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La historia del pájaro antioqueño que nació muerto

El montañerito paisa se clasificó como nueva especie para la ciencia en 2007, aunque no se le había visto vivo. Este año lo encontraron.

  • El montañerito paisa se clasificó como nueva especie para la ciencia en 2007, aunque no se le había visto vivo. FOTO YOVANY OCHOA
    El montañerito paisa se clasificó como nueva especie para la ciencia en 2007, aunque no se le había visto vivo. FOTO YOVANY OCHOA
  • Este año encontraron al montañerito paisa. FOTO SEBASTIÁN VIEIRA
    Este año encontraron al montañerito paisa. FOTO SEBASTIÁN VIEIRA
La historia del pájaro que nació muerto
14 de noviembre de 2019
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Lo buscaron por 12 años en el bosque del altiplano norte de Antioquia. A principios de octubre de este año, 80 personas reprodujeron su canto desde sus celulares, agudizaron su vista y sincronizaron sus respiraciones intentando verlo o escucharlo en alguno de los 25 puntos en los que podría estar. La Corporación SalvaMontes, American Bird Conservancy, el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt y otras organizaciones ambientales lideraron la Buscatón del montañerito paisa, que pretendía verificar su distribución con ayuda ciudadana. Y lo encontraron.

Ahora se sabe que se la pasa “rastrojeando”, pues es un ave de corto vuelo, pero antes de este año no se tenía idea de dónde se amañaba, la manera en que se reproducía o cómo sonaba su voz. Se le descubrió muerto, quedaban las plumas.

Desde el principio

Estudiando otra ave, el ornitólogo británico Thomas Donegan visitó varios museos en 2006, y en el de Museo de Ciencias Naturales de La Salle notó que aunque tres de las pieles etiquetadas con el nombre de otro pinzón compartían su plumaje grisáceo, a la vista resaltaban diferencias entre ellos: el parche de la corona era rojo pálido, le faltaban tonos amarillentos, sus alas eran monocromáticas y su plumaje era distinto. Pensó que debía ser otra especie.

Las muestras habían sido colectadas al menos 47 años antes por los hermanos Lasallistas, posiblemente en la vereda La Lana del municipio San Pedro de los Milagros, una pequeña meseta entre 2.400 y 2.800 metros de elevación. No había información sobre su canto, forma o ADN, contó Donegan por correo electrónico.

Nada sobre su historia natural, solo diferencias con otras especies, lo que generó controversia sobre la validez taxonómica de la propuesta. Para Donegan, sin embargo, la disparidad “era algo obvia, solo que algunas personas querían ver más para hacerlo cierto”, escribió.

Para él era evidente porque ha dedicado gran parte de su vida al estudio de las aves de América del Sur, principalmente las de Colombia, el país con la mayor diversidad de avifauna en el mundo: 1921 según cifras del Libro rojo de aves de Colombia.

¿Está vivo?

El británico y sus colegas fueron a La Lana a hacer trabajo de campo, sin suerte. Los tres especímenes, uno alojado en el que hoy es el Museo de Ciencias Naturales de la Salle del ITM eran la única prueba de una nueva especie. Thomas agotó varios esfuerzos y aunque no pudo ver un individuo nuevo, propuso el ejemplar ante un comité de expertos internacionales sobre taxonomía de aves.

Con las pieles, continuó contando Thomas, contrataron a un ilustrador para recrearlo y lo bautizaron Atlapetes blancae en un artículo publicado en la revista científica Bulletin of the British Ornithologists’ Club en diciembre de 2007. Tres años después llegó a manos de quien es el implicado indirecto de su redescubrimiento, Raúl Tamayo, el bibliotecario del pueblo. El nuevo Atlapetes debió esperar ocho años más para ser visto por primera vez.

Ya casi...

La muestra física más reciente del montañerito paisa, como se conoce hoy, se colectó en 1971, y luego de ser descrita por Thomas no fue registrada por las pajareadas de la Sociedad Antioqueña de Ornitología (SAO), fundada en 1984. Su ausencia en las búsquedas hizo que la BirdLife International, quien conduce las investigaciones sobre la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, lo categorizara como en Peligro Crítico y Probablemente Extinto (CR-PE).

Resistiéndose a la idea de su desaparición del planeta, el análisis de su estado y distribución relatado en el Libro rojo de aves de Colombia. Volumen I: Bosques húmedos de los Andes y la Costa Pacífica, planteó en 2014, que una hipótesis podía ser que estaría cerca, pero ya no en el lugar reportado inicialmente, “y que los especímenes colectados podrían venir de una zona más amplia que la del seminario de la Comunidad de La Salle, en la Lana”. La pregunta era dónde, si además, en los últimos 50 años “la mayor parte del hábitat nativo de la especie en las áreas de menor elevación ha sido transformado”, narró Donegan en otro estudio que publicó en 2009.

De hecho son varias las transiciones que ha tenido este altiplano, dice la bióloga nacida en San Pedro, Andrea Lopera-Salazar, del grupo de Ecología y Evolución de Vertebrados de la U de. A.

Este año encontraron al montañerito paisa. FOTO SEBASTIÁN VIEIRA
Este año encontraron al montañerito paisa. FOTO SEBASTIÁN VIEIRA

La primera foto

La desesperanza de encontrar al montañerito comenzó a expirar en 2018, cuando Rodolfo Correa, de 28 años, ingeniero agrónomo de la Universidad Nacional, creyó ver un montoncito de Atlapetes blancae, pero hay otros Atlapetes similares y Rodolfo no es experto en pájaros. Sabía de la existencia del ave por sus largas conversaciones con su amigo Raúl Tamayo.

Sus conocimientos sobre flora y fauna del municipio del norte de Antioquia, estimulados por los contactos con Lasallistas, continuaron atrayendo a Rodolfo. Y en 2010 Raúl le compartió una nueva historia. Con una copia en blanco y negro del estudio de Donegan que mandó a traducir, le dijo: “Este animalito está en San Pedro, yo en mis épocas escolares lo conocí”.

Las descripciones que leía correspondían con el mismo pinzón que él había visto comiendo moras y semillas en su finca en El Herrero, en la vereda de San Francisco. A unos dos kilómetros de La Lana, al suroccidente de San Pedro, el lugar con el que se etiquetó una de las pieles de los Lasallistas.

La ilustración del pájaro perdido en el artículo de Donegan no se veía a color por ser una copia, así que en su empeño por juntar las piezas del acertijo, Raúl buscó en internet lo que pudo sobre el ave y bajó a Medellín. Se dirigió al Museo de la Salle para confirmar que él ya había visto al ave. Recordaba bien que este, a diferencia de sus hermanos, era blanco.

El domingo 7 de enero de 2018, las conversaciones de Rodolfo con el curioso librero de 47 años se hicieron realidad ante sus ojos, agudizados gracias a las observaciones en las que participó junto con 4.500 pajareros en el Global Bird Day 2017. Pajarear lo convirtió en otra clase de explorador.

Esa tarde, día de misa, mientras caminaba hacia la iglesia del pueblo, vio moverse a un grupo de aves en un rastrojo, ahí cerca a la cabecera de San Pedro. Ya Rodolfo sabía que había especies similares. No eran pechiamarillos (Atlapetes latinuchus), estaba seguro. Podían ser pizarrosos (Atlapetes schistaceus), los más parecidos al blancae, pero tuvo la corazonada de que los animales que veía hacían parte de esa especie de pechiblancos buscada por años.

La primera foto que Rodolfo tomó con su celular no convenció a Juan Luis Parra, el profesor del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia y especialista en avifauna y plantas de páramo, al que Rodolfo le escribió para consultarle. Cuando mandó una segunda con una cámara de mejor calidad, la cascada de eventos que se vinieron ha entusiasmado a más de uno. Estaban buscando donde no era: mirando para arriba, cuando estaba abajo.

Rastrojero

El montañerito aloja sus huevos en un ecosistema fundamental para retener el agua y evitar las inundaciones. Los biólogos del Grupo de Ecología y Evolución de Vertebrados-U de. A, liderado por Juan Luis y Sergio Chaparro, quienes junto con Andrea y Rodolfo confirmaron el redescubrimiento con una publicación en el journal Cotinga del Neotropical Bird Club en junio de 2019, han monitoreado un pequeño grupo día y noche con el fin de caracterizarlos. Por fin se registró su voz, así como algunas de sus costumbres.

Encontraron que su hábitat no son las copas de los árboles, sino lo que se conoce como rastrojo. “Un término que se le ha asignado a lo desconocido y que hasta se ha usado de manera peyorativa. La gente suele decir que no sirve, que es malo porque no es bonito como el bosque y no produce (dinero)”, explica Santiago de SalvaMontes en medio de la buscatón del “bichito”, como lo llama con cariño.

El rastrojo no es popular y cada vez hay menos en el altiplano norte. Mantener la tierra “limpia” ha hecho de su erradicación una obsesión antioqueña, agrega Santiago, quien se sorprende sobre el desconocimiento generalizado sobre el territorio y el origen del agua. “Lo que estamos encontrando en estos es que son estructuras naturales indispensables para el agua”, advierte con esperanza, pero sin ocultar una evidente preocupación.

Muy cerquita

Durante la Buscatón del Montañerito paisa en octubre lo registraron en ocho localidades en los municipios de Yarumal, Angostura, Santa Rosa de Osos y San José de la Montaña, en estos dos últimos se amplió su distribución y se contaron 24 individuos aproximadamente durante ese fin de semana.

Wendy Willis, subdirectora de programas internacionales de American Bird Conservancy, fue una de las que lo vio. Vino a Colombia y en el Festival de las aves 2019 contó que prometió pintarse el pelo de rojo si lograba recaudar fondos para apoyar estrategias de conservación para esta especie en peligro crítico. Cuando hablaba, su cabello, por supuesto, ya estaba teñido como la corona del montañerito.

Para esta iniciativa de ciencia ciudadana SalvaMontes, junto con investigadores del Instituto Humboldt, plantearon la metodología para obtener datos en colaboración con la comunidad y, a su vez, crear estrategias de conservación para “una zona en la que crece aceleradamente una frontera agrícola sin criterio ecológico, poniendo en riesgo las especies y el agua”, según Santiago.

El blancae, luego el agua

No es vacía la recomendación de la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (FAO): “La respuesta mundial al cambio climático debe centrarse en los bosques”. De su buen manejo depende la disminución del riesgo por desastres naturales relacionados con el clima y acceso a agua potable.

“El agua del Aburrá depende de dos altiplanos, el oriental y el del norte. Como se necesita infraestructura gris para alojar agua, también son imprescindibles los páramos, bosques, humedales y toda esa red que llamamos cuenca hidrográfica, porque es la que permite que el agua llegue a la llave”, concluye Santiago.

“Al parecer el montañerito paisa está relacionado con el agua que llega al Valle de Aburrá. Si no actuamos, pronto vamos a llegar a la situación de Ciudad del Cabo, una región de Sudáfrica en la que sus ciudadanos deben racionar el agua diariamente por la amenaza de quedar sin su suministro”, dice Santiago.

El cambio, dice el conservacionista, se puede dar si se desestima la idea de domar la naturaleza y por el contrario se le conoce mejor para diseñar fincas de producción agrícola y ciudades, teniendo en cuenta sus dinámicas. La del agua es moverse a su ritmo, y para circular necesita el rastrojo, de la misma forma en que necesita el frailejón.

Todo está estrechamente conectado. El montañerito paisa es una especie endémica del norte de Antioquia, es decir, hasta ahora no se sabe de su existencia en otras partes del planeta, y si su hábitat está siendo destruido, la consecuencia es que él también. Que otra vez será solo un puñado de plumas, como esa vez que lo vio Thomas Donegan y supo que no era igual a los demás.

49
especies endémicas de aves están en peligro crítico en Colombia.

Un hábitat en peligro

En camino al primer punto de la buscatón, vía a Yarumal, Santiago Chiquito, documentalista de la naturaleza de la Corporación SalvaMontes, señala que justamente cerca de allí, bordeando la cuenca Río Grande-Río Chico –un punto fundamental para proveer de agua al Valle de Aburrá–, “se cultivaron especies poco indicadas para evitar procesos de erosión al borde del embalse como pinos y eucaliptos, que no son nativos de la región”.

Además la deforestación arrasa con los bosques. Para 1990 se estimaba una cobertura de bosques andinos de 32 % y para el 2015 de 18 %, con una tasa de pérdida de cerca de 21.200 hectáreas anuales. Lo mismo que si cada año se perdiera la mitad del área de Medellín en ecosistemas reguladores del agua, según registra el informe Bosques Andinos, estado actual y retos para su conservación en Antioquia (2018).

En la zona norte del departamento “cada vez aparecen más sembrados de papa”, advirtió Mauricio Mazo, director de la fundación Salva Montes. Ya no solo en el valle del altiplano sino en las laderas de las montañas, perdiendo la cobertura vegetal que protege el suelo, contiene y regula el agua.

Los bosques actúan como sumideros de carbono, por eso la deforestación es la segunda causa más importante de la crisis ambiental del mundo, después de la quema de combustibles fósiles. No obstante, en el norte cada vez son más favorecidas las acciones para crear monocultivos como el de la papa capira y nevada, “lo que a su vez deteriora el suelo por la demanda excesiva de intervención de maquinarias y de nutrientes”, aclara Mauricio. Una alternativa productiva para esto es cultivar un diverso número de papas criollas de cada región, como están haciendo restaurantes en Bogotá que ofrecen platos con 60 tipos de papas diferentes, refiere Santiago.

Aunque las paperas estén expandiéndose en el territorio con monocultivos de la misma manera en el que lo ha hecho el sector agropecuario principalmente para ganadería lechera, Santiago se pregunta “cuánto tiempo se podrá vivir así. Es que si las empresas quieren conservar su dinero, deben recordar que ellas también dependen de las infraestructuras naturales”.

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