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Hay semanas de semanas, pero esta que acaba de pasar rompe todos los récords. El fin de la brevísima luna de miel con el gobierno de Gustavo Petro nos cayó con una serie de baldados de agua fría, una serie de aterrizajes forzosos que muestran, sobre todo, la gran distancia que hay entre la retórica del presidente Petro y su capacidad efectiva para resolver los problemas concretos del país.
Colombia atravesó esta semana caótica pegada de las pantallas del dólar, que arrancó el martes con una cotización (Trm) de $ 4.636, y cerró con una Trm de 4.913. Un indicador que, como lo evidencia el desempeño comparado de nuestra moneda con otras de la región y del mundo, no muestra ya únicamente un fenómeno mundial, sino que indica de manera específica una pérdida de confianza en Colombia y un temor frente al rumbo de su economía.
Fue por tanto una dura semana para el bombero en funciones de este gobierno, el ministro de hacienda, José Antonio Ocampo, a quien tenemos que agradecerle su esfuerzo por mantener algo de confianza y credibilidad en el país, aun cuando las declaraciones de su jefe el Presidente y de otros miembros del gabinete empujen en el sentido contrario.
A mediados de la semana se reveló la encuesta de Invamer, la cual registra el fin de la muy fugaz luna de miel de la opinión pública con Gustavo Petro. Esa luna de miel era comprensible: los colombianos, en medio de todo, mantenemos la frente en alto y la mirada en el horizonte, y en esa medida estamos dispuestos a darle la oportunidad a todo nuevo mandatario. Pero esa oportunidad se dilapidó muy rápidamente en medio de políticas que no arrancan, de declaraciones confusas, de desorden gubernamental, y de anuncios que llenan de miedo a los agentes de la economía.
Dicha encuesta registró una caída de 10 puntos en la aprobación de la gestión de Petro y peor, un aumento de 20 puntos en su desaprobación.
El estado de ánimo del país se desploma: de agosto a octubre, el porcentaje de colombianos que creen que las cosas van mal pasó del 48 al 64, y el de los que creen que las cosas van bien se hundió del 33 al 22. Mandatarios locales que con ojo oportunista se arrimaron a última hora al árbol triunfante del petrismo hoy son castigados, como la alcaldesa de Bogotá, cuya aprobación cae del 41 al 34 por ciento.
¿Son acaso estos números un capricho? De ninguna manera: ellos son el fruto combinado de anuncios que producen miedo y de una gestión de gobierno que en lo esencial no arranca. Ni siquiera arranca en lo urgente. Ejemplo: con ya más de 3 mil contagios de viruela del mono, la ministra Carolina Corcho, la misma que fustigaba sin piedad a Fernando Ruiz por las vacunas contra el covid (que sí llegaron y en cantidades muy satisfactorias) no ha sido capaz de conseguir para nuestro país ni una sola dosis contra esta enfermedad. Eso sí, tiene tiempo para complotar una “crisis explícita” del sistema de salud.
El estilo de gobierno del presidente Petro quedó muy bien ejemplificado el pasado miércoles en Turbo. Allí, habitantes del municipio y de toda la región de Urabá, que durante largas horas esperaron al Presidente con la expectativa de obtener soluciones para problemas concretos de servicios públicos, seguridad y educación, tuvieron que aguantar una larguísima cátedra de economía y geopolítica internacional que les dictó el mandatario, llena por cierto de mezcolanzas e inexactitudes. Lo importante era que el presidente se luciera en su rol de pensador y analista, no las necesidades apremiantes de la gente.
La semana terminó con una acalorada discusión nacional sobre hidrocarburos. La inexplicable decisión de no adjudicar nuevas áreas de exploración es una de las causas del debilitamiento internacional de nuestra moneda. Presidente y Ministra de Minas aseguraron que los contratos firmados se cumplirán pero no dijeron nada de nuevas áreas, a la par que el ministro Ocampo, quien seguramente da la batalla dentro del gabinete, asegura que todavía no se ha tomado una decisión definitiva. Todas las voces sensatas, incluso muchas de la coalición de gobierno, han tratado de hacerle ver al Presidente y a la Ministra que la esencia de una transición es la gradualidad, no un corte súbito a rajatabla.
Semanas como esta prometen ser muy frecuentes durante el cuatrienio. Queda entonces preguntarse cómo va a reaccionar el Presidente ante este tipo de momentos difíciles. Ojalá fuera una reacción reflexiva, que le llevara a escuchar otras voces y a rectificar los errores. Pero también podría ser, como ya lo ha insinuado, una explosión de paranoia y acusaciones, señalando a las instituciones de ser sus enemigos internos, y llamando a la movilización de sus bases contra esas instituciones para imponer su agenda. Ojalá que no .