La timidez no es mala en sí misma. Sin embargo, cuando paraliza al pequeño, interfiere con su expresión y expansión, lo bloquea, interrumpe su desarrollo y no le permite desplegar todo su potencial se convierte en un asunto que hay que tratar.
“Es una expresión derivada del miedo y este tiene la función de alertarnos sobre algo amenazante”, afirma el psicólogo Julián Velásquez Moreno.
A su vez, la psicóloga Mariana Restrepo Restrepo añade que, para los niños, la timidez puede ser una herramienta protectora porque los vuelve más analíticos, con mayor capacidad de escucha y conciencia a la hora de tomar decisiones. “En una sociedad donde las redes sociales nos llevan a un gran exhibicionismo, ser tímido ayuda a no exponerse tanto, (...) a evitar discusiones y preservar las relaciones al ser menos conflictivos”.
Si antes la timidez se tomaba como un rasgo de la personalidad que había que aceptar y respetar, hoy se sabe que es importante tratarla porque, a medida que el pequeño crece, puede desarrollar problemas como baja autoestima, exceso de necesidad de aprobación, dependencia de sus figuras de apego (madre, hermanos, una pareja), altos grados de ansiedad y afectar su desempeño en el ámbito académico y laboral y hasta su habilidad para conseguir pareja y amigos, llevando posiblemente al aislamiento y la soledad.
Incluso algunos estudios señalan que la timidez extrema es un factor de riesgo para el consumo de sustancias psicoactivas, alcoholismo o depresión. Las dos primeras desinhiben y esto brinda, aunque sea momentáneamente, sensación de seguridad y felicidad.
Los orígenes de la timidez
Según la psicóloga Mariana Restrepo Restrepo, hoy se tiene claro que la timidez puede tener cuatro orígenes: genético, por conducta aprendida, por eventos adversos o por cuestiones relacionadas con la autoestima.
“Los estudios demuestran que los niños pueden comenzar a mostrar síntomas de timidez alrededor de los doce meses de vida y al ser una edad tan temprana, se ha sugerido que se debe a causas genéticas”, dice, y agrega que si esto se evidencia desde temprano, los padres deben estar alerta para evitar que se agudicen y comiencen a desencadenar problemas.
Se habla de conducta aprendida, cuando el pequeño crece en un ambiente con padres con trastornos, retraídos o que carecen de habilidades para relacionarse adecuadamente. Es frecuente en familias con carencia de un bagaje lingüístico amplio y por lo tanto con dificultad para expresarse bien.
La timidez o el retraimiento pueden ser alarmas de abuso físico o mental, maltrato, abuso sexual o acoso escolar. Retraerse es un mecanismo de defensa contra esa agresión externa y requiere, necesariamente, de ayuda profesional para sobrepasar el trauma y seguir adelante.
Niños que se sienten incómodos con su cuerpo, consigo mismos, que tienen conflictos con los cambios físicos por la pubertad, o víctimas de acoso escolar pueden convertirse en niños tímidos.
Por otro lado, en un contexto donde los niños se ven expuestos permanentemente a estimulación y sobreexigencia de los padres, la timidez puede presentarse como una reacción natural de protección.
Esta condición puede generar vairo síntomas. Los físicos son taquicardia, rubor facial, sudoración, tensión muscular, malestar gastrointestinal, vómito o daño de estómago; los conductuales como evitar o huir de situaciones sociales como ir al colegio, a un cumpleaños, a encontrarse con amigos o estallidos de violencia cuando se ven acorralados en una situación, y síntomas cognitivos como exceso de pensamientos, creencias negativas acerca de sí mismos, miedo a la burla y al escarnio público.
¿Qué hacer?
Para ayudar a un niño tímido se requiere del apoyo de los padres, profesores y en muchas ocasiones la intervención de un psicólogo.
La actitud de los padres es decisiva. “Un niño al que permanentemente se le está regañando o criticando porque no cumple con los estándares que se esperan de él, puede volverse retraído o tímido. Los padres y cuidadores deben tener aceptación, una valoración incondicional del niño. No forzarlo a ser sino permitirle ser”, afirma Julián Velásquez y añade que “en un ambiente donde no lo fuerzan, donde se pueda expresar en forma espontánea y tranquila según su naturaleza, el niño puede desplegarse”.
Es importante buscar espacios donde tengan pares con intereses similares de forma que puedan sentirse cómodos. Los padres deben estar atentos para identificar los lugares que les proporcionan seguridad, confianza, disfrute y motivación, y les permiten desarrollar adecuadamente sus recursos de socialización