Por José Loaiza
Imposible no recordar el trotecito gracioso de papá mientras rebotaba la pelota de baloncesto. Para mí era grande en esos años, aún sin pasar de 1,70 metros. Su risa está marcada en lo que queda de esos años; el chiste era jugar con un niño prendido de sus piernas, no atinar a la canasta. Imposible no decir que podía tender hasta los balines una bicicleta en sus mínimas partes sobre un trapo, sacar repuestos de cajas y baldes, engrasar todo lo que rodara y volverla a armar sin ruidos o brincos que restaran al impulso de cada pedalazo.
Le pasa igual a Pablo Augusto Quiroz, nadador y triatleta. Su papá, Leonardo, se dedicó en ese tiempo a investigar lo último en implementación para el triatlón y hasta a gerenciar ese deporte, que no se conocía muy bien en el departamento. Hoy es el hincha más fiel del Alianza Antioquia, equipo en que juega su hijo menor, que también tiene el nombre del abuelo y se ha ganado con goles el apodo de Leo. Y tendrán recuerdos semejantes la pequeña María Celeste “la Sirena” Serna Ríos y su hermano Alejandro, hijos de Vladimir Serna, docente universitario y entrenador de natación, que los sumergió en el azul de la piscina desde que cada uno tenía tres meses.
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“Durante muchos años, los médicos del deporte y las asociaciones de pediatría se han dedicado a prescribir la fórmula de que los niños hagan ejercicio cinco o seis días a la semana, por lo menos una hora diaria”, explica Jesús Miranda Bolívar, médico del deporte del laboratorio Biuman. “Sin embargo, todas esas recomendaciones se quedan sin un apoyo cuando los padres son sedentarios y solamente empujan al hijo a hacer ejercicio”. Asimismo, el tiempo compartido entre padres e hijos alrededor del deporte debe ir más allá de repetir las disciplinas que practicaron los primeros en su juventud. Y, sobre todo, más allá de ganar o perder. Para Andrea Guarín Cortés, entrenadora de competencias humanas en deportistas, la exigencia por los resultados también termina por frustrar el proceso. Las emociones y el ejemplo no se olvidan cuando se vuelven lo mejor del tiempo juntos.
Soñar con una pelota
Es día de partido, el debut de Leo en baby fútbol y Pablo trata de mantener la calma. Casi se acaba el primer tiempo y ha pisado el balón un par de veces en el área pero sin mucha claridad. “¿¡Eso no era penalti!?”.
“Todo lo que estoy viviendo con mi hijo me recuerda mucho cómo era mi papá conmigo. Él me acompañaba en todo desde que le dije que me empezó a gustar el triatlón. Ahora, yo soy feliz esperando los días de entrenamientos y de partidos. En qué cancha va a jugar, a qué hora, mirando los rivales, qué guayos hay... qué profesores buenos para que le den clases personalizadas y todo eso”.
En el descanso, Leo pide los guayos que tiene más domaditos. Pablo solo tiene una seña para que esté tranquilo. Y en ese segundo tiempo acaba la tensión cuando corre en diagonal tras un pase y le pone la pelota por encima al portero. Minutos antes del final, cazó el rebote de un tiro libre y la volvió a mandar al fondo del arco. Desde las gradas, se ríe su más fiel seguidor y suena el chiflido más fuerte que haya sonado en la cancha del barrio Antonio Nariño.
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Como una sirena pequeña
Vladimir y María Celeste atraviesan la piscina del Politécnico Jaime Isaza Cadavid. El profe y su hija de 10 años nadan parejos, se miran bajo el agua y chocan sus manos en un saludo que repiten cada brazada. “A veces me tengo que contener de animar más a mi hija que a los otros deportistas para evitar celos. Pero es muy bonito, porque se conjugan emociones indescriptibles”, dice Vladimir, quien hoy es docente de cátedra y trabaja con el equipo de natación del Jaime Isaza Cadavid.
“Con mi hijo Alejandro fue lo mismo. Desde los tres meses empezó en el agua, siempre me acompañaba a los eventos”. Luego hizo parte de la selección Antioquia de natación con aletas y hoy es entrenador del equipo de Envigado de esta disciplina. “Es algo que, por llevarlo en las venas se lo he transmitido a mis hijos. Esto nos ha fortalecido mucho como familia”.
Cada vez que puede, el profe va acompañado con su sirena al trabajo y pasan tiempo entre padre e hija en el agua. “No tengo una planificación deportiva definida para ella. El tiempo la irá llevando, porque es muy pequeña todavía”.