La “elefancía”, como también se le llamaba a la lepra por su manera de deformar la piel humana, llegó a Colombia a mediados de 1500 y los enfermos se acrecentaron en 1800, con la llegada masiva de esclavos africanos a Cartagena. Varios autores describieron al país como “la gran leprosería’’. Sin embargo, las cifras estaban infladas, relata Luis Enrique Nieto, director de la Unidad de Patrimonio Cultural e Histórico de la Universidad del Rosario. Fue esta coyuntura la que aceleró el desarrollo de varias políticas de salud locales.
Antes ya se había iniciado un dominó de brotes exportados de Europa. El primer pueblo fundado por los españoles en tierra firme (continental) se hizo en lo que hoy es territorio colombiano en el golfo de Urabá, en la serranía del Darién. Santa María Antigua del Darién sufrió la primera epidemia, en la que murieron 700 personas y de la que se tiene registro en 1514, a causa de un cuadro de encefalitis por “modorra”, como le llamaban los españoles, una gripe porcina, cuenta Hugo Sotomayor Tribín, presidente de la Academia Nacional de Medicina de Colombia y autor de varios libros como Historia y geografía de algunas enfermedades en Colombia (Editorial Neogranadina). Un año después se presume que se dio el primer caso de gripe, igual que sucedió en 1546.
En el caso de la viruela –una enfermedad causada por un virus, al igual que el sarampión, la rubéola, la fiebre amarilla y el dengue, todas importadas del viejo mundo en la conquista– la primera epidemia se registra en 1558.
Durante la gripe española de 1918, que se cree surgió en Estados Unidos, también murieron coterráneos. Hay datos de Bogotá y 62 municipios de Boyacá que la padecieron. Aunque el primer registro llegó de Cartagena el 1 de septiembre, según dos investigadores de la UPTC de Boyacá, Fred Gustavo Manrique Abril y Bernardo Francisco Meléndez Alvarez, quienes compilaron rastros de esta enfermedad en noticias de periódicos locales en un artículo académico publicado en la revista Varia Historia en 2009. Aclaran que la población afectada con más severidad fue la de las zonas andinas ubicadas a mayor altura sobre el nivel del mar.
En Bogotá, el primer registro es de octubre de 1918, aunque no fue el lugar de ingreso de la pandemia, como se había indicado, sino la Costa Caribe, con datos de un mes antes. La novelista Laura Spinney asegura en su libro El jinete pálido (Crítica, 2018), una historia de la gripe española, que el primer registro de Latinoamérica se dio en la ciudad Recife de Brasil el 16 de septiembre de ese año.
Spinney sugiere que también un virus fue importante durante las guerras mundiales del siglo pasado, más que la letalidad militar. El brote se dio en el apogeo de la Primera Guerra Mundial. Los principales países beligerantes evitaban dar ánimos a sus enemigos, así que en Alemania, Austria, Francia, Reino Unido y Estados Unidos se suprimió la información sobre la enfermedad. Por el contrario, España, al ser neutral, no necesitaba ocultarla. Incluso esta escritora británica asegura que la xenofobia producida por la pandemia pudo haber impulsado la segunda guerra mundial en la que se presentaron ideas eugenistas de una especie superior entre humanos.
Enfermedades propias
El continente padecía sus males inherentes al territorio y a su contexto. Uno de los más antiguos, tifus exantemático o tabardillo, se registró entre 1629 y 1633 y acabó con gran parte de la población de ese momento, un 50 %, asegura Sotomayor. Esta infección se produjo por un cambio de hábitos presionados por los conquistadores. Tres baños al día les recordaba a los judíos y mormones, apunta Sotomayor, así que les prohibieron hacerlo y la falta de limpieza en las ruanas que les pusieron les provocó piojos en el cuerpo.
El médico de la Universidad Nacional de Colombia cuenta que en América Prehispánica no existieron enfermedades epidémicas importantes porque no hubo animales de corral. Sí, en cambio, tuberculosis, treponematosis (sífilis, carate, pian), enfermedad de chagas, bartonelosis, leishmaniasis cutánea y niguas.
Nieto, de la Universidad del Rosario, comenta que las epidemias hicieron gran parte del trabajo que se atribuye a grandes conquistas: lo que realmente diezmó la población nativa americana fueron los virus que traían los conquistadores.
Ciencia en la medicina local
Con los españoles igual llegó la lepra que pudo originarse en África Oriental o en el Cercano Oriente y se diseminó con las migraciones y el comercio de esclavos. En Colombia la imagen de miles de leprosos abandonados por el Estado a causa de la Guerra de los Mil Días, deambulando por las calles, se internacionalizó rápido. En la Exposición de París de 1901 aparecía como la nación con más casos en todo el continente americano, cuenta la historiadora Diana Obregón Torres en Batallas contra la lepra: estado, medicina y ciencia en Colombia. Medellín: Banco de la República (Fondo Editorial Universitario Eafit, 2002).
Fue el viajero boyacense Rafael Reyes el que revelaría que el número de leprosos no era tan alto como se reportaba, según refiere Nieto. Al parecer hubo quienes se beneficiaron de los dineros que llegaban para ayudar a la situación que reportaba el país. En la Ley 1 de 1833 el Gobierno Nacional vislumbró que la lepra se consideraba un problema grave, y de acuerdo con las estadísticas oficiales, el número de leprosos llegaba a 30.000 en un país de 4 millones de habitantes. Estos eran datos imprecisos. El número era mucho menos, de unos 3.000 nada más.
En un principio se aislaron generando un estigma en los enfermos, luego las estrategias para enfrentarla se unieron a las que combatían otras enfermedades como la tuberculosis, sífilis, carate, enfermedad de chagas o leishmaniasis.
Investigadores colombianos la estudiaron a la par con los más destacados científicos internacionales de la época. Unos tuvieron más suerte que otros. El médico veterinario y bacteriólogo Federico Lleras Acosta, afirmó que había cultivado el bacilo de Hansen (una especie bacteriana), pero que aún no podía demostrar que fuese el causante de la lepra. Después de su muerte en 1938, camino para El Cairo a la IV Conferencia Internacional de la Lepra, se confirmó que sus cultivos eran contaminaciones. Estaba equivocado. Dos años después, la Revista de la Academia de Medicina publicó trabajos en los que se llegó a los resultados que buscaba el colombiano.
Ese año, el doctor Luis Patiño Camargo y sus colaboradores publicaron en el American Journal of Tropical Medicine and Hygiene un artículo científico sobre la fiebre manchada de Tobia o de las montañas rocosas. En palabras de sus autores: “El artículo tiene interés para los trabajadores de la salud pública en Colombia debido a que esta grave enfermedad ha pasado desapercibida a pesar de su ocurrencia en lugares muy cercanos a Bogotá, a su carácter transmisible, a que presenta una tasa de letalidad mayor del 90 % y tiene un carácter epidémico”.
Una década después se registró la primera epidemia de cólera, eso fue entre 1848 y 1849. Esos años se ven distantes, pero son relativamente recientes en comparación con los primeros brotes registrados en el mundo como la peste antonina del año 165 o la bubónica de 1347 (ver tabla de pandemias y epidemias de la historia), de los que no hay registros en estas latitudes.
“Las epidemias regresan cada cierto tiempo para recordarnos nuestra vulnerabilidad”, expresó Marcos Cueto Caballero, investigador del Instituto de Estudios Peruanos en Lima sobre ciencia y medicina latinoamericana, en una columna publicada el pasado viernes en el diario El País de España.
La vulnerabilidad no solo se presenta por la enfermedad, sino también ante la falta de preparación en salud pública. La pandemia que en tres meses puso en jaque a sistemas de salud potentes como el de Estados Unidos, Italia y España, “revela la torpeza de los gobiernos que atacaron a la ciencia y la salud pública”.
¿Lecciones aprendidas?
Cueto, una autoridad en la historia de endemias y pandemias latinoamericanas, añadió que “algunos historiadores nos hemos dedicado alguna vez a pensar las epidemias y hemos concluido que la ausencia de liderazgo de gobernantes ciegos, así como la xenofobia y la desesperación agravan la calamidad”, y agregó una anotación de su colega, el historiador de la medicina Charles Rosenberg, sobre el ciclo de las epidemias: “empiezan por la negación, pasan por la resignación y acaban en el olvido”.
Esto para acentuar la importancia de revisar las medidas tomadas en el pasado para aprender. Cuando pase la marea que trajo el covid-19 historiadores y profesionales de la salud, e incluso filántropos como Bill Gates, esperan que no se vuelva a ignorar a la ciencia y la salud pública. Gates había dicho en 2015 en una charla Ted que el mundo no estaba preparado para una pandemia. Y recientemente dijo al World Economic Forum que esta es una oportunidad para romper ese ciclo.
La esperanza de Cueto es que ahora la historia sea diferente: que se pueda no solo controlar, mitigar y planificar las medidas de salud pública y también acabar de convencer a la población de que la salud pública es intrínsecamente global y que se deben dedicar ingentes recursos a la gobernanza sanitaria mundial y a la investigación; incluyendo la investigación histórica, que puede decir mucho más de los desafíos de la salud del pasado para comprender y actuar en el presente y planificar con esperanza el futuro
1962
fue el año en el que se erradicó oficialmente
la viruela de Colombia: OPS