, internarse en un recorrido de un día por las riberas del río Dormilón. El recorrido, que debe comenzar temprano, ojalá previo a las 10:00 de la mañana, comprende caminata, más de un chapuzón, almuerzo —fiambre envuelto en hoja de bijao si se encarga antes de salir— y una cerveza, por qué no, cuando termina el día, en uno de los estaderos a pie de río.

Para disfrutar del plan, dice uno de los guías que conoce al río como a su sombra, hay que portar ropa cómoda y confiar, plenamente, en la capacidad de las manos y pies para aferrarse o saltar piedras. Es que así lo obliga el recorrido: la carretera, río arriba, es el agua, con sus piedras, arena y árboles que forman arcos de vez en cuando. Nadar, con chaleco a punto y ojalá acompañado, es el segundo momento: hay más de un deslizadero natural, cuevas formadas por piedras amorfas y puntos con la altura suficiente que poco han de envidiar un trampolín.

El cuerpo, cuando termina el día, podría sentirse cansado, pero el color, la ruta y los paisajes valen toda la pena. O si en el plan no se quiere caminar porque se busca mayor adrenalina, también hay opciones: practicar torrentismo, en cascadas como La Cuba, o rafting, en gigantes como el río Samaná. Si el plan comprende exploración, está el corregimiento de El Prodigio, zona que atesora un petroglifo, complejo de figuras talladas en piedra por indígenas hace 400 años.

***

Al borde de las aguas que corren, que comprenden ríos, quebradas, cascadas y hasta nacimientos, proliferan los estaderos que ofrecen al visitante desde chicharrón con frijoles, la tradicional bandeja paisa, hasta cachamas ahumadas con patacones y arroz con coco, como si estuviera de visita en plena costa. Y si es de noche, también hay ofertas: pegarse la pasadita por los restaurantes del parque principal, en la zona urbana, es una buena opción.

En algunos, en ocasiones, tienen lugar noches culturales, de cantos y danzas, con músicas y letras latinoamericanas, escritas en zonas de Bolivia o Perú e interpretadas a partir de instrumentos tradicionales. Trajes brillantes, parejas de baile, y hasta corridos tradicionales se pueden ver y escuchar mientras se disfruta de una buena cena en terrazas con panorámica a parte del pueblo.

Ahora bien, la oferta es de aventura y estas escapadas culturales podrían ser eso: escapadas nocturnas. En la mañana, cuando despunta el Sol, hay que priorizar los planes porque las opciones son variadas. Una de ellas es la infaltable visita a La Planta, una posa de 17 metros de profundidad que muchos visitan para demostrar sus habilidades en el nado, “meter los pies en la orillita porque qué miedo”, o descender los 650 escalones que separan a ese paraíso de la zona urbana.

Y si por alguna razón atraca el cansancio y ya no se quiere solo agua, el recorrido por El Prodigio es imperdible. Aunque la visita implica mínimo dos días, para no estar con afanes y apreciar las exuberancias naturales y humanas que allí tienen lugar, el plan es quizá el más recomendado: “No es posible venir a San Luis”, dice Arnulfo Berrío, “sin haber visitado El Prodigio”. Es, en últimas, como pagar una deuda a medias.

Péguese la rodadita a la Perla Verde del Oriente

Allí, hay cavernas y cuevas de todo tipo, con piedras colgantes que emulan cocodrilos y cabezas de tortugas. Se les conoce como estalactitas y son posibles, además de la habitación de ancestros que allí hubo, gracias a que la zona está asentada sobre un cinturón kárstico. Y si el itinerario no convence y se prefiere algo más convencional, está la ruta de la panela en bicicleta.

El punto de llegada es la vereda Sopetrán, donde puede conocerse desde cero el proceso de producción de panela. La fotografía es más antioqueña que la mazamorra, dicen en la zona: las mulas llegan cargadas de caña al trapiche, allí las descargan, luego esa caña va a los exprimidores, sirve de leña para el fuego, y entre tanto avanza la producción de panela, a cargo de los integrantes de la Asociación de Paneleros Juan Urbano Zapata.

El sabor, según una de las trabajadoras, es 100% natural. Y en su producción participan víctimas del conflicto armado, flagelo que azotó hace décadas a este municipio. Pese al esplendor por el turismo, los sancochos de olla y el aumento de los turistas y la calidad de vida, allí no olvidan que la guerra estuvo a punto de exiliarlos por completo de esa perla verde, bañada por agua, que se ha convertido en una “mina”.

*Por invitación de Fontur

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