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Perú sigue acaparando titulares en las noticias. Pero no son positivas. La semana pasada renunció Walter Ayala, el ministro de Defensa, el décimo desde que Pedro Castillo asumió la presidencia a finales de julio pasado. ¡Décimo! Es una cifra absurda para un gobierno que apenas comienza.
El presidente colombiano, Iván Duque, cambió a su primera ministra ocho meses después de arrancar. El presidente estadounidense, Joe Biden, no ha alternado su gabinete y lleva ya diez meses. Es de lógica: el primer gabinete debe ser firme y sin sobresaltos. Además, tradicionalmente hay un espacio de buena fe para el presidente, al fin y al cabo fue elegido. Nada de eso aplica en el Perú hoy. No hubo luna de miel.
El ministro de Defensa Ayala perdió el puesto por el escándalo de un presunto intento de injerencia en el ascenso de los militares. El primero en irse fue el canciller Héctor Bejar, en agosto. Un exguerrillero guevarista en los años 60 que se vio obligado a abandonar su cargo después de una polémica sobre el origen de la violencia armada en Perú.
En octubre, el presidente Castillo decidió amputar buena parte del poder que tenía en su interior Perú Libre, el partido de izquierda que lo propuso como candidato y condicionaba su gestión. El primer ministro, Guido Bellido, era sospechoso de demasiadas cosas para permanecer en el cargo: homofóbico, con un pasado cercano a remanentes de Sendero Luminoso y considera que el gobierno comunista de Cuba es una democracia. Su salida representó un golpe a Vladimir Cerrón, el hombre que maneja Perú Libre.
El presidente, que proviene del sindicalismo de la izquierda rural, ha nombrado en lugar de Bellido a Mirtha Vásquez, la expresidenta del Congreso, quien ya había tenido sus roces con Perú Libre. Es decir, ya van en una pelea entre facciones de izquierda. De alguna manera, el Jefe de Estado ha buscado su supervivencia.
Varios partidarios clave se han separado de Castillo. Derrocar a los presidentes en Perú es más fácil que en casi cualquier otro lugar del mundo. Los opositores de Castillo solo necesitarían 87 de los 130 votos en el Congreso unicameral. El partido de Castillo tiene solo 37 escaños.
La crispación política ha marcado la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo. Situación que se atizó desde la muerte en prisión de Abimael Guzmán, el líder de Sendero Luminoso, el 11 de septiembre. Congresistas de derecha atribuyen simpatías del gobierno de Castillo con el grupo maoísta, lo que el mandatario niega.
Apaciguar a los seguidores revolucionarios de Perú Libre sin ahuyentar a los aliados izquierdistas más moderados requerirá mucha habilidad política y no está claro si Castillo la tiene. En todas las situaciones que empujaron la salida de algún ministro, ha existido la indecisión presidencial.
La renuncia de Ayala al Ministerio de Defensa se oficializó más de 24 horas después de que este publicara su intención irrevocable. Muy tarde. Estas crisis ponen a prueba a Mirtha Vásquez, quien se perfilaba como una pieza de equilibrio entre tantos errores políticos. Pero ni ella se salva ahora: en las últimas horas, Castillo la desautorizó por haber cerrado cuatro minas.
Los continuos cambios ministeriales son altamente dañinos no solo para la estabilidad del propio gobierno, sino también para la gestión de las políticas públicas en los sectores. Muchos de los nuevos ministros carecen de experiencia para sus nuevas responsabilidades, entre las que cuenta tratar de restaurar algo de normalidad después de uno de los brotes de covid-19 más intensos del mundo.
El jueves pasado una parlamentaria de Avanza País, Patricia Chirinos, presentó una moción de vacancia contra el presidente. Fracasó, pero demostró la debilidad de los partidos de gobierno.
Sin duda, todo es producto de cierta cultura de inestabilidad política que se ha creado en Perú. El pasado 10 de octubre, por ejemplo, se convocaron elecciones para definir 55 revocatorias de autoridades locales. En cuatro años han tenido cuatro presidentes (Kucynski, Vizcarra, Merino y ahora Castillo). Pareciera que cuando los partidos y la sociedad les pierden el respeto a las instituciones ya es difícil dar marcha atrás