Cuando Kevin Murcia tenía ocho años recibió un regalo que le cambió la vida: sus padres le dieron un celular. En pleno 2014, cuando Facebook contaba con más de 1.200 millones de usuarios y era ya normal que niños y jóvenes hicieran parte del mundo virtual, este regalo no tendría por qué haber causado alarma. Y no lo hizo.
Un año antes había recibido en Navidad una tableta, donde veía videos en YouTube y frecuentaba algunos juegos como Talking Tom, la mascota gatuna virtual que los usuarios debían encargarse de cuidar. Las cosas con su nuevo regalo no fueron muy diferentes, pero poco tiempo después Kevin entró al mundo de las redes con Musical.ly, la aplicación que tres años más tarde se convertiría en TikTok.
Además de esta red social, donde predominaban los contenidos que mostraban a miles de usuarios siguiendo coreografías al ritmo de canciones virales, también creó perfiles en Facebook e Instagram.
A Kevin le encantaba ver el contenido que creaban los influencers de esas redes sociales: en esas fotos y videos que mostraban cuerpos y estilos de vida de ensueño encontró una aspiración, una meta que él debía alcanzar. A partir de ese clic fue que todo cambió. Sus esfuerzos se concentraron en esto y, en vez de encajar, comenzó a ser víctima de ciberacoso y de matoneo escolar por su intento de replicar lo que estaba en la pantalla.
“Encontrar que esa vida perfecta y la vida real no encajaban fue lo que desencadenó todo esto”, cuenta Kevin mientras recuerda todos los síntomas que comenzó a experimentar. Falta de apetito, pensamientos suicidas, alteraciones en la percepción corporal más tarde se convirtieron en un desorden afectivo y emocional fuertemente marcado por la ansiedad y la depresión.
La generación ansiosa
A pesar de que el caso de Kevin solo hace parte de su historia personal, el contexto actual lo conecta a una problemática generacional. Así lo creería el psicólogo social Jonathan Haidt, autor de La generación ansiosa, un libro publicado este año en español por el sello editorial Paidós.
En su texto, Haidt plantea que la Generación Z, aquellas personas nacidas entre 1995 y 2010, están enfrentando una epidemia de enfermedades mentales debido al uso de redes y nuevas tecnologías.
Para él, esto ocurre porque las nuevas generaciones se están enfrentando a una forma de crecer que no tiene precedentes: por primera vez en la historia de la humanidad las personas se están desarrollando alejadas de las interacciones sociales en el plano físico, el cual era el principal escenario de socialización humana.
Como prueba de esta epidemia está el aumento en las cifras de ansiedad, depresión, autolesiones y suicidios en Estados Unidos entre 2010 y 2015, época en que los jóvenes se entregaron de lleno a sus celulares, según Haidt. Este patrón, aunque en medidas diferentes, también se encuentra presente en el resto de los países que hacen parte del hemisferio occidental.
Por ejemplo, en Colombia hay datos alarmantes. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 44,7% de los menores de edad tienen indicios de enfermedades mentales como ansiedad y depresión. En 2023, la Procuraduría también lanzó una alerta por el estado de la salud mental de los colombianos más jóvenes: los rangos de edad con mayores índices de problemas en salud mental son de 17 a 24 años, seguido por los adolescentes de 12 a 16 años.
Tatiana Sánchez, psicóloga infantil, le explicó a EL COLOMBIANO que el uso constante y desmedido de plataformas digitales puede ocasionar en niños y jóvenes la pérdida de habilidades sociales, procrastinación, bajo rendimiento académico, trastornos en la alimentación y alteración del sueño. A esto, Elena Gómez, psicóloga integrante del equipo de salud mental de la corporación Metáfora, añade que el impacto de las nuevas tecnologías está relacionado en la transición que se hizo entre el juego, que ocupa un lugar esencial en el desarrollo de los menores, y que ahora fue reemplazado por el mundo virtual.
Además de la ansiedad y la depresión, enfermedades que podrían detonarse por el uso de las redes sociales, otro de los riesgos son las adicciones, como aquella que experimentó David.
Un asunto para regular
Cuando David Chávez tenía 13 años descubrió Transformice, un videojuego en el que cada usuario tiene un ratón virtual que debe obtener un pedazo de queso para guardarlo en su madriguera.
Poco a poco, el juego se fue convirtiendo una constante en su vida, hasta que llegó el punto en que este ocupaba la mayor parte de su día.
“El problema es que uno comienza a descuidar aspectos fundamentales”, afirma David, recordando que en ese momento dejó a un lado las tareas del colegio, descuidó su alimentación y puso a un lado el hecho de compartir en el mundo real con otras personas. Paradójicamente, el hecho de crear amistades y relaciones sentimentales en el mundo virtual fue una de las cosas que más lo atrapó.
Las afecciones mentales como las que Kevin y él experimentaron son una de las causas centrales por la que ahora varios gobiernos han tomado la decisión de crear medidas para regular y/o prohibir el uso de redes sociales en menores de edad. Desde finales de noviembre, este asunto ha generado una discusión a nivel mundial sobre los efectos y las medidas de protección de niños y jóvenes que son usuarios de las nuevas tecnologías.
El hecho que le dio vigencia a este debate fue la prohibición de redes sociales a menores de 16 años aprobada por el Parlamento australiano. Esta decisión fue celebrada por muchos y criticada por otros, especialmente por la condición exprés del trámite que solo fue discutido durante ocho días.
Después de esto también se conoció que otros países han venido trabajando en medidas similares desde hace algunos meses. Uno de ellos es España y otro Colombia, donde el Proyecto de Ley 261 de 2024 de los senadores del Centro Democrático Enrique Cabrales, María Fernanda Cabal y Esteban Quintero busca que los niños menores de 14 años no tengan acceso a las redes sociales. Esta iniciativa, que cuenta con el respaldo del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTic), ya fue aprobada en primer debate, pero aún le quedan tres rondas para convertirse en ley.
Para Felipe Sánchez Iregui, abogado experto en regulación digital, uno de los aspectos que hay que resaltar del proyecto de ley colombiano es el toque de queda digital que se aplicaría en caso de que sea aprobado. La idea es que entre 10:00 p.m. y 6:00 a.m. las redes sociales bloqueen el acceso para aquellos menores que cuentan con la autorización de sus padres para utilizar redes sociales.
Y es que la discusión sobre prohibir o regular es compleja. Sin embargo, Sánchez le explicó a EL COLOMBIANO que una de las acciones necesarias para proteger a los menores que utilizan las plataformas digitales es la creación de medidas de seguridad más fuertes a la hora de comprobar la edad de los usuarios por parte de los gigantes tecnológicos.
A parte de esto, Sánchez y Gómez, las psicólogas infantiles, coinciden en que los padres de familia también son fundamentales a la hora de prevenir problemas en la salud mental debido al entorno digital. Tiempo de calidad, comunicación asertiva y límites en el uso de dispositivos electrónicos son algunas de las recomendaciones que pueden seguir los cuidadores.
Discusión que apenas empieza
Aunque diferentes en el fondo, las historias de Kevin y David tienen puntos de encuentro. El más grande es el anhelo de pertenecer, de sentirse parte de un grupo a pesar de que este solo sea real en la pantalla. Esto muestra que, a pesar de sus virtudes y defectos, ya la virtualidad es un espacio de relacionamiento clave para la sociedad. Por eso, la discusión sobre el hecho de vetar abruptamente a los más jóvenes significa entrar en arenas movedizas.
Este es un acontecimiento sin precedentes en la historia y no solo ha afectado la salud mental de los menores, sino que ha alterado el estilo de vida de todas las generaciones. Por ende, lo que está sucediendo actualmente responde a la necesidad de reflexionar sobre ni más ni menos que la condición humana contemporánea.
La protección de los niños y adolescentes es una de las prioridades de la sociedad. Por eso, la discusión sobre los efectos y perjuicios de las nuevas tecnologías es un debate pendiente.
Pero no solo ese. También queda pensar en lo que han causado los dispositivos y plataformas en los adultos, por ejemplo. Para eso hay que apartar la vista del celular por un momento y pensar en quiénes nos hemos convertido.