La epidemióloga e investigadora María Osley Garzón Duque inicia la conversación con una pregunta: “¿Qué quieres saber sobre mis venteros?” Lo dice así porque tiene mucha información por contar sobre el trabajo que lleva realizando, hace más de 20 años, con los vendedores ambulantes del centro de Medellín.
Le puede interesar: Exceso de venteros informales convirtieron el Paseo Bolívar en un caos donde no hay espacio ni para caminar
El resultado se recopila en una carpeta donde hay más de 20 estudios con nombres que refieren diferentes enfermedades que la investigadora estudió en esta población: afecciones cutáneas, cefalea, diabetes, obesidad, conjuntivitis e irritación en los ojos, osteoartrosis, perfil de inseguridad alimentaria y hasta depresión. No puede centrarse solo en una, dice, porque abarcar cada área de la vida de los vendedores es importante. Y así van apareciendo afecciones y dolores, y van pasando los años.
“Mis trabajos con los venteros del centro iniciaron en la Universidad de Antioquia en la Facultad de Salud Pública. Tenía que promocionar la salud y prevención de riesgos ocupacionales en poblaciones laborales vulnerables en un trabajo con el Ministerio de Salud y Protección Social y allí empecé a tener contacto con ellos, los recuerdo a todos mirándome, había muchos retos y yo pensé: ‘¡Ay, dios mío. Qué voy a hacer!’ Y así fue que empecé a cuestionarme por la salud de estos trabajadores, me jugué la vida e identificamos muchas problemáticas, pero cuando fuimos a presentar los resultados la respuesta no fue la mejor. No ofrecieron soluciones y dijeron que por lo menos ya sabían que podían tener alguna de estas enfermedades”, recuerda. “Yo no los abandoné. Me quedé con todos esos señores y señoras y aquí sigo, hace más de 20 años”, agrega la investigadora.
En el 2012 la profesora María Osley pasó a ser docente de la Universidad CES, institución en la que hoy en día continúa trabajando con ellos. “Yo les dije: ‘Hijos e hijas su mamá se va a ir para otra universidad’. Llegué con todos mis venteros y continuamos con las investigaciones”.
Tras varios años, en el 2019, la profesora pensó que ya había terminado su trabajo con ellos, pero ocurrió un hecho inusual que impactó a todos. Llegó la pandemia y las desigualdades laborales, sociales y económicas se hicieron más visibles y aumentaron. “En esa época me propuse una misión salvadora. Empezamos a conseguir alimentos para que no pasaran hambre y luchamos con evidencia científica por las desigualdades que ellos atravesaban en su día a día. Pudimos ayudar en esa época a 924 familias”, dice.
El legado científico
El trabajo informal implica condiciones de vida deficientes como la falta de protección social, el no pago de salarios, obligación de hacer turnos extraordinarios, despidos sin avisos ni compensación, condiciones inseguras de trabajo y ausencia de pensión o reposo por enfermedad; este tipo de trabajos contribuyen a visibilizar estas problemáticas.
Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) para el total nacional, entre noviembre 2023 - enero 2024, los trabajadores informales ocuparon un 55,7 % en el país, lo que significó una disminución de 2,0 puntos porcentuales respecto al mismo trimestre del año anterior (57,7%).
Es difícil calcular cuántos vendedores ambulantes trabajan en el centro de Medellín, dice María Osley, pero ella ha trabajado con más de 600 de ellos en varios estudios. Precisamente, en una investigación que publicó en 2023 en la Revista Med de la Universidad Militar Nueva Granada, evaluó las condiciones laborales y estilos de vida de 686 venteros.
Allí, junto a otros investigadores, se calculó que el 72,6 % de esta población tenía menos de 60 años, el 43 % no contaba con permiso para trabajar, el 63 % trabajaba más de 8 horas al día y ocupaba viviendas en mal estado y el 80,3 % era sedentario y consumía apenas una o dos comidas diariamente, lo que alertaba una inseguridad alimentaria.
En las mujeres evaluadas —que fueron 290— se identificó que 110 de ellas (37,9 %) tenían sobrepeso, y otras 100 (34,5%), obesidad. Además, María Osley ha registrado otros efectos en la salud de esta población.
Por ejemplo, uno de los mayores riesgos es la constante exposición a la contaminación del aire y auditiva en su lugar de trabajo, sumado a la exposición al sol y a la lluvia, que trae problemas de piel y respiratorios.
“En términos de salud pública, las condiciones en las que viven y trabajan estas personas determinan en gran parte su forma de enfermar y de morir. Son personas que deben trabajar al aire libre, salen de su casa al amanecer y llegan mucho después del anochecer”, dice la experta.
En una investigación con el mismo número de venteros, la investigadora indagó en la percepción que tienen ellos mismos sobre la contaminación: 479 vendedores (69,8%) consideraron que la contaminación del aire afectaba sus trabajos, mientras que 207 (30,2 %) respondieron que no. Según datos de María Osley, más del 50 % de la población de venteros de Medellín se ve afectada por la contaminación del aire y auditiva.
“Las afecciones más frecuentes derivadas de la contaminación, por encima del 51.4 % en los últimos seis meses ha sido esencialmente la irritación en la piel, en la nariz o la garganta o sensación de quemaduras o resequedad en los ojos. Más del 40 % reportaron que el ruido les causaba pitidos en los oídos y lo más impactante es cuando ellos me dicen: ‘No te preocupes que yo ya llevo tiempo con esto’, y el problema es que algunas enfermedades son crónicas y degenerativas. Por ejemplo, en pandemia evidenciamos que la hipertensión aumentó”.
Los datos indican que el 20,26% de los trabajadores evaluados tenían hipertensión y el 11,76 % eran mayores de 50 años. El 17,2 % fumaba cigarrillos y el 23,7 % utilizaban salero en sus viviendas. También dentro de su trabajo ha reportado que el 72,2 % de los venteros no usa elementos de protección personal y esto aumenta el diagnóstico de afecciones cutáneas como alergias (12 %), prurito y sarpullido en la piel. Se determinó que esto aumenta en los venteros que viven en zonas urbanas.
La exposición al clima
Hombres y mujeres trabajan al aire libre sin importar si hace calor o frío. Seguramente ha visto cómo los venteros, si mucho, intentan cubrir sus quioscos con plástico de la lluvia, pero continúan trabajando porque deben llevar comida a sus casas; muchos de ellos ni siquiera se ponen gorras para protegerse del sol y no son conscientes del daño que implica.
“Ellos normalizan este tipo de situaciones porque deben trabajar de día para comer de noche, en su lógica no se pueden quejar. Las manchas y lesiones en su piel por el sol son muy evidentes y esto sumado al estrés térmico en los días calurosos que genera angustia, agobio, mareos, cansancio, náuseas, vómitos y otra cantidad de síntomas que pasan por alto. Ellos han indicado que se sienten capaces de volverse resistentes a ciertas enfermedades y cuando reciben un diagnóstico ya están en etapas muy avanzadas”.
Por otra parte, está todo el tema de la hidratación. No tienen el agua asegurada en sus puestos de trabajo y a veces, deben escoger entre comprar una botella de agua o llevar una libra de arroz a sus casas, así que se deshidratan fácilmente en los días calurosos y podrían incluso tener un golpe de calor que en algunos casos lleva a la muerte.
“La mayoría de venteros tampoco pueden entrar fácilmente a algún baño durante el día, porque normalmente trabajan en las calles, así que para hacer sus necesidades fisiológicas algunos hombres procuran usar bolsas, tarros o botellas para orinar y esto se conecta con toda la percepción de salud de la persona y su calidad de vida”, cuenta.
Estado de ánimo y salud mental
Además de la salud física, María Osley también ha centrado sus estudios en la salud mental de los venteros, principalmente desde la pandemia. En otra investigación suya, publicada en 2021 en la Revista Colombiana de Psiquiatría, se identificó una prevalencia de enfermedad moderada-grave en el 15,5 % de los 686 venteros, al explorar los síntomas de acuerdo al sexo, la edad y la antigüedad en el oficio con apoyo de la herramienta Escala de depresión de Zung. Se observó que hay más hombres con estos síntomas (57,9 %) y están entre 45-59 años (40,2 %) y llevan de 11 a 20 años en el oficio (39,2 %).
La conclusión de estos resultados, dice la investigadora, es que cada uno de ellos podría revertirse o disminuir con acciones conjuntas entre el Estado y los trabajadores, por lo que hay que formular políticas públicas orientadas a mejorar sus condiciones de vida y de trabajo.
Por último se reportó que los venteros constentemente sienten miedo o estrés de la violencia impartida por la institucionalidad o las amenazas de que se vayan de allí por no tener un permiso para laborar.
“Les dicen que deben formalizar su trabajo o dedicarse a algo más. Pero no es tan sencillo, si son personas adultas mayores, que llevan entre 20 a 50 años en las calles para pagar la pieza en la que viven, no es sencillo proponerles eso. Si les dicen que los retirarán de allí o los van a mover, se sentirán amenazados, estresados y tristes. Esto afectará su salud mental”.
En los próximos años, dice María Osley, la mayoría de esta población serán adultos mayores y muchos quedarán en una posición de indigencia si no se adelantan programas desde el gobierno que les permita tener una vejez digna.
“Ellos necesitan oportunidades que les permita salir de esa condición de vulnerabilidad. Se necesita que los programas y proyectos del gobierno incluyan a esta población. Todos los diagnósticos negativos que hemos encontrado en ellos se pueden disminuir si pensamos en políticas públicas, si los tenemos en cuenta, si los llamamos y ejecutamos diferentes acciones”.
Por ahora, ella continuará con su trabajo para visibilizar cada vez más las difíciles situaciones a las que se enfrentan los venteros, no solo de Medellín, dice, porque es una problemática que ocurre en Colombia y en el mundo.
¿Cuál ha sido su método de trabajo?
Para recopilar toda esta información durante más de 20 años y realizar varias publicaciones científicas, la investigadora ha hecho trabajo de campo, acompañada de otras disciplinas.
Uno de los instrumentos más relevantes ha sido una encuesta que le ha permitido medir datos cuantitativos pero también cualitativos; un instrumento que desarrolló por más de tres años de la mano de los venteros y sus líderes, validado por expertos temáticos.
Para información más detallada ha trabajado con nutricionistas, médicos y en el tema de salud mental ha usado la Escala de Depresión de Zung, un cuestionario autoaplicado formado por más de 20 frases relacionadas con la depresión para evaluar la sintomatología depresiva del que la realice y así con cada enfermedad específica, evaluando con herramientas avaladas científicamente para cada una de ellas.
Más sobre la investigadora
Su formación como tecnóloga en Delineante de Arquitectura e Ingeniería revela que, como ella, pocas investigadoras en salud pública trazaron un recorrido que incluye cada cuadra y las historias de las personas en cada esquina. Luego se graduó como administradora en salud, magíster en Epidemiología y doctora en Epidemiología y Bioestadística, este último título de la Universidad CES.
Actualmente, está llevando a cabo estudios de posdoctorado en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, con un enfoque en la multimorbilidad y los riesgos laborales que enfrenta esta población vulnerable de Colombia.
“Aquí entrego mi vida”
Desde 2004 comenzó su recorrido por la investigación y los trabajadores informales, venteros, del centro de Medellín.
De la mano del Dr. Hernando Restrepo Osorio, hizo parte de la convocatoria que obtuvieron del Ministerio del Trabajo relacionada con la evaluación médica laboral de la línea de promoción de la salud en población de trabajo vulnerable, bajo el programa de Trabajo Decente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), implementado por el Ministerio de la protección Social para Colombia.
Fue en ese año cuando en medio de la ejecución de la convocatoria debió socializar los alcances del proyecto ante cerca de 3.500 vendedores ambulantes de Medellín en el recinto del centro de convenciones Plaza Mayor, en medio de las gestiones del gobierno municipal de la época por carnetizar y otorgar permisos de trabajo a la población. “Aquí entrego mi vida, aquí empeño mi vida”, fueron las palabras que pronunció aquel entonces al iniciar su investigación.
“De los vendedores me quedo con la persistencia. Si ellos sobreviven en las condiciones que están, nosotros como vamos a ser tan cobardes de no tratar de avanzar sin muchas cosas teniendo mejores condiciones”, reflexionó.
Como docente, ha compartido conocimientos a cientos de estudiantes en varias universidades de Medellín, especialmente en la asignatura de Metodología de la Investigación. Desde su llegada a la Facultad de Medicina de la Universidad CES en 2011, ha involucrado a más de 300 alumnos en su trabajo de investigación, impactando positivamente a más de 1000 vendedores ambulantes.
Su labor ha sido reconocida con el Premio Manuel Uribe Ángel de la Academia de Medicina de Medellín, en la categoría Oro (2016); Reconocimiento Betsabé Espinal a las mujeres que contribuyen a la construcción de una sociedad justa: “La mujer en la ciencia” (2019); Egresado ejemplar de la Facultad Nacional de Salud Pública, UdeA (2019); Egresada ejemplar en la categoría Egresado destacado en compromiso social de la Universidad CES (2021); y Mejor Investigación de la Escuela de Graduados en la categoría Epidemiología y Bioestadística durante las XVIII Jornadas Institucionales de Investigación e Innovación de la Universidad CES, entre otros reconocimientos.