Ramiro Fonnegra Gómez ha dedicado más de la mitad de su vida a las plantas. De niño fueron su medicina, en el colegio, una curiosidad, y en la universidad, como estudiante y como profesor, se dedicó por completo a estudiarlas, intentando saber de ellas todo lo posible.
El resultado de todos esos años de investigación se sintetiza en Plantas medicinales y otros recursos naturales aprobados en Colombia con fines terapéuticos, un libro que acaba de lanzar y que reúne información de 133 plantas aprobadas en Colombia para uso medicinal, que incluye, entre otras cosas, información botánica básica, pero también de la normatividad colombiana, indicaciones de empleo, preparación, contraindicaciones y precauciones; información reportada en bibliografía, como la toxicidad, las interacciones de las plantas con otros médicamente, que partes de las plantas se usan y cuáles no, usos, aplicación de tratamientos, formas caseras y farmacéuticas de preparación, un glosario de términos botánicos y un índice para ubicar los nombre científicos y comunes, las dolencias y enfermedades y la acción de las plantas.
Un libro enorme, de casi mil páginas, y una investigación ambiciosa y robusta que permitirá al lector acercarse al mundo de las plantas y de los saberes tradicionales, entendiendo también lo que hay detrás de eso, de dónde viene ese conocimiento y por qué se ha restringido y marginalizado. Es una especie de Biblia, porque hablar de plantas y sus usos terapéuticos es hablar de la humanidad, de su historia y su desarrollo. De política, poder y hegemonía.
A propósito de la publicación, EL COLOMBIANO habló con Ramiro Fonnegra.
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¿Por qué su interés en la biología y plantas medicinales?
“De toda la vida. En mi casa mi mamá nos curaba siempre con plantas. En esa época casi no conocía unos médicos, sino que todo era alrededor de las plantas medicinales, era la época de las famosas boticas. Luego en bachillerato, que se dictaba botánica, yo me enamoré de la biología”.
De ahí pasó a la universidad de Antioquia...
“Sí. Yo entré a la universidad en el 67. Allá conocí al doctor Djaja Soejarto, que es famosísimo —profesor emérito de la Universidad de Illinois—. Él fundó el herbario de la universidad, y como yo fui su primer alumno me cogió mucho aprecio. Él no hablaba muy bien español entonces me llevaba a todas partes, yo lo acompañé a todos los trabajos de campo y como él sabía tanto me enseñaba mucho”.
¿Y cómo terminó de profesor?
“En esa época había un programa en la universidad que se llamaba profesor auxiliar, éramos estudiantes los de mejor promedio crédito... Entonces nos nombraron a dos. El profesor Soejarto casi siempre se iba a ponerme cuidado a través de una ventana para después hacerme observaciones, tiene que ser más claro en esto, tiene que hacerle más énfasis en esto otro... Me corregía mucho y me enseñó muchísimo”.
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¿En qué momento empieza a escribir de plantas medicinales?
“Desde los años 90 he tenido una relación muy cercana con las plantas medicinales. Las plantas medicinales se han usado siempre, pero siempre han resultado personas a las que les interesa más el dinero que la salud entonces el gobierno ha tratado de reglamentar el uso, y en una de esas hizo un convenio con la universidad para hacer una reglamentación y unos talleres para socializarla y a mí invitaron a eso.
Hicimos los talleres y se sacó un borrador de decreto para controlar el uso de las plantas medicinales en todo sentido, desde la siembra, la cosecha y el procesamiento para hacer cualquier producto y presentamos ese borrador con un listado de 180 plantas, pero solo aprobaron 64. El primer libro es de esas 64 plantas”.
¿Cómo le fue con ese libro?
“Se vendió como pan caliente”.
Luego hizo una segunda versión...
“Sí, porque habían aumentado a 85 las plantas aprobadas. Yo hice lo mismo con el libro, aumentar la cantidad de plantas”.
Acaba de lanzar la tercera versión, incluyó 133 plantas ¿Para quién está dirigida?
“Para el pueblo, para que conozca esta información que se ha ido perdiendo”.
Es un libro menos técnico que los anteriores, entonces...
“Sí, porque yo he visto que aquí en el país están todas estas plantas y en mis trabajos de etnobotánica prácticamente todas las utilizan los campesinos, las comunidades negras, en los barrios periféricos, ellos me han dado mucha de esta información”.
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El libro mezcla sabiduría popular y ciencia sobre las plantas...
“Sí, y lo rebajé para que fuera popular, cotidiano, para la gente”.
De todas esas plantas cuáles suele utilizar usted...
“Ahora utilizo mucho Kalanchoe, en la casa mantengo las plantas y la tintura. Y salvia blanca”.
Parece haber un interés cada vez mayor en las plantas medicinales por qué cree...
“Por muchas razones. Porque la medicina oficial no ha podido sanar muchas cosas, porque están aumentando muchas enfermedades... Además, aunque venga la inteligencia artificial y la superinteligencia, eso nunca va a llegar al pueblo y va a ser una medicina muchísimo más cara que la de síntesis que ya tenemos. Si ahora es excluyente, imagínese en el futuro como va a ser”.
Este libro es su pequeña revolución...
“Y estoy escribiendo otro...”
¿De qué?
“De plantas medicinales, pero únicamente fórmulas que me han dado los campesinos, son años de conocimientos. Yo hice una libretica de plantas medicinales de los corregimientos de Medellín que fue para la alcaldía, usted no se imagina las notas que me mostraron los campesinos y me decía, esto no me sirvió así, esto sí, este lo tenía que hacer así para que me sirviera. Lo iban modificando ellos mismos”.
Nos hace falta aprender y volver a creer en las plantas...
“Pongamos un ejemplo, el café. A usted le decían que produce gastritis, que no deja dormir, un montón de cosas negativas. Pero el café que tomamos tiene 500 componentes químicos y todos trabajan sincrónicamente. Unos hacen daño, otros quitan el daño, otros no hacen nada, pero le ayudan a otro a que haga más daño o menos daño y así el conjunto de los 500. La cafeína es uno solo de los componentes”.
Nos cuesta comprender esa relación, que las cosas son sincrónicas, que trabajan juntas...
“Tenemos un chip que nos metieron desde pequeños, nos han dicho que el café nos quita el sueño, entonces usted se toma un café a las siete de la noche y no duerme. En cambio, se toma una Coca-Cola o un chocolate y se va a dormir, y tomarse un pocillo de chocolate y es como si se hubiera tomado ocho pocillos de café”.
Este es su aporte para que la gente crea en otras cosas, se acerque a otros saberes...
“Sí, pero que no sea alguien que compró el libro y puso en un consultorio. No”.
En medicina, sea tradicional o no, siempre hay que consultar con profesionales...
“Sí, pero alguien que sepa. Ni tomárselos porque sí, ni dejarlos de tomar, porque a quién consultaron no sabe. En un medicamento de síntesis, usted toma una sola molécula, en cambio, aquí son un montón de moléculas”.
Este es un libro de estudio...
“Esto es como la Biblia, que no es leerla y después predicar. Cerrar el libro y decir, ya me lo leí, ya soy pastor. No. Hay que leer y volver a leer”.