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¿Está triste o feliz? Puede deberse a lo que comió. Le explicamos

Avanzan los estudios sobre cómo el consumo de algunos alimentos influye en el estado de ánimo y el bienestar emocional.

  • El 90 % de la serotonina (hormona de la felicidad) es producida, entre otras cosas, gracias a las bacterias del intestino. FOTO FREEPIK.
    El 90 % de la serotonina (hormona de la felicidad) es producida, entre otras cosas, gracias a las bacterias del intestino. FOTO FREEPIK.
19 de octubre de 2022
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La alimentación puede tener tanta influencia en la salud mental que, de forma reciente, se ha abierto un nuevo campo de estudio: la psiquiatría nutricional. El médico australiano Jerome Sarris habría sido el primero en acuñar el término en 2009, sin embargo, no ha sido sino hacia los últimos diez años de este siglo (entre 2010 y 2020) que se ha comenzado a producir conocimiento científico en torno al tema.

Uno de los estudios más recientes, publicado a mediados de este año en la revista American Journal of Clinical Nutrition, encontró que una dieta mediterránea (que enfatiza en el consumo de verduras, frutas, granos integrales, aceite de oliva, entre otros, y reduce las carnes rojas y los dulces) puede mejorar los síntomas de la depresión y la calidad de vida.

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Un total de 72 hombres, con edades entre los 18 y los 25 años, diagnosticados con depresión moderada a grave fueron divididos en dos grupos: uno que recibió asesoramiento en su dieta durante 12 semanas y otro que siguió una terapia similar a la terapia de apoyo (psicológica). De acuerdo con las conclusiones, entre estas edades puede hallarse una oportunidad para intervenciones dietarias que beneficiarían el tratamiento de la depresión.

Con base en los resultados, la investigadora principal, Jessica Bayes, de la Universidad Tecnológica de Sidney, apuntó para La Vanguardia de España: “Los médicos y psicólogos deberían considerar derivar a los jóvenes deprimidos a un nutricionista o dietista como parte importante del tratamiento de la depresión clínica”.

¿Cómo se explica?

Un dato es clave: cerca del 90 % de la serotonina (conocida como la hormona de la felicidad) es producida en el intestino por las bacterias que habitan allí. Tal es la conexión que, explica el nutricionista dietista Andrés Zapata (@andreszapatanutricionista), los seres humanos tienen un eje llamado intestino-cerebro-microbiota, es decir, estos tres elementos del cuerpo están íntimamente conectados.

En el intestino habitan unas bacterias conocidas como grampositivas (como los lactobacilos y las bifidobacterias) que proliferan cuando se incluye en la dieta una buena cantidad de alimentos con fibra prebiótica como las frutas, las verduras y los cereales, además de alimentos con probióticos como los yogures, el kéfir, el vinagre de cidra de manzana y la kombucha.

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“Cuando una persona come muchos ultraprocesados, azúcares en exceso o demasiada ‘comida chatarra’ lo que hace es que disminuyan las bacterias buenas y proliferen las gramnegativas”, señala, por lo que se afecta la producción de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina que dan sensación de bienestar, energía, salud.

“Se sabe que cuando se tiene una microbiota desregulada se produce disbiosis (desequilibrio microbiano y fallas en funcionamiento del metabolismo), además de que aparecen trastornos en la conducta alimentaria (comer más o menos de lo necesario) y síntomas de depresión.

El efecto que tiene la buena alimentación en el ánimo y las emociones puede ser psicológico, “o más bien motivacional”, acota Zapata, “pues en cuanto una persona ve mejoras en su composición corporal a raíz de comer bien, se vuelve más disciplinado para mantener esos cambios, una fortaleza que se extiende a la academia y el trabajo, por ejemplo. En últimas uno se siente mejor con uno mismo”.

También para la salud cerebral

Lo que come igual afecta directamente la salud de su cerebro, más allá de los efectos en su ánimo, la alimentación puede mantener físicamente sano este órgano vital. Así lo ilustra Leonardo Palacios, docente de Neurología de la Universidad del Rosario: “Los alimentos ingresan al cuerpo por vía digestiva, son procesados por el aparato gastrointestinal y se absorben. Los nutrientes entran a la sangre y pasan al cerebro a través de la barrera hematoencefálica”.

El docente recuerda además que hay dos sustancias “absolutamente indispensables” para que el cerebro pueda funcionar: el agua y la glucosa. En torno a la primera, señala que el 75 % del cerebro está compuesto por agua, de ahí que sea recomendable tomar alrededor de 8 vasos al día si se es adulto, además de incluir frutas para el suministro de la glucosa.

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“El aguacate es buenísimo, por ejemplo, clave en la producción de glucosa, a través de su fructosa, y es una gran fuente de vitaminas. Postres, bombones y demás azúcares deben consumirse con mucha moderación”, puntualiza.

En este mismo sentido, y de acuerdo con el especialista Zapata, hay evidencia en torno a que la conjunción entre una alimentación balanceada, la actividad física y una correcta higiene del sueño, aumenta en el cerebro los niveles de una proteína llamada Factor Neurotrófico Derivado del Cerebro (o FNDC), “y esta está asociada con la capacidad cognitiva, la memoria de corto y largo plazo, y la concentración”.

Un estilo de vida saludable garantiza tanto la salud física como la emocional. “La dieta en sí misma no será 100 % suficiente”, añade Palacios. “Hay que complementar con actividad física, buenas pautas de sueño e interacción social”

90 %
de la serotonina (hormona de la felicidad) es producida gracias a las bacterias del intestino.
75 %
del cerebro está compuesto por agua, de ahí la importancia de incluirla en la dieta.
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