El animal favorito de la geóloga e ilustradora científica Marie Joelle Giraud es el trilobite, un artrópodo extinto del que se conocen más de 4.000 especies y que es el fósil más característico de la Era Paleozoica.
Parecidos a las cucarachas de hoy, Giraud está acostumbrada a dibujarlos con frecuencia, y tiene una colección de ilustraciones de varios artistas de casi 5.000 imágenes, pero no solo los ha dibujado, también ha tenido que leer sobre ellos, conocer en detalle sus partes, cuáles fueron sus hábitos y hábitats, con qué animales compartían ecosistemas, cómo fue la era en la que vivieron...
Porque si algo debe tener un ilustrador científico es rigurosidad. No se puede dibujar porque sí, ni adivinando. Cada detalle, cada línea y cada color deben ser revisados con el equipo de expertos que dirigen la investigación y que pueden hacer tantas correcciones como sean necesarias.
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Para tomar una foto se necesita, a grandes rasgos, una cámara, el objeto o paisaje que se retratará y talento. Usted puede fotografiar un atardecer, la sonrisa de una mujer o los detalles del pelaje de su mascota. Puede, incluso, tomar fotos de planetas lejanos o de bacterias diminutas. Pero hay cosas que no se pueden registrar con una cámara: un fotógrafo no puede partir la Tierra como si fuera un pastel para fotografiar sus niveles geológicos o agarrar un trozo de piel de un animal para detallar —con divisiones claras— sus capas, y no puede, por supuesto, revivir un animal extinto hace miles de millones de años para pararlo frente a su lente.
Y es ahí donde es valiosa la ilustración científica y los ilustradores como Marie. Profesionales en la ciencia, y también en el arte: transforman una investigación, un descubrimiento o un paper en dibujos con acuarelas, lápices, plastilina o cualquier otra técnica y herramienta; que traen a la vida animales muertos y que traducen, en imágenes, lo que a veces un científico no alcanza a decir en palabras. ¿Cómo podría la humanidad imaginarse cómo se ve un tiranosaurio rex o un megalodón si no fuera por un ilustrador?
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La ilustración propia favorita de Marie Joelle Giraud fue una recientemente publicada por el Servicio Geológico Colombiano en la portada de uno de los tomos de The Geology of Colombia, Volume 1 Proterozoic – Paleozoic, que rescata la geología del país. En él se reconstruyó el ambiente paleoecológico de una formación que se encuentra en una perforación del pozo La Hielera en Arauca a mil metros de profundidad.
Ella, como recursos para sus dibujos, solo tuvo un artículo científico de 30 años de antigüedad y el contacto con el asesor principal y director del Mapa Geológico. Ahí es cuando el ilustrador se vuelve, además de artista, científico: sabe de grafito, lápices de colores secos y húmedos, acuarela, tintas, modelados y acrílicos, pero también debe saber de biología, anatomía, geología y varias otras ciencias.
Su paso a paso para comenzar fue recibir la orden de dibujo de tres tipos de trilobites, buscar registros fotográficos de fósiles, otras ilustraciones de otros tipos y recordar todo lo que ya sabe de ellos, como que unos se han encontrado con huevos que hospedaban en sus cabezas o que tienen simetría bilateral, lo que implica que un lado se puede dibujar igual que el otro. “Conocer el animal me permite hacer mejor mi trabajo”, dice, y es probable que por eso ella fuera la elegida para esta labor, dada su especialización en trilobites. Hay ilustradores especializados en ojos, en patas de mosca, en excremento...
Después de investigar, leer sobre su ambiente y otras especies, sobre su alimentación y demás, lo que sigue es dibujar. Pero no es solo sentarse y comenzar: es importante pensar en los colores, en el volumen, imaginarlos vivos, “y tienes que hacerlo bien, porque sino estás dibujando otra especie”. Hay también expertos que piden que el animal sea dibujado a blanco y negro porque jamás se supo de su color y el investigador no quiere asumirlo. Se hacen unos primeros bocetos, se modelan ejemplares en plastilina para entender mejor su movimiento, ver cómo actúan, si se enrollan... y luego se envían y devuelven bocetos con decenas de correcciones y todo vuelve a empezar. Si hay una especie de mono que solo se posa en un tipo de árbol, ese árbol debe también especificarse y dibujarse como tal. Se debe ser detallado, claro.
Puede pasar, también, que en medio del dibujo, los investigadores encuentren nuevos hallazgos que cambian el rumbo de la ilustración, como tejido blando, detalles de cómo eran las patas, si había dimorfismo sexual (diferencia física entre machos y hembras), si tenía antenas y demás. Se trata de un intercambio constante con el cuerpo científico. Son ellos quienes saben y guían, quienes pueden decir si las escalas están bien, si los juveniles son diferentes, si los colores son los apropiados. Y una vez ellos aceptan los bocetos, el ilustrador puede hacer propuestas sobre la ilustración final y si se quiere o no integrar con paisajes o con otras especies que compartían ecosistema.
Hay ocasiones, afortunadas, donde se encuentran animales completos, casi momificados, prácticamente dormidos entre las rocas, que permiten estudios y de los que se ha llegado a ver hasta los intestinos con máquinas especializadas, pero hay otras en las que el hallazgo es mínimo, sin antecedentes, solo un diente o un pedazo de hueso o una muestra de tejido blando preservado en una roca y tal vez se pueda deducir el tiempo geológico al que pertenecía. Al no haber más registro fósil, no se puede ni debe dibujar el animal completo, por lo que se ilustrará solo lo que se puede ver, sin interpretar.
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La ilustración científica acompaña textos específicos, requiere investigación, puede describir organismos, animales, partes de sus cuerpos, esquemas geológicos, estratigráficos o paleogeográficos, temas difíciles de entender para muchos pero que se hacen más amigables con dibujos y pinturas. Acompañan tesis de maestría, doctorados, textos especializados de difusión científica, libros, murales, con la capacidad de ser de fácil entendimiento para la divulgación.
Es un proceso que va más allá del análisis y que nunca es un trabajo de uno solo, sino de equipo, de la mano de biólogos, paleontólogos, geólogos, especialistas y científicos y comités investigadores, porque no hay espacio para los errores. Según Giraud, son tres claves: la interdisciplinariedad, la rigurosidad y la confidencialidad.
La ilustración científica puede trabajar con el pasado, el presente y futuro; eliminar ruidos, grietas y sombras; puede entrar al detalle o explicar el paisaje y, sobre todo, es una puerta que se abre desde la ciencia hacia la sociedad.