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Doña Alexa, una mujer trans en el corazón de la montaña

Alexandra Herrera tiene 56 años, vive en el norte de Antioquia y de su matrimonio quedaron tres hijos. EL COLOMBIANO la visitó en su finca para conocer su valiente historia.

  • Alexandra Herrera, mujer trans, adulta mayor y rural que vive en el municipio de Guadalupe. FOTO Camilo Suárez
    Alexandra Herrera, mujer trans, adulta mayor y rural que vive en el municipio de Guadalupe. FOTO Camilo Suárez
  • Alexandra vive en una finca de 22.000 metros cuadrados en Guadalupe. FOTO Camilo Suárez
    Alexandra vive en una finca de 22.000 metros cuadrados en Guadalupe. FOTO Camilo Suárez
  • Dice que los vestidos son su prenda favorita. FOTO Camilo Suárez
    Dice que los vestidos son su prenda favorita. FOTO Camilo Suárez
  • En su finca tiene un galpón donde cría gallinas y los huevos que le producen los comercializa. FOTO Camilo Suárez
    En su finca tiene un galpón donde cría gallinas y los huevos que le producen los comercializa. FOTO Camilo Suárez
  • Cuatro años es el tiempo que Alexandra lleva viviendo en la vereda Guadual. FOTO Camilo Suárez
    Cuatro años es el tiempo que Alexandra lleva viviendo en la vereda Guadual. FOTO Camilo Suárez
18 de septiembre de 2022
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Alexandra vive hace cuatro años frente al cañón del río Porce en Guadalupe, Antioquia. Desde que llegó a la vereda Guadual los vecinos la distinguen porque siempre usa pavas (sombrero de ala ancha). La roja con cinta negra se la pone para montar a caballo y asistir a las fiestas del campesino en el pueblo; con la blanca va al galpón de las gallinas que tiene en su finca para recoger los huevos.

Acaba de cumplir 56 años. Dice que en su vida ha tenido tres tránsitos, porque antes de ser Alexandra Herrera fue Eduardo. A los 4 años, en Facatativá, Cundinamarca, donde nació y se crió, se ponía a escondidas de sus padres el uniforme del colegio de sus hermanas; a los 16 inició en el mundo del transformismo y nació Alexandra, y a los 45 aceptó que es una mujer trans. En 2016 se hizo la cirugía de implantes de senos.

—Por ser mujer trans aprendí a renunciar a muchas cosas en mi vida, y eso es muy difícil y doloroso. Me tocó renunciar al pasado, la familia, los hijos, los amigos y a un trabajo en el rol de Eduardo, que tenía un nivel ejecutivo y ganaba un buen salario. Una vez salgo del clóset y me visibilizo, todas esas puertas se cierran— dice.

Se casó con la mamá de sus tres hijos: Yulima, la mayor; Fernando y Andrea*. Sin embargo, en 2004 este matrimonio se comenzó a agrietar, luego de que su expareja llegara de sorpresa a la finca de su hermano, a las afueras de Bogotá, hasta donde había viajado para ser por un par de días Alexandra. Era sábado, casi las 7:00 de la noche.

Alexandra vive en una finca de 22.000 metros cuadrados en Guadalupe. FOTO Camilo Suárez
Alexandra vive en una finca de 22.000 metros cuadrados en Guadalupe. FOTO Camilo Suárez

Cuando escuchó que tocaron la puerta, corrió a desmaquillarse y cambiarse de ropa, pero los rastros de la pestañina en el párpado inferior y el olor a perfume de mujer lo delataron. Su exesposa perdió el control, lloró mucho. Y a Eduardo le tocó dar las explicaciones que no se imaginó que tendría que dar: Alexandra existía y tenía un pasado.

—Ese día me dijo que me amaba, que me iba a ayudar a buscar apoyo. La quería porque más que amantes, fuimos grandes amigos. Convivimos seis, siete años más, le ayudé para que estudiara en la universidad y cuando terminó la carrera me pidió el divorcio. Me dio duro porque teníamos una familia construida. Eso fue como cuando un edificio que se ve fuerte se desploma y queda hecho polvo, así quedaron nuestras vidas porque sé que para ella tampoco fue fácil, ni para los muchachos que en ese entonces eran adolescentes. Se quedaron con miles de preguntas.

En 2008 llegó a Medellín con unos pesos ahorrados y la ilusión de reencontrarse con “los muchachos” y “con ella”. Ella es la mamá de sus hijos y a quien aún considera una buena amiga. Aunque les brindó ayuda económica para estudiar y celebrar la fiesta de 15 de Andrea, no logró estar de nuevo juntos. Se volvió un “papá-plata”, tenían malas referencias suyas, no por Alexandra, sino porque creían que los había abandonado.

—Ante ese aburrimiento, sin plata ni familia, le pedí a un vigilante que me ayudara a comprar un revólver para suicidarme, en alguna parte leí que Hitler decía que el suicidio no dolía. Le di los últimos 200.000 pesos que tenía para que lo comprara, pero el tipo me robó, nunca apareció ni me dio el revólver.

Con los meses esa crisis la fue superando y comenzó a dejarse crecer el cabello, a ponerse pantalones ajustados. Ser más ella en su esencia. Y buscó ayuda psicológica. En 2012 apareció el Centro para la Diversidad Sexual y de Género de Medellín. Allí aprendió, con apoyo de los profesionales, a superar los miedos para dar paso a su transición. Tenía mucho miedo porque “yo ya tan vieja y en esas”. Pero al mismo tiempo pensaba que era en ese momento o nunca, entonces fue: inició el proceso de tomar hormonas.

Cuando tenía entre 16 y 20 años, siendo hombre, viajaba con frecuencia a Cali, una ciudad que para la época era muy abierta con el tema del transformismo. Llegaba con su maleta cargada de maquillaje y ropa de mujer. Una maleta que muchas veces estuvo escondida. Allá no era el joven Eduardo, sino Alexandra, la que se le veía por las calles usando faldas ajustadas y tacones muy altos.

—No tenía en ese momento mis senos, entonces los hacía con bombitas llenas de agua y me las acomodaba, me apretaba bien la cintura, me sentía divina.

Los viajes a la capital del Valle eran frecuentes. En uno de esos, cuando tenía 22 años, entró en una crisis emocional tremenda. El fantasma de Alexandra le arrebataba la tranquilidad. No poder ser ella le dolía. Por varios minutos estuvo en un puente cerca a Juanchito y desde allá lanzó la maleta con la ropa adentro, el agua se la llevó. Cuando llegó al hotel, cerca al Parque Caicedo, quemó las fotos y las cartas que la misma Alexandra se había tomado y escrito. De alguna manera la mató.

Dice que los vestidos son su prenda favorita. FOTO Camilo Suárez
Dice que los vestidos son su prenda favorita. FOTO Camilo Suárez

***

Es casi mediodía y Alexandra sale a la puerta de su casa que queda al borde de la carretera. Detrás vienen sus cuatro compañías: Luna y Mia, sus dos perras: y Luna y Pacho que son sus dos gatos. Sus dos Lunas tienen algo en común más allá del nombre: son de color negro.

—Cuando sale al pueblo, ¿cómo es la reacción de la gente cuando la ve?— le pregunto, mientras terminamos de tomar el café que ella preparó.

—Ay, yo parezco una diva. Procuro ir bien vestidita, uso mis faldas, vestidos largos, mis pavas. La gente ha aprendido a admirarme, no sé cómo me ven y ni me interesa, si me pusiera a pensar en eso tal vez ni salgo. Tengo amigos, amigas, hablo con todo el mundo”.

Es muy conocida. Con frecuencia pasan las motos y se escuchan los pitos, los vecinos la saludan y le gritan: “Hola, doña Alexa”. Pocas son las personas que saben sobre su identidad de género, prácticamente nadie. Y no lo ha sacado a la luz, hasta el día de hoy, más por un tema de seguridad propia.

—Si aquí digo que soy una mujer diversa no falta el que no esté de acuerdo, porque este es un municipio muy conservador, machista y religioso. Yo sé que hay rumores de que no soy una mujer, sino un hombre, me lo dijo una amiga, y le respondí que me mirara, que soy una mujer, que lo que pasa es que así como hay hombres afeminados, también habemos mujer muy masculinas, y que me importa cinco lo que la gente piense de mí y cómo me ve.

—¿Y entonces qué la animó a dar el paso, a contar su historia?

—Es más porque un trabajo que tenemos que hacer todos los seres humano que es procurar mejorar el bienestar del otro, las otras, en mi caso son mis pares, las mujeres trans, me animé a contarla porque para ellas quiero ser un referente de vida, de buen vivir, yo he logrado las cosas por convicción y amor propio. Quiero ser luz en el camino de ellas, que sí se puede trabajar.

Doña Alexa sí que sabe lo que es trabajar. En su finca de 22.000 metros cuadrados tiene su propia casa que la está terminando de remodelar y más abajo hace poco mandó a construir dos cabañas para comenzar a hacer realidad el sueño que la mantiene viva: su proyecto ecoturístico llamado Amelie Glamping. Son cabañas campestres en el corazón de la montaña, una especie de ecohotel en el que le ofrece a los visitantes, además, una carta con un menú típico con productos de la región.

En el otro lado de la finca, que está llena de árboles, tiene el galpón de las gallinas y de las que saca todos los días los huevos para ella y los huéspedes. También hay más de diez pollos que, dice, cuando pasen las siete libres están listas para ir a la olla. Hace dos semanas compró dos terneritas.

—¿Tuvo la oportunidad de ver la película Señorita María, la falda de la montaña?—, le pregunto, mientras ella le echa seguro a la puerta del galpón para que no se le vuelen las gallinas.

—Sí. Es una historia real. Es la de miles de mujeres trans en el mundo que se tienen que enclosetar, guardar, esconder y vivir el sufrimiento del estigma y la discriminación por ser como son. Me emocionó mucho verla, estuve en la premier en Medellín y me vi reflejada, y ahora aquí en el campo mucho más porque si a mí me toca coger el machete y el azadón los cojo, no tengo problema en hacerlo, lo que sí tengo son dificultades en la destreza y el manejo de las herramientas, pero estoy dispuesta a hacerlo.

Ya en el cuarto de su habitación, donde tiene una cama que ocupa casi todo el lugar, cuenta que tiene un álbum con fotos suyas cuando era joven y de sus hijos. Lo saca y le limpia la carátula. Mientras va pasando las páginas, se ve una imagen de Fernando muy flaco y sin camisa, otra de Andrea que posa como modelo. Alexandra ve las fotos y no llora: sus ojos parecen que no tuvieran más lágrimas, después de haber llorado tanto en el pasado.

En su finca tiene un galpón donde cría gallinas y los huevos que le producen los comercializa. FOTO Camilo Suárez
En su finca tiene un galpón donde cría gallinas y los huevos que le producen los comercializa. FOTO Camilo Suárez

—¿Cómo es la relación con sus hijos, han vuelto a hablar?

—En el caso de Fernando, cuando era adolescente, el asunto lo impactó mucho porque le preguntaban por el papá y él no sabía qué decir, después de un proceso fuerte se han dado algunos acercamientos. A Yulima una vez le envié la solicitud de amistad por Facebook con un mensajito donde le decía que quería ser su amiga y me respondió que no, que ella no quería ser amiga de Alexandra, que ella ama es al papá.

—¿Y Andrea?

—Ha sido la más abierta al asunto, cuando se enteró dijo que ella amaba al papá así si eso lo hace feliz. Hace poco se casó y yo me encargué de decorarle la iglesia, ese fue mi regalo de boda, compré flores y jarrones y organicé. Al momento de la ceremonia yo estaba ahí cuando llegaron, pero no me dejé ver porque no quería dañar el momento, entonces cuando escuché la marcha nupcial y vi que venía, nos miramos, pero me escondí, me fui para afuera, para el frente, y desde una cafetería le tomé foticos con el celular.

Que le dieran la pensión fue una de sus grandes luchas en los últimos años, porque cuando cambió el nombre en sus documentos de identidad, en 2016, las más de 320 semanas que tenía cotizadas en Colpensiones se perdieron. Luego de que le abrieran una nueva ficha con el Alexandra, aparecía cero semanas cotizadas. Después de ganar una batalla jurídica lo logró.

Jurídicamente también ha conseguido otras decisiones a su favor como fue el cambio de identidad en la EPS, los diplomas donde terminó el bachillerato y en el Sena donde estudió una carrera técnica. Lo único que tiene pendiente y que no ha podido lograr es modificar el nombre en la licencia de conducción, el Ministerio de Transporte le exigen que saque una nueva.

Cuatro años es el tiempo que Alexandra lleva viviendo en la vereda Guadual. FOTO Camilo Suárez
Cuatro años es el tiempo que Alexandra lleva viviendo en la vereda Guadual. FOTO Camilo Suárez

Doña Alexa sigue en el cuarto y mientras se pinta los labios frente al espejo le pregunto sobre la mujer que ve ahí y responde:

—Definitivamente la Alexandra hoy es una mujer trans distinta a la del 2012, yo me salí del discurso de la victimización, del pobrecita, del que no puedo. Soy una mujer emprendedora en mi vereda, que le ayuda a las demás mujeres a través de la Asociación Red de Mujeres Rurales de Guadalupe que montamos. No niego que a veces quiero tirar la toalla porque me siento sola, todo me toca hacerlo a mí, la negativa de los señores me decepciona mucho, todo lo quieren cobrar y a mí me lo cobran más caro porque piensan que soy una señora que tiene plata. n

Nombres cambiados a petición de la fuente

Más de la vida de Alexandra Herrera

¿Qué ha sido lo más difícil de ser mujer trans adulta?

“Siempre digo que me siento tres veces discriminada en la vida. Por ser mujer, por ser mujer trans y por ser mujer adulta mayor que no calificamos en ninguna parte. Entonces aquí hay una resistencia”.

¿Y lo bueno?

Eso me lo he dado yo misma y me alabo, porque si no lo hago nadie lo hará, a mí siempre se me han cerrado las puertas. Soy una convencida de que puedo hacer las cosas y lo logro, es mucho más difícil en comparación con otra persona”.

¿Sigue alguna creencia religiosa?

“Tengo una relación con Dios porque eso fue lo que mi mamá me enseñó, es la católica, pero en este momento difiero mucho de todo lo que nos metieron en la cabeza, lo que nos han impuesto. Uno responde el ‘mi Dios se lo pague’ porque creció escuchándolo, es algo que automáticamente responde el subconsciente”.

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