“No era más que una zarigüeya semejante a cien mil otras. Pero yo la protegí, le cuidé y le conservé; ahora es única y especial en el mundo ¡es mi amiga!”. Esta adaptación de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, aparece en el libro Zarigüeyas, de la Fundación Zarigüeya (FUNDZAR), una organización no gubernamental encargada de proteger y conservar a estos animales en su entorno natural, por medio de acciones de educación ambiental e investigación sobre la biología y ecología de la especie.
Una de esas acciones, por ejemplo, es el Museo Itinerante Marsupial, una estrategia que surge con el patrocinio y el apoyo de la Universidad de Antioquia, Cornare, el Área Metropolitana del Valle de Aburrá, Dynamica y Morcinea Arte, la cual “está dedicada a desarrollar programas y colaborar de manera intensa con diversas instituciones educativas, gubernamentales y culturales para brindar una amplia oferta de actividades que promuevan la divulgación de información para la conservación de la fauna silvestre en Colombia”, explicó Francisco Javier Flórez Oliveros, director de la fundación, del museo y profesor de la U. de A.
Con ella buscan propiciar espacios de aprendizaje y diálogo en torno a diversos temas de conservación, para intercambiar ideas que contribuyan a que cada visitante reflexione y se sienta motivado a tomar una participación activa en su contexto local para la protección de las zarigüeyas, esos mamíferos marsupiales, parientes de los canguros, los koalas y los ualabíes, que han despertado un incipiente e insospechado desprecio en los territorios que habitan.
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Todas las Didelphis, género al que pertenecen, son originales de América, donde existen más de 130 tipos registrados desde Canadá hasta Argentina, y están categorizadas como especies de preocupación menor según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), pues desafortunadamente sufren una persecución injusta e innecesaria por parte de personas que los confunden con ratas, animales con los que no tienen nada qué ver, o que ignoran que su función en los ecosistemas es indispensable para mantener el equilibrio natural.
Y es que como, además de pesar en promedio de uno a tres kilos y vivir de dos a cinco años, son omnívoras y tienen una excelente capacidad de adaptación, cumplen labores como controladores de poblaciones de insectos, artrópodos y pequeños vertebrados; y como dispersoras de semillas no solo en los bosques sino también en la ciudad, ya que a su dieta oportunista le incluyen frutos de todo tipo y granos, aunque varía entre jóvenes y adultos. Los primeros prefieren insectos y plantas, mientras que los segundos, a los otros animales.
Asimismo, algunas son arborícolas y otras terrestres, aunque todas comparten el fascinante cuidado parental con el que hasta hace muy poco se les empezó a relacionar. “Este aspecto de las zarigüeyas tiene que ver con que son especies que nacen vulnerables, sin pelaje, con los ojos cerrados y con solo un par de extremidades desarrolladas, por lo que tienen que pasar mínimo un mes y medio en el marsupio de las madres, pegadas de su mamas, las cuales llegan a tener hasta 23 individuos en un año, de los que solo sobreviven entre tres y seis”, detalló Flórez Oliveros.
Toda esta información es la que da a conocer el Museo Itinerante Marsupial, que recibe su nombre gracias a que visitará diferentes lugares de Colombia con información ampliada y detallada de doce de las especies de zarigüeyas que habitan en el valle de Aburrá.