Avistar no es solo ver con los ojos. A veces, las mejores imágenes se logran con ellos cerrados. Los sonidos revelan información, incluso más valiosa.
¿Cómo más podría un pajarero conocer sobre una especie que es escurridiza, que le huye al humano, que se camufla con las hojas verdes o que vuela muy alto? Cuando las aves no son modelos que posan, los sonidos, en este caso, no tienen barreras.
Lo explica Tomás Sepúlveda Galeano, un joven que tiene apenas 16 años y que desde los 14 es un apasionado por el avistamiento de aves. “No soy un experto”, aclara, pero a simple vista parece uno: reconoce los diferentes cantos de varias especies de aves, sabe cuáles son las endémicas del departamento y cuáles las típicas de La Romera, en Sabaneta, y, sobre todo, entiende que el avistamiento va más allá de reconocer aves. Va más allá porque “permite valorar la importancia de estas especies para los ecosistemas, para las ciudades y, en este caso, para el Valle de Aburrá”.
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Para Tomás la pasión comenzó hace dos años, en plena cuarentena. Sin mucho a dónde salir y afortunado por vivir en medio de la naturaleza, aprovechó su amor por la biología para aprender sobre aves. La excusa fue un trabajo que una profesora les puso en el colegio y, desde ahí, nació su pasión que trasladó a otros lugares naturales.
Aprendió con internet, buscando en páginas, en catálogos, usando aplicaciones y después, cuando la pandemia lo permitió, saliendo con grupos de pajareros más experimentados y con guías.
Cuando sale a pajarear, va equipado: un libro guía de aves de la zona, buenos zapatos para no resbalar, una gorra para el sol, una chaqueta ligera por si hace frío, su celular con las aplicaciones, los playback o sonidos de algunas especies con un bafle amplificador y su cámara, que más que usarla para tomar fotos, la usa para tener una imagen más cercana de algún ave y poderla reconocer.
“Mucha gente se enfoca en tomarles fotos a los pájaros y ya, pero en realidad avistar puedes hacerlo sin una cámara. Es una actividad bonita el reconocer lo que hay en tu entorno, toda esa belleza que tienen cada una de las aves, que a veces no tienes que ver”.
De hecho, Tomás explica que en las listas que cada pajarero tiene sobre sus avistamientos en una zona, un gran porcentaje de las que marcan como “avistadas” fue porque las escucharon, aunque no las hayan visto.
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Se trata de paciencia y concentración, a pesar del clima y de los mosquitos. Es poder esperar, con calma, que un ave decida acercarse y tener un ojo rápido para encontrarlas entre las hojas de los muchos árboles.
Es distinguir los cantares, entender las dinámicas de la zona y procurar no alterarlas. Es toda una experiencia que despierta los sentidos.
Ahora Tomás, dos años después, está más seguro que nunca de que esto es lo que quiere seguir haciendo. Quiere estudiar Biología cuando se gradúe, pero seguirá cercano a la ornitología (rama de la zoología que estudia aves) y quisiera él mismo ser guía alguna vez “para educar a la gente sobre esta actividad, sobre las aves, que muchos no valoran”