En las galerías de arte digital puede comprar el certificado de autenticidad de una foto de Maluma, de las ilustraciones comisionadas por Shakira, de una selfie de un joven indonesio, de un cómic o de un kilo de criptococaína. Puede esperar que se valorice y venderlo, exhibir la imagen en su apartamento del metaverso o proyectarla en un televisor en su casa, como un afiche eléctrico. Pero, ¿cómo así que comprar el certificado de autenticidad y no la imagen?
En el mundo digital es muy fácil tener cualquier imagen en un computador o un celular; copiarla, guardarla o, si está protegida, tomar una impresión de pantalla y hacerla parte de sus archivos. La puede compartir sin problema en su uso personal, pero si la utiliza con fines comerciales quizá es posible que el dueño la detecte y le cobre por derechos de autor.
De ahí que no tenga sentido vender la imagen en sí, sino el certificado de propiedad, que se registra en un sistema de cadena de bloques descentralizado, o blockchain, donde se almacenan los detalles de la propiedad en servidores regados por el mundo y de diferentes dueños. Según los expertos, es difícil que la información se pierda o se vea comprometida, pues de fallar uno de los servidores, estará en otro. Su propiedad está garantizada.
¿Por qué querría tener este certificado? El criptoinversionista David Aguilar explica que hay múltiples aplicaciones: por el orgullo de poseer algo de su artista favorito, tener afición a coleccionar un tema en específico, pertenecer a un club o inversión. Cuando el artista Camilo Restrepo empezó su proyecto a ToN oF coke en junio de 2021, vendió el NFT más caro de su galería por 1 Ethereum (ETH), que para el momento de la venta estaba cerca a los 2.000 dólares. Hoy el ETH es la criptomoneda predilecta de quienes comercian con NFT, porque permite establecer contratos inteligentes y está alrededor de los 3.000 dólares.
Vender criptococaína
Restrepo, quien tiene entre los intereses de su obra cuestionar la guerra contra las drogas, quiso vender una tonelada de criptococaína en la galería Open Sea, la más popular y abierta del mundo. Para ello, creó 1.000 imágenes de un cubo blanco, que evoca la forma en la que se empaca un kilo de cocaína y los marcó en serie, uno por uno. Quería recaudar con la venta de sus 1.000 certificados lo que cuesta un kilo de cocaína real en Colombia, que para el momento costaba un poco más de cuatro millones y medio de pesos. Lo logró con creces.
Con parte del dinero pegó mil afiches para una instalación en Bogotá, y mandó a hacer 6.000 stickers con el código QR de acceso a su galería, para repartirlos en Bogotá y Medellín. Además, sacó cincuenta serigrafías numeradas para venderlas y promocionar el proyecto virtual.
El resto de las ganancias siguen en la “billetera” de la galería, y a Restrepo le gustaría comprar una tonelada de cocaína, si esta llega a ser legal durante su vida, para darle un cierre perfecto al concepto.
Para Restrepo, el NFT fue una herramienta que le permitió abrir una serie de conversaciones alrededor del tema de su interés.
El proyecto salió registrado en más de sesenta artículos de medios de comunicación en el mundo, la información se tradujo a quince idiomas y Restrepo tuvo entrevistas con políticos interesados en revisar la guerra contra las drogas.
“Esa era la función principal del trabajo y ha tenido cosas muy interesantes, sobre todo en esta parte de la conversación. Por ejemplo, me cerraron la cuenta de Twitter y amenazaron con cerrar el Instagram por vender bienes ilegales. Es patético, porque si estas son las plataformas en donde, en este momento, se están dando los diálogos entre la gente, el de alrededor de la cocaína está vetado porque el algoritmo no es capaz de discernir entre el comercio legal y el ilegal”.
Aunque el formato no define su trabajo, es claro para Restrepo que en un momento de dificultades en la salud pública como el actual, no es inteligente estimular los encuentros presenciales. Además, hay obras que pertenecen al entorno digital, como la serie de animaciones que está trabajando actualmente alrededor del suicidio, que puede desencadenarse por la ansiedad que producen las redes sociales y sus ideales de perfección individual.
Los nativos digitales
Restrepo ha explorado las múltiples posibilidades del arte virtual para su expresión personal, pero nació en 1973, por lo que no es un nativo digital. Hay otros artistas, en cambio, que dejaron los lápices y el papel cuando eran niños y siempre se han dedicado a producir imágenes con medios tecnológicos.
Es el caso de Soy Fira, una colombiana que se define como criptoartista y ha desarrollado su carrera en el entorno virtual. Para ella, los NFT no son más que la lógica de la realidad actual. “El arte refleja lo que pasa en la sociedad y lo lo de ahora es el avance tecnológico, el arte digital, pero cuando haces una obra digital no tienes de inmediato un certificado de autenticidad, solamente está en la red, por eso antes veíamos que los artistas digitales imprimían su trabajo para certificarlo en el mundo físico, con los NFT no es necesario este proceso”.
Además de eliminar el paso de la certificación en el mundo análogo, los NFT ofrecen acceso directo al mercado del arte. Los creadores pueden tener perfiles personales en las galerías virtuales y encargarse de la comercialización y promoción de su trabajo. No hay condiciones para entrar a los espacios, así como tampoco las hay para adquirir e intercambiar criptomonedas, basta con tener una aplicación en el celular.
Otra ventaja del comercio del arte digital es la posibilidad de incluir en los contratos de venta de las obras, la exigencia de recibir un porcentaje de la reventa, por lo que, si son lo suficientemente populares, siempre estarán recibiendo regalías por la comercialización de las mismas, así ya no estén en sus manos.
Soy Fira admite que en el mercado hay muchas burbujas, en lo que concuerda Aguilar, pues como en el mundo físico, no todas las inversiones son seguras y, a veces, lo que parece un artículo prometedor, es humo. También aquí, como en el mundo del arte análogo, hay un debate sobre lo que es realmente valioso y lo que solo es costoso, pero se devalúa rápido.
Exploración pendiente
Aunque los creadores tomaron la delantera para apoderarse del mercado, la promesa del acceso fácil se ha ido diluyendo con la explosión de popularidad de los NFT en el último año, pues cada vez es mayor la competencia.
Como es necesario pagar una serie de tarifas en criptomonedas para vender las obras, y estas están cada vez más caras, ya la entrada la condiciona la capacidad económica. Aunque en teoría cualquiera se puede inscribir, sí se requeriría una inversión.
Por otro lado, actores tradicionales como las galerías y las casas de subasta están cada vez más interesadas en sacar provecho. Es posible que los altos costos de comercialización directa los favorezca, para continuar con su posición de intermediación entre los artistas y el público. Además, podrían ser la guía necesaria para quienes tienen dificultades en definir dónde estará más segura su inversión.
Andrés Córdoba, curador de la galería La Cometa, admite que apenas están empezando a capacitarse en el tema y a buscar formas de participar. “Así no lo entendamos bien, el mercado es real, mucha gente hace parte de él y cada día crece más, aunque no podamos predecir su comportamiento, todos los agentes del arte debemos prestarle atención”.
Aunque esa distancia entre el mundo virtual y el físico aún no permita que el mercado de NFT y el del arte se fusionen, para Córdoba es una posibilidad. Además, hay artistas que ya están empezando a vender con sus obras físicas, el NFT para que sus clientes tengan la copia virtual.
Además, con un golpe de suerte podría terminar haciéndose millonario con selfies, como Sultan Gustaf Al Ghozali, un joven indonesio que subió sus retratos a Open Sea, se volvió viral y recaudó un millón de euros.