La noticia fue confirmada por la propia Neuralink y por Arbaugh, quien reveló que, tras un aparente funcionamiento exitoso, el sistema comenzó a fallar poco más de un mes después de la cirugía.
Según cuentan medios especializados, el 85 % de los electrodos que conectaban el chip al cráneo se soltaron, reduciendo drásticamente la capacidad del paciente para interactuar con su computadora mediante pensamientos.
Aunque en principio se descartaron defectos eléctricos o de hardware, los ingenieros de Neuralink identificaron que el fallo tuvo un origen biológico, señala Infobae.
El tejido cerebral de Arbaugh cicatrizó de forma más lenta de lo esperado, lo que permitió que los finísimos hilos que conectaban el chip con las neuronas se movieran y se desprendieran. Como resultado, la transmisión de señales se volvió intermitente y poco fiable.
La desconexión significó para Arbaugh un regreso parcial a la condición de dependencia total de la que intentaba escapar. Sin el control cerebral sobre el computador, perdió no solo autonomía sino también privacidad y acceso a pequeñas rutinas cotidianas que había logrado recuperar: desde escribir correos hasta jugar en línea con sus amigos.
“La experiencia fue un aprendizaje brutal”, reconoció Arbaugh en sus declaraciones. Aunque el equipo técnico logró restaurar parte de la funcionalidad mediante ajustes en el software, el fallo evidenció los enormes desafíos de integrar tecnología invasiva en un entorno biológico tan complejo como el cerebro humano.
De esperanza pionera a llamado de atención
La historia de Noland Arbaugh no comenzó con esta falla. Apenas unos meses atrás, su testimonio fue símbolo de esperanza.
Tras quedar cuadripléjico por un accidente de buceo en 2016, decidió participar en el experimento de Neuralink con la intención de recuperar parte de su independencia. “Pensé que, si todo salía bien, podría ayudar participando en Neuralink. Y si ocurría algo terrible, sabría que aprenderían de ello”.
El chip, del tamaño de una moneda, fue implantado con una cirugía robótica que insertó más de mil electrodos en regiones clave de su cerebro. Durante las primeras semanas, los resultados fueron impresionantes: Arbaugh pudo escribir, navegar por internet e incluso jugar videojuegos usando solo su pensamiento.
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“Neuralink me cambió la vida y me devolvió cosas que pensaba que había perdido para siempre”, dijo entonces.
Ahora, ese entusiasmo inicial contrasta con una nueva realidad. El fallo del chip no solo lo privó temporalmente de esas capacidades recuperadas, sino que también encendió alertas sobre los límites de las interfaces cerebro-computadora actuales.
Aun así, Arbaugh reiteró su compromiso con el experimento. Su motivación, dice, no tiene que ver con Elon Musk ni con la fama; su meta sigue siendo contribuir al desarrollo de tecnologías que, en el futuro, puedan cambiar vidas como la suya. “Quería ayudar, aun si eso implicaba enfrentar fracasos”.