Qué importa que tuviera la cabeza repleta de piojos, cientos caminando debajo de su peluca de grandes bucles y empolvada. Que en su vida apenas hubiera ajustado tres baños –eso se rumoraba– todos por estricta recomendación del médico. O que su olor era tan fuerte que lo rociaban con perfume y sus súbditos le escondían bolsitas rellenas con hierbas aromáticas en la ropa interior y aun así apestaba. Qué importa.
Por aquellos días, siglo XVII, Francia, nadie se hubiera atrevido a insinuar que Luis XIV, el mismísimo Rey Sol, era cochino. A toda costa evitaba sumergirse en la bañera. Los poros abiertos podrían hacer que su majestad contrajera la peste o cualquier otra enfermedad, le advertían los galenos.
Eso sí, se cambiaba de sombrero, camisa blanca y zapatos tres veces al día, como cuenta la periodista canadiense Katherine Ashenburg en su libro The Dirt on Clean (La parte sucia de la limpieza).
Cada mañana se frotaba el rostro con un algodón empapado en alcohol y las extremidades con etanol. Incluso, cargaba una pequeña mano de marfil con un mango largo que deslizaba debajo de su peluca para rascarse el cuero cabelludo con la gracia y el disimulo propios del dueño del Palacio de Versalles, el mismísimo representante de Dios sobre la tierra, como se autoproclamó. Una divinidad humana con una higiene muy terrenal.
Locos por el jabón
Desde entonces bastante agua ha corrido, literalmente. Habría que esperar hasta el siglo XIX –y algunas epidemias– para que se popularizara el hábito de lavarse regularmente con agua. Hoy no solo hay acueductos que facilitan el ritual de limpieza diario sino toda una industria que mueve miles de millones de dólares al año y le ha declarado la guerra al mal olor corporal. Colombia, por no ir lejos, movió US$3.422 millones en este rubro en 2018, de acuerdo con la consultora Euromonitor Internacional. Es el cuarto mercado de Latinoamérica después de Brasil, México y Argentina.
Podría decirse que vivimos en la era dorada de la higiene. La revista The New Yorker la describió, en su edición de septiembre, como “la época de las tendencias de bienestar impulsadas por las redes sociales, en la que todos practican el autocuidado competitivo y la bañera se ha convertido en otro escenario de teatro, la representación de un estilo de vida”.
Jabón antibacterial, gel de baño, exfoliante, champú, crema humectante, desodorante, talco para los pies... es tanta la oferta en las góndolas de los supermercados como la imaginación de los publicistas y los avances de los dermatólogos.
“La ducha diaria hoy se trata más de hábitos y normas sociales que de salud (...). Muchos de nuestros hábitos de limpieza están influenciados por el marketing. ¿Alguna vez notó que las instrucciones en las botellas de champú dicen “aplique, enjuague, repita”? No hay una razón convincente para lavarse el cabello dos veces con cada ducha, pero se vende más producto si todos siguen las instrucciones”, reflexiona el médico Robert H. Shmerling en el blog de la publicación Harvard Health, de esta prestigiosa universidad.
Entre los más limpios
Pregúntese, ¿cuándo fue la última vez que se duchó? Lo más seguro es que responda hace menos de 24 horas, si es colombiano.
Según una encuesta de 2014, también de Euromonitor, solo los mexicanos superan a los colombianos en pulcritud: el 75,3 % de los manitos se ducha a diario frente al 71,4 % de los colombianos que reportan hacerlo con tanta frecuencia. Un honroso –o no tanto– segundo puesto que también ocupan los españoles, entre los 16 países consultados.
Euromonitor volvió a hacer una encuesta global sobre el tema en 2017. Esta vez preguntó por el número de duchas a la semana. Halló que con hasta 12 duchas en promedio los brasileños son indestronables en el número de veces que asean su cuerpo.
En segundo lugar, otra vez aparecen los colombianos, que reportaron 10 baños semanales por persona. Muy cerca les sigue México, con ocho, y en el extremo del sondeo aparecen los chinos, quienes, admitieron, solo se lavan una vez cada dos días.
¿Hay razones para escandalizarse porque los chinos se bañan tan poco? o ¿acaso son más saludables los hábitos de aseo de los colombianos? Cada vez más expertos coinciden en que ducharse con demasiada frecuencia, con tanto jabón, no es saludable ni necesario.
La ciencia del baño
La piel es el órgano más grande del cuerpo, en un adulto promedio mide 2 metros cuadrados y pesa alrededor de 5 kilogramos. También es el hogar de billones de microorganismos que protegen a su portador de infecciones.
El manto ácido, la delgada capa protectora de su superficie, es clave en esta misión. Su pH, ligeramente ácido (en torno a 5,5), evita que gérmenes, bacterias, virus y ácaros indeseables anden a sus anchas por la piel. Por eso es tan importante no alterarlo.
Al ducharse, sin embargo, las personas intentan quitar la suciedad, el exceso de grasa y las bacterias malolientes, pero a veces terminan retirando esa capa de piel muerta que los protege (naturalmente se recambia cada 28 días). También eliminan las grasas y los lípidos responsables de la hidratación.
Y si usan un jabón antibacterial, terminan por alterar la distribución natural de bacterias buenas en la piel, que son el 99 % de ellas, y fomentan la aparición de organismos más resistentes y nocivos. Efectos poco deseados tras las buenas intenciones de un baño.
Una ducha diaria no compromete el manto lipídico, aclara el dermatólogo Jonathan Argüello. El problema no está tanto en el exceso de agua como en el uso del jabón inadecuado, que termina disolviendo la envoltura natural de defensa del cuerpo.
“La frecuencia del baño depende de la actividad física de cada quien, la edad y las condiciones climáticas. No es lo mismo en una ciudad fría y seca, que en una cálida y húmeda”, agrega Arguello.
Francisco Eladio Gómez, médico dermatólogo, también recomienda usar un jabón que no sea demasiado fuerte, con un pH neutro que no dañe el manto ácido de la piel o sustitutos del jabón, también llamados syndets.
Otra alternativa, que está siendo explorada por investigadores colombianos, son los llamados protonadores. “Sus moléculas conservan el equilibrio de las bacterias buenas en la piel y con ello todo el aporte metabólico de la flora bacteriana”, explica el dermatólogo de la Universidad de Manizales John Harvey Gaviria.
De igual forma, el champú, especialmente el que no es dermatológico, puede eliminar los aceites del cuero cabelludo y los folículos, lo que reseca el cabello y lo debilita.
No se trata de proscribir el agua, al mejor estilo de Luis XIV. “La gente que no se baña todos los días empieza a acumular detritos celulares y se puede dar una proliferación anormal de bacterias que produce el olor sui géneris de la persona que tildamos de sucias”, añade Gaviria. Se trata de elegir bien el jabón y hacer un uso moderado del agua.
Tomar un baño más corto no solo disminuye su impacto en el planeta, también supone un ahorro en su factura de servicios públicos.
La Alianza para la Eficiencia del Agua estima que la ducha promedio de una persona dura 8.2 minutos y consume 17.2 galones de agua. Al respecto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) es tajante: el baño debe limitarse a cinco minutos. Bien lo reza el dicho: una ducha al año no hace daño, pero no abuse. Tanta higiene a veces puede jugarle sucio .