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En el Maracaibo jugaron las últimas partidas

Durante 54 años, el bar Maracaibo fue referente del billar y el ajedrez. La nostalgia embarga a sus asiduos visitantes.

  • La noche del sábado 27 de febrero, el Maracaibo recibió jaque mate. Horacio Monsalve (abajo) fue a verlo. FOTO edwin Bustamante
    La noche del sábado 27 de febrero, el Maracaibo recibió jaque mate. Horacio Monsalve (abajo) fue a verlo. FOTO edwin Bustamante
  • En el Maracaibo jugaron las últimas partidas
29 de febrero de 2016
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El primer trago que se sirvió y se tomó en el bar Maracaibo no fue de aguardiente ni de ron: fue de vino. Porque el legendario salón de juego lo inauguraron con una misa.

El sábado pasado, último día de puertas abiertas, los habitantes asiduos del lugar se reunieron a jugar billar y ajedrez como cualquier otro día de la vida... Bueno, no como cualquier otro día, porque la nostalgia, alimentada por las evocaciones, creó una atmósfera rara, una atmósfera de tristeza sin lágrimas, esa tristeza que quiere esconderse tras la abundante charla de la cofradía.

“Ya le he dicho a Jhon —bromea Jairo Cano, un abogado que ha sido cliente por décadas, refiriéndose a Jhon Baena, el administrador— que los visitantes asiduos del Maracaibo somos víctimas de desplazamiento forzado y podríamos acudir al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, para que nos asignen una psicóloga que nos cure el trauma con el que vamos a quedar: al fin y al cabo, aquí hemos pasado muchas horas de nuestra vida”.

Y ese comentario fue celebrado por Orlando Duque, Humberto Vallejo, Manuel Antonio Lopera, Juan Rafael Arbeláez y otros ajedrecistas, y pareció también ser entendido por el Bobby Fischer del cuadro de la pared (cuyo nombre prestó al salón de ajedrez), a juzgar por su sonrisa calculada.

Esos muchachos encanecidos comentaron con orgullo que al Maracaibo lo visitaron grandes figuras, como Anatoli Kárpov y hablaron con satisfacción de su participación en la simultánea contra Tamaz Georgadze, capitán del equipo analista de Kárpov. Juan Rafael Arbeláez señaló la fotografía donde aparece compitiendo contra este ruso, hace 30 años.

“Después de una jugada, le sugerí a mi vecino de mesa: ‘él va detrás de esa pieza tuya. Déjalo, y le quitas la dama’. El retador se había ido a jugar en otros tableros, y como que lo pensó mejor: se devolvió a reacomodar las fichas. Y ante la extrañeza de mi vecino y mía, nos dijo: ‘Los grandes maestros tenemos derecho a devolver las jugadas’”.

Al Maracaibo acudieron muchos de los mejores jugadores de ajedrez de Colombia.

“A Óscar Castro lo hicimos aquí, en estos tableros —contó Humberto Vallejo—. Recuerdo que un año después de llegar, ya nos superaba a todos en nivel”. Por eso fue campeón nacional a los 19 años y fue el Primer Maestro Internacional que tuvo el país. Asistió por Colombia a las olimpiadas de Niza y Haifa en 1974 y 1976 y fue campeón nacional cinco años. Pero su celebridad fue mayor por haberle ganado al excampeón del mundo Tigran Petrosian.

Y en billar, en este recinto funcionó la liga en los años 80, bajo la dirección de Jairo Meneses. El argentino Marcelo López tuvo mesa reservada.

Lo abrió y lo cerró

Abanicado por un ventilador de cobre, un visitante no se sentó. Recorrió el lugar. Fue mirando a cada jugador y cada mesa de juego. Inspeccionó los rincones y repasó las fotografías de personajes y momentos históricos. En el segundo piso, el del billar, revisó el reloj de números y punteros luminosos y constató que solo se veían los dígitos del 5 al 12. En el tercero, el del ajedrez, visitó los peces de la pecera. Parecía querer aprenderse todo de memoria porque, como dijo: “El Maracaibo muere esta noche, a los 54 años”. Es Horacio Monsalve, un sujeto que asistió a la inauguración.

“No recuerdo si fue el primero o segundo viernes de noviembre de 1962. Don Arcadio Zuluaga, el fundador, venía del Café Río, en Junín, entre Pichincha y Ayacucho, y del Soratama, en Junín con La Playa, que era de tertulias. Después, abrió este y los clientes nos vinimos tras él. Hubo misa a las once de la mañana, con familiares y amigos, y a las dos de la tarde se abrió al público en general”.

Cada año, para celebrar el aniversario, realizaban un torneo de billar con árbitros y apuntadores, que duraba treinta días.

Recordó que hubo un garitero viejo y simpático, un tal Lázaro que ya está muerto. No permitía la entrada de quien llegara mal vestido o en pantaloneta. Lo paraba en la entrada y le decía que esto era un club.

“No había tercer piso. Los billares eran pequeños. Las mesas grandes y el juego a tres bandas llegaron después, con jugadores como Rolando Torres y Rodrigo Mejía, que los fueron impulsando”.

A los veinte años de fundado, Zuluaga le vendió el salón a Mario Piedrahita, quien lo tuvo mucho tiempo.

Al legendario salón lo inauguraron con una misa y lo despidieron con un baile. “Esta es una fiesta en medio de un velorio o un velorio en medio de una fiesta”, definió Jairo Cano al expresar la nostalgia anticipada que lo embargaba el último día del Maracaibo.

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