Desde el primer semestre como estudiante de medicina, David Fernando Aguillón se adentró en el mundo de la investigación al punto de ser el escogido —años y títulos después— para reemplazar a Francisco Lopera, referente de la ciencia colombiana, como la cabeza del Grupo de Neurociencias de Antioquia (GNA).
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Su carrera se ha desarrollado en el marco del GNA, de la Universidad de Antioquia, donde pasó por diferentes roles, desde joven investigador hasta director; y donde trabajó con pacientes, algo que le permitió integrar los conocimientos fisiopatológicos y celulares con la práctica clínica, una combinación fundamental para responder preguntas clínicas complejas y avanzar en la comprensión de enfermedades neurodegenerativas. Además, durante su doctorado en Ciencias Básicas Biomédicas colaboró con familias que padecen Alzheimer genético, tratando de descifrar la disfunción sináptica en esta población y participando en diversos ensayos clínicos para conocer así, y en profundidad, el grupo y su funcionamiento.
En particular, Aguillón participó en la identificación de dos variantes genéticas que parecen ser protectoras contra el Alzheimer, dos mutaciones, identificadas en personas que no desarrollaron la enfermedad en la edad esperada, que abrieron nuevas vías de investigación para el desarrollo de medicamentos que puedan prevenir la acumulación de proteínas tóxicas en el cerebro, un proceso clave en la patogénesis de la enfermedad.
En EL COLOMBIANO hablamos con él.
Hablemos de su trabajo, de qué lo llevó a interesarse por este campo de la investigación médica...
“Desde el primer semestre de medicina me vinculé a un semillero de investigación que se llama Sinapsis, y ahí despertaron en mí toda esa curiosidad por la investigación, me enseñaron cómo hacer preguntas, cómo responderlas, cómo formular un proyecto, y eso me permitió acercarme más a la ciencia. Además, ese semillero estaba vinculado al grupo de neurociencias, entonces solo se enfocaba en investigación asociada a las neurociencias y a las enfermedades degenerativas, aunque luego fue ampliando su espectro”.
Con frecuencia los medios de comunicación cubrimos las investigaciones médicas cuando se producen avances, pero, ¿cómo es la vida corriente en un grupo de investigación de la talla del que usted lidera?
“Nuestro día a día es realmente emocionante. El doctor Lopera me decía un día que antes esas noticias emocionantes llegaban cada año o cada dos años, pero ahora, cada semana surge un dato innovador en ciencias básicas, en el área clínica o en la parte genética, y esto es porque tenemos tantos proyectos en marcha que constantemente nos sorprendemos con nuevos hallazgos.
Hablamos todo el tiempo de pacientes, muchos de ellos sanos que, por su condición genética, van progresando hacia enfermedades degenerativas. Hemos desarrollado diversos estudios alrededor de este proceso con el objetivo de hacer un diagnóstico temprano o, incluso, identificar a quienes están protegidos contra la enfermedad, lo cual es nuestro enfoque principal actualmente.
Así que, casi cada semana, recibimos noticias emocionantes: un nuevo candidato para la protección contra el Alzheimer, una posible molécula, una vía prometedora, resultados interesantes de un biomarcador, o un caso clínico peculiar, como el de un paciente que desarrolla la enfermedad más tarde de lo esperado. Todos estamos en una búsqueda constante, lo que hace que nuestro trabajo sea extremadamente interesante y gratificante.
Además, lo que realmente embellece nuestro trabajo es el enfoque social del grupo. Sentimos la responsabilidad de devolverle a la sociedad todo lo que nos aporta en investigación. Por eso, nuestro programa social y de salud mental incluye talleres, actividades, espacios educativos y de acompañamiento a las familias, lo que garantiza una mejor calidad de vida para esta población.
Es decir, la experiencia diaria en el grupo es tan emocionante que el tiempo pasa volando. Además, la consulta con los pacientes sigue siendo un aspecto central de nuestro trabajo. Es una consulta exhaustiva, donde tenemos tiempo para discutir con la familia, reconstruir el árbol genealógico, examinar en detalle los resultados y debatir con los estudiantes, lo cual convierte nuestro espacio en uno altamente académico”.
La dedicación y visión del doctor Lopera fueron fundamentales para posicionar al GNA como un grupo líder en la investigación de enfermedades neurodegenerativas en Colombia y el mundo. ¿Cómo fue el proceso de transición para que usted asumiera el liderazgo?
“Hace aproximadamente cuatro años comenzamos un proceso de empalme. El doctor Lopera siempre fue una persona soñadora, visionaria y estratégicamente orientada. Él estaba más enfocado en un ámbito administrativo y aunque tenía una consulta más corta seguía alimentando de pacientes al grupo. Por mi parte, yo estaba más involucrado en la operación diaria de los proyectos. Él traía los proyectos, los transfería a nosotros, y nosotros nos encargábamos de estudiarlos, organizarlos y ejecutarlos, ya que contamos con una capacidad operativa y de reclutamiento admirable.
En este momento mi rol cambió un poco porque debo asumir más responsabilidades administrativas. Por ejemplo, la paciente que acaba de salir —se refiere a una mujer a la que saludó mientras caminaba hacia su oficina— es una de esas personas que conocí cuando estaba en mi año rural, recorriendo Colombia y encontrando nuevas familias para el grupo. Durante esa travesía la encontramos, y después de algunos años logramos vincularla a un estudio, trayéndola a Medellín. He mantenido una cercanía, a lo largo del tiempo, con esas personas y familias. Conozco muy bien su proceso, desde que están sanos hasta que comienzan a enfermarse. De alguna manera, el grupo se vuelve muy cercano a sus pacientes y a la comunidad que los rodea.
De aquí en adelante tendré menos tiempo para estar con ellos en el día a día, asumiré un papel más estratégico: buscar proyectos, recursos, financiación, escribir y publicar. La figura cambia un poco, pero la idea es continuar ese profundo relacionamiento”.
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En la década del 2020, el GNA logró dos grandes victorias. La primera es la identificación de dos nuevas variantes genéticas candidatas a ser protectoras del Alzheimer. ¿De qué se tratan estas dos variantes?
“En el año 2017 comenzamos a encontrar personas que no se enfermaban a la edad usual. Las mutaciones en presenilina-1, uno de los tres genes que causan Alzheimer, tienen edades de inicio específicas. En el caso de la mutación paisa, el deterioro cognitivo leve (DCL) comienza a los 44 años, y la demencia a los 49. Sin embargo, identificamos casos que se enfermaban mucho más tarde. El primero de ellos comenzó a mostrar síntomas a los 72 años, casi 30 años después de la edad esperada, y otro caso a los 70 años. Estos descubrimientos nos llevaron a investigar qué estaba ocurriendo.
Después de un extenso estudio, logramos descubrir y publicar en 2019 en Nature Medicine el caso de una persona con una mutación llamada Pod3K. Hace un par de años publicamos otro caso, un paciente con inicio tardío y una mutación denominada Rilincolpos. Ambas mutaciones tienen mecanismos diferentes, pero protegen contra la patología del alzheimer. Es decir, evitan que las proteínas anormales se acumulen en el cerebro y desencadenen los síntomas clínicos.
Esto es crucial porque los medicamentos actuales, como el Aducanumab, Lecanemab y Donanemab, se enfocan en eliminar esas proteínas acumuladas. Las mutaciones protectoras, en cambio, nos enseñan cómo evitar que esas proteínas se acumulen en primer lugar, lo que abre la puerta a nuevas investigaciones y desarrollos farmacológicos. Desde que publicamos el artículo en 2019, muchos investigadores han comenzado a estudiar genes de protección, diseñar modelos de ratones y células para entender estos mecanismos. Ahora, la competencia es encontrar un medicamento que pueda replicar esta vía de protección.
Además, tenemos otros genes candidatos en estudio. Por eso, creemos que el camino hacia la cura del Alzhéimer podría estar en este tipo de investigaciones. No es casualidad que este hallazgo le valiera al Dr. Lopera el premio Potamkin este año, y que el grupo haya participado plenamente en este logro”.
La segunda victoria se refiere a que alcanzaron una colección de más de 500 cerebros de origen humano. ¿Qué características tienen esos cerebros y por qué es tan importante esa colección?
“Casi la mitad de esos cerebros tienen un origen genético, es decir, una mutación causal de alguna enfermedad. Aproximadamente 160-170 de estos cerebros provienen de la mutación paisa recolectados durante estos 40 años de investigación, lo que los hace extremadamente especiales, porque no solo representan tejidos, sino también historias completas: incluyen evaluaciones médicas, neuropsicológicas, resonancias, biomarcadores, y un seguimiento exhaustivo que nos permite estudiar su evolución tanto en vida como post mortem.
El haber publicado casos de resistencia al Alzheimer es posible gracias a esos 40 años de historia y al análisis de estos cerebros, porque ellos nos permitieron validar en los tejidos todo lo que habíamos comprendido y estudiado en vida.
O sea, estos cerebros son de un valor incalculable por la historia del grupo, por sus características genéticas y por la población colombiana que representan. Aunque 500 cerebros en 40 años no parezcan muchos, su calidad y particularidades los convierten en una colección invaluable”.
¿Qué otros avances han tenido en el GNA hasta el momento?
“El grupo está enfocado en encontrar biomarcadores que faciliten un diagnóstico temprano de la enfermedad, tanto en ciencias básicas como clínicas. Estamos diseñando pruebas ecológicas en dispositivos electrónicos, pruebas de lápiz y papel, neuroimágenes y biomarcadores en plasma, entre otros. También investigamos otras patologías como CASI, una demencia vascular, buscando mecanismos que retrasen su aparición.
Además, estamos haciendo un seguimiento exhaustivo a pacientes con enfermedad de Huntington y pronto comenzaremos estudios adicionales sobre ella, incluyendo la posibilidad de realizarlos localmente. Sin contar con que estamos iniciando investigaciones sobre Parkinson, en las que integramos ingeniería para utilizar tecnología en el diagnóstico temprano y la terapia efectiva, a través de un seguimiento remoto pero preciso. Otro proyecto importante es el estudio de niños con mutaciones para entender el impacto en su neurodesarrollo.
En resumen, tenemos múltiples frentes de acción en diferentes enfermedades neurodegenerativas y participamos en consorcios internacionales para ensayos clínicos farmacológicos y no farmacológicos. Muchas de nuestras investigaciones son pioneras y han sentado las bases para estudios internacionales o han respaldado el desarrollo de nuevos medicamentos. El grupo ha hecho grandes aportes gracias a sus características únicas, la población estudiada y la infraestructura que se ha desarrollado en estos 40 años”.
El GNA ha fortalecido un modelo de investigación integral entre las ciencias básicas, las ciencias clínicas y el Neurobanco, con el fin de fortalecer la investigación de traslación y los programas de promoción de la salud mental y cerebral, y la prevención del alzheimer y otras enfermedades neurodegenerativas. ¿Cuál es el reto para usted ahora como director?
“Tenemos muchos retos, especialmente como lo han mencionado algunos, llenar esos zapatos. Pero el doctor Lopera creó una plataforma muy sólida, y hoy contamos con un equipo de trabajo fuerte y organizado que nos permite asumir cualquier proyecto y desarrollar ensayos, estudios observacionales o clínicos.
Nuestro gran reto ahora es encontrar un medicamento o mecanismo que proteja o retrase el Alzheimer y, posteriormente, aplicarlo a otras enfermedades neurodegenerativas. El objetivo global del grupo es la identificación temprana para una intervención oportuna que ayude a retrasar o evitar la enfermedad.
Para mí, como director, el desafío es continuar el legado del doctor Lopera, trayendo proyectos que sigan la misma línea y avanzando en el crecimiento del grupo. Tenemos grandes proyectos y metas ambiciosas, y estoy seguro de que, con el talento humano que tenemos, podremos lograrlas”.
Hay mucha esperanza puesta en ustedes, en su trabajo de investigación. ¿Siente alguna presión por encontrar la respuesta a tantos años de investigación?
“No lo veo como presión. La presión, si existe, es la que el grupo se impone por el cariño que ha desarrollado con las familias. El doctor Lopera, Lucía y muchos otros han estado aquí por 40 años, viendo a los abuelos, luego a los padres, y ahora a los hijos participar en la investigación. Aprendemos algo nuevo cada día, y sentimos que estamos muy cerca de encontrar un tratamiento preventivo.
Miramos hacia atrás y vemos todo el esfuerzo y la inversión que nos han traído hasta este punto. No es tanto una presión externa como un compromiso y responsabilidad hacia esta sociedad y población específica, que ha sufrido tanto. Les hemos dado respuestas a lo largo de los años: en 1995, les explicamos que lo que tenían era una mutación genética, no una maldición o un embrujo; luego, en 2013, iniciamos el primer ensayo clínico, aunque el fallo de la molécula fue un golpe para el grupo. No obstante, aprendimos mucho, ya que de ese estudio surgieron los genes de protección.
Ahora, tenemos nuevas opciones y ensayos clínicos en curso que son muy prometedores. Hemos avanzado y les hemos dado respuestas, pero el compromiso de entregarles algo tangible aún existe. No es una presión externa, sino una responsabilidad que sentimos hacia ellos”.