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La visita de Estado que realizó Gustavo Petro a España esta semana terminó como empezó: con polémica. Desde las innecesarias palabras que pronunció dos días antes del viaje con las que consiguió ofender a los españoles, pasando por la aceptación del collar de Isabel La Católica, hasta su negativa a seguir el protocolo que exigía el uso de frac para la ceremonia de gala en el Palacio Real. Cada gesto, que en diplomacia importa, ha sido un sinsentido del presidente. Si lo que intentaba era representar dignamente a Colombia en el exterior, no nos ha dejado muy bien parados.
Y no lo decimos aquí en la distancia. Se puede ver en la prensa española, columnas de opinión y redes sociales que cuestionaron una a una esas movidas.
Luego estuvo su comportamiento irrespetuoso, que ya es su marca personal, y que consiste en llegar tarde a todas partes. Por ejemplo, a la única entrevista que dio a un medio español, llegó más de una hora tarde, porque las otras que tenía pactadas las canceló; o al desayuno con empresarios en el que apareció cuando ya se había acabado y solo para que le pusieran la medalla; o a la universidad de Salamanca, donde se le esperaba para un par de actividades que incluían una conferencia sobre cambio climático, a la que llegó una hora y media después, con lo cual solo se pudo realizar una de ellas. Y lo paradójico es que decidió hacer el trayecto desde Madrid hasta esa ciudad de Castilla en avión, cuando esa distancia se cubre normalmente en tren de alta velocidad (1 hora y 40 minutos), medio de transporte mucho más ecológico que el aéreo.
Por no hablar de otra contradicción que dejó en evidencia en este viaje: el mismo Petro que había hecho un gesto provocador este 1 de mayo, cuando desde el balcón de la Casa de Nariño habló del yugo y el esclavismo con el que España sometió a los pueblos de América; dos días después, ya en Madrid, se dejó condecorar con la medalla de Isabel la Católica, la soberana que comandó la conquista.
Capítulo aparte mereció su negativa a usar frac para asistir a la cena de gala que le ofrecía el rey Felipe VI. Las razones que esgrimió sobre las cualidades elitistas y antidemocráticas del traje también son incomprensibles. Lo que hacen los códigos de vestimenta es intentar igualar al personal que asiste a un evento. Precisamente buscan evitar las diferencias, la competencia y las confusiones. Ese solo gesto dio pie para que en redes sociales y medios de comunicación el tema se centrara en la anécdota y poco más. Al punto de que el madrileño diario ABC tituló la noticia en la que cubrían la visita así: “El presidente de Colombia sin yugo ni frac”. Y la interpretación general que se le dio a esta actitud fue de arrogancia, una arrogancia que intentó revestir de reivindicación democrática, pero que no convenció a nadie.
Es que por momentos parecía que Petro no había entendido el significado de una visita de Estado. En el mundo de la diplomacia y la política internacional se conocen dos tipos de visitas. Las de Estado, que sólo se dan por invitación del país anfitrión y en las que hay recibimientos con honores de primer nivel y comidas donde asisten las máximas autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Y luego están las oficiales, que se realizan por invitación o solicitud del país extranjero y que son menos protocolarias.
Pues bien, esta de Petro no solo era una visita de Estado, sino que se trataba de la única invitación que ha hecho a lo largo de este año el gobierno español. Y al parecer, será la única del 2023. Pero el presidente Petro no supo o no quiso estar a la altura del momento ni entender el sentido de los honores que se le rendían como representante del pueblo colombiano.
En cuanto a sus discursos a lo largo del viaje, lo único que se puede decir es que más que hacer sentir el valor de unos países amigos se percibió como una divagación. Ni los que llevaba escritos, ni el que improvisó durante la cena de gala -y que se extendió durante 19 minutos- aportaron algo nuevo. Petro escogió como bandera de su gobierno la del cambio climático, pero de manera diletante y apocalíptica. Y cada una de sus salidas al exterior así lo ha demostrado. Por más atención y concentración que se le ponga a sus palabras, la sensación final es de vacío.
Si había un mensaje importante para transmitir, se diluyó entre todas esas provocaciones que él y algunos de los miembros de la comitiva tuvieron. “Pues no me pongo el saco porque no me siento cómodo”, “pues ahora salgo de tenis porque es mi decisión y me hace libre”. ¿De verdad era este el momento y el lugar para esas actitudes de rebeldía? En otro contexto serían pintorescas, de pronto en Colombia hasta sacarían aplausos de los petristas pura sangre, pero en plena visita de Estado no, porque venían de quienes supuestamente están cumpliendo un papel de representación del país. Eso que faltó es lo que siempre se ha llamado saber estar.
¿Por qué aceptó Petro la visita si se sentía tan ultrajado? ¿Por qué se dejó agasajar por los reyes que representan ese yugo que él tanto ha criticado? Nos hizo quedar como si 200 años después todavía no fuéramos capaces de hacernos dueños de nuestro propio destino y responsables de nuestros problemas.