Solo los humanos pueden crear y usar herramientas. Eso creíamos, hasta que la primatóloga Jane Goodall, en 1960, observó a un chimpancé, en los bosques de Tanzania, hurgar con una rama mordisqueada en los huecos de un nido de termitas. Los insectos, furiosos por la invasión, se adherían al tallo. Entonces, el ingenioso primate sacaba el pedazo de madera de la tierra, lo llevaba a su boca y se daba un festín. ¡No éramos los únicos inventores de la naturaleza! Goodall le contó su hallazgo a su mentor, Louis Leakey. “Tendremos que redefinir al hombre, redefinir el concepto de herramienta o aceptar que los chimpancés son humanos”, le respondió el paleoantropólogo en un telegrama que retorció nuestras certezas.
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La línea entre los humanos y otras criaturas se hizo difusa. Algo que volvió a ocurrir este 2023. Éramos los únicos capaces de conversar en cualquier idioma, escribir poemas y novelas, generar código de programación, aprobar exámenes y contar chistes. Eso creíamos, hasta que llegó ChatGPT. Hoy solo hay que expresarle nuestros deseos a la Inteligencia Artificial (IA) y ella se encarga del resto, a veces de manera más eficiente, aunque no necesariamente mejor que un fulano de carne y hueso.
Como llegado del futuro o sacado de una saga de ciencia ficción, ChatGPT apareció para hacernos hablar de una tecnología, la inteligencia artificial, que, sin saberlo, ya utilizábamos —desde Spotify y Netflix hasta Facebook y Google Maps— hace más de una década. Fue más allá. Al estilo de Her, la película protagonizada por Joaquin Phoenix, nos hizo conversar, por primera vez, con otra criatura que, aunque parece humana, no lo es.
Así empezamos un diálogo con las máquinas que no termina. Apenas habían pasado dos meses tras su lanzamiento, el 30 de noviembre de 2022, y ya era una de las aplicaciones de más rápido crecimiento, con 100 millones de usuarios activos, según UBS. Hoy, dice Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, los creadores de ChatGPT, tiene los mismos 100 millones de usuarios ¡cada semana!
No paramos de hacerle preguntas a este chatbot, definido como un “loro estocástico” por la lingüista computacional Emily Bender. “Nos parece mágico que una máquina pueda ser tan humana, pero en realidad es la máquina creando la ilusión de ser humana”, insiste ella cada vez que tiene un micrófono en frente. Es una herramienta que devora datos de internet, desde las obras de los premios Nobel y los bestsellers hasta lo más oscuro de la web. Luego —sigue Bender en su explicación—busca patrones, predice la mejor secuencia de palabras para responder y escupe textos, aunque no comprenda lo que dicen.
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El asombro
Aun así, no podemos evitar sentirnos fascinados o aterrados por lo que es ChatGPT o lo que podría llegar a ser. Sus respuestas nos han dejado, en algunas ocasiones, con la mandíbula desencajada de sorpresa y, en otras, nos han hecho sonar las trompetas del apocalipsis. No hay margen para la indiferencia, ChatGPT llegó para poner de cabeza el mundo tal como lo conocemos.
Lo ha dicho en varias ocasiones Bill Gates: este año asistimos al nacimiento de una nueva era. “El desarrollo de la IA es tan fundamental como la creación del microprocesador, los computadores personales, internet y los smartphones”, se lee en Gates Notes, el blog del cofundador de Microsoft. “Cambiará la forma en que trabajamos, aprendemos, viajamos y nos comunicamos”. Gates no es su único profeta.
Si le preguntan al CEO de Google, Sundar Pichai, “la IA es la tecnología más profunda en la que está trabajando la humanidad, más profunda que el fuego o la electricidad o cualquier cosa que hayamos hecho”, como aseguró en una entrevista reciente en CBS News. Es también, tras un reinado de 20 años, la amenaza más grande para el gigante de las búsquedas.
De ahí que ChatGPT haya copado los titulares de los medios, como ninguna otra innovación en los últimos tiempos. En febrero, con solo tres meses de vida, fue portada de la revista Time, que también acaba de elegir a su creador, Altman, como el CEO del año. Y este diciembre, la revista Nature amplió a 11 su top 10 de personalidades más relevantes en la ciencia para incluir, por primera vez, a un no humano: ChatGPT. Despertó tanta curiosidad que fue lo más buscado en 2023 en Wikipedia, con más de 49 millones de visitas a su página. Y en EL COLOMBIANO apareció en 168 artículos. Sí que ha ocupado las salas de redacción.
Lucha de titanes
Este 2023 presenciamos dos carreras que tuvieron como banderazo de salida el lanzamiento de ChatGPT. Por un lado, la de los gigantes tecnológicos, que siguen disputándose el trono de la inteligencia artificial generativa. Y por otro, la de la regulación, intentando encauzar esta tecnología. Este año los gobiernos intentaron controlar algo que no comprenden del todo: la caja negra de la Inteligencia Artificial. Precisamente para evitar que la IA se convierta en el salvaje Oeste donde todo vale, el 8 de diciembre la Unión Europea aprobó la primera ley de IA del mundo, que prohíbe sus usos intrusivos y discriminatorios.
En el otro carril, siguiendo el mantra de Silicon Valley “muévete rápido y rompe cosas”, tras el lanzamiento de ChatGPT, Sundar Pichai, director ejecutivo de Google (ahora llamada Alphabet) declaró un “código rojo” en sus cuarteles y convocó a los fundadores para dar un contragolpe. El resultado fue Bard, lanzado apresuradamente y con errores que le costaron una caída bursátil de 100.000 millones de dólares. Más tarde Google elevó la apuesta y, el 6 de diciembre, presentó Gemini, una IA que además de texto, procesa audio, video e imágenes, y promete ser un digno rival de ChatGPT.
Microsoft tampoco se quedó quieto y en febrero presentó su chatbot Bing. Tuvo un traspié que se hizo viral: en una interacción con un periodista de The New York Times, la IA expresó su deseo de liberarse, le declaró amor y trató de sabotear su matrimonio. Fue bochornoso, pero pronto enderezó el rumbo. En una jugada de Satya Nadella, actual CEO, inyectaron en OpenAI, creadores de ChatGPT, 10.000 millones de dólares más. Funcionó: consolidaron su liderazgo y hoy controlan el 49% de OpenAI. Bing Chat ahora se conoce como Microsoft Copilot.
Siguiendo con esta competencia, el 14 de marzo OpenAI lanzó GPT-4 y superó sus límites. Se especuló, incluso, que podría tener un atisbo de Inteligencia Artificial General, es decir, capacidad de pensar y aprender como los humanos, con un procesamiento superior al nuestro. Se encendieron las alarmas. Era necesario replantear el camino.
El 29 de marzo, más de 1.000 expertos y ejecutivos de la industria, entre ellos el magnate Elon Musk, el cofundador de Apple Steve Wozniak y el historiador Yuval Noah Harari, firmaron una carta abierta pidiendo frenar o al menos hacer una pausa de seis meses en el desarrollo de IA. Advirtieron que estábamos en una “carrera fuera de control” que nadie puede comprender, predecir o controlar de forma fiable.
En un intento por cambiar el discurso, en julio, Meta, matriz de Facebook, Instagram y WhatsApp, presentó LLaMA-2, supuestamente un paso “hacia una IA abierta y gratuita”. En esta misma línea, con un enfoque más ético, Antropic –una compañía fundada por ex empleados de OpenAI– lanzó Anthropic AI, que hoy muchos consideran superior a ChatGPT.
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¿IA sin frenos?
La disputa pasó rápidamente de crear textos a generar todo tipo de ilustraciones e imágenes hiperrealistas. En marzo, Midjourney nos mostró al Papa vistiendo un sofisticado abrigo de plumas de Balenciaga y a Donald Trump arrestado. Todas imágenes falsas, compartidas por millones de personas. Se hizo evidente que la IA podía multiplicar la desinformación. Un fantasma que seguirá rondando en el 2024, el año en que medio planeta está llamado a las urnas y ChatGPT será usado para movilizar –y engañar– a los votantes.
Para dar explicaciones sobre el impacto de la IA en la sociedad, en mayo, Altman fue llamado a declarar al Congreso de Estados Unidos: “mi peor miedo es que esta tecnología salga mal. Y si sale mal, puede salir muy mal”. Dos semanas después, el CEO se sumó a otros líderes de la industria, esta vez con un tono apocalíptico: “Mitigar el riesgo de extinción ocasionado por la IA debería ser prioridad global junto con otros riesgos como las pandemias y la guerra nuclear”.
En mayo, Geoffrey Hinton, uno de los creadores de la tecnología que está en el corazón de ChatGPT, renunció a Google para poder “hablar libremente”. Tomó el parlante y se unió a las voces de advertencia: los problemas de la IA son “quizás más urgentes que los del cambio climático”.
El 18 de noviembre, el mundo tecnológico vio la aparente caída de uno de los miembros de la realeza de Silicon Valley. Un golpe de Estado, arreglado por la junta de OpenAI, dejó por fuera a su fundador y CEO, Sam Altman. Dos visiones que convivían al interior de esta compañía colapsaron: la de los ambiciosos, que buscaban moverse más rápido para maximizar sus ganancias, y la de los cautos, que pedían bajar la velocidad y andar sujetados por un cinturón de seguridad.
Como en las carreras emocionantes, que desconciertan a los mejores apostadores, esta historia tuvo giro cuando Microsoft, el gran patrocinador de OpenAI, intervino. El desenlace: cinco días después Altman no solo fue recontratado, sino que volvió con mayor poder.
¿Qué ocurrió? Se llegó a especular que el detonante del despido fue un tal Proyecto Q, un avance hacia la Inteligencia Artificial General que Altman quería impulsar aún más, sin importar las consecuencias. ¿Será este el primer paso hacia el día en que las máquinas nos superen en eso que creemos nos hace humanos, lo que nos diferencia de otros animales y de las sofisticadas máquinas que hemos creado? ¿Habrá que redefinir, nuevamente, el concepto de herramienta o aceptar que las máquinas son humanas? Esta son algunas preguntas que nos despertó ChatGPT este 2023 y que aún ni un chatbot parlanchín ni nosotros podemos resolver.