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¿Qué decir de los 30 años de la muerte de Pablo Escobar? ¿Acaso tenemos que recordarlo? ¿O no será mejor decretar de una vez por todas el olvido para él?”.
Por momentos nos sentimos tentados a dejar este espacio en blanco. Un editorial vacío. ¿Qué decir de los 30 años de la muerte de Pablo Escobar? ¿Acaso tenemos que recordarlo? ¿O no será mejor decretar de una vez por todas el olvido para él?
Y es que hacer memoria tiene sentido si a partir de revisar lo ocurrido sacamos lecciones que nos permitan construir una sociedad mejor o al menos generar algún bienestar. Pero en el caso de Escobar el fenómeno ha sido todo lo contrario: recuperar su historia solo parece haber servido para transformar la imagen de un psicópata y sociópata como él, en una de las más exitosas campañas de mercadeo y de ventas del mundo.
Se supone que la historia de Pablo Escobar había terminado hace exactamente 30 años, un jueves 2 de diciembre de 1993, con una imagen entre patética y repugnante. Después de someter al país, y en particular a Medellín, a su imperio del terror durante toda la década de los 80, cayó en desgracia en los años 90 y tuvo que esconderse de la persecución de sus enemigos y de las autoridades en cuanta madriguera encontró.
Hasta el día en que la policía lo pescó solo y abandonado en una casa cualquiera de clase media en Medellín. Escobar se escabulló por la ventana descalzo, se subió como pudo al tejado y a pesar de que apenas tenía 44 años (los había cumplido el día anterior), su estado físico era tan deplorable que pronto cayó por cuenta de tres balazos. La imagen que dio la vuelta al mundo lo mostraba tirado sobre su costado derecho en un tejado, con una barriga protuberante que caía sobre las tejas y rodeado de la autoridad del Estado que finalmente lo había derrotado.
¿Asesinar a tantos seres humanos valiosos, personas valerosas e indefensas, provocar tanto dolor y lágrimas, simplemente para acumular billetes de una manera enfermiza para ir a terminar como un ser repugnante tirado en el techo de una casa anónima lejos de su familia? Esa era, tal vez, la imagen que debíamos recordar, la parábola que debió pasar a la historia: la de un hombre a quien la ambición y la falta de escrúpulos lo convirtieron en un despojo humano.
Pero lamentablemente la sociedad del entretenimiento lo recogió, lo representó y nos cambió los códigos para interpretarlo. Nos tocó vivir bajo el terror, el miedo y la muerte impuestas por “el Patrón del mal” durante más de 10 años (un imperio del terror que dejó 46.612 víctimas entre 1983 y 1994), y como si eso no hubiera sido suficiente ahora nos toca vivir el fastidio y la indignación de ver la imagen de Escobar en camisetas, llaveros, afiches, que pululan hasta en los lugares más insospechados.
Nos ha tocado ver cómo se repite una y otra vez su historia en las series más populares de Netflix, por cuenta de las cuales ni adolescentes ni adultos logran sustraerse de una extraña fascinación que produce la manera como se ha caracterizado el personaje. No solo en Colombia, si no en todo el mundo.
Estamos agotados de ese personaje, dice Alonso Salazar, el autor de la biografía más famosa de Escobar, a la periodista Selene Botero en una interesante entrevista que publicaremos mañana en este diario. Nosotros también estamos agotados. Si no fuera iluso, si no pareciera que estamos pensando con el deseo, propondríamos en estas páginas que ya no recordemos más a Pablo Escobar.
Y por eso, queremos dar paso, más bien, a celebrar la memoria de quiénes dieron una épica batalla contra Pablo Escobar. Decenas y tal vez cientos de jueces, magistrados, policías, fiscales, políticos, periodistas, que sin mayores armas que su palabra o las leyes, se metieron en esa guerra desigual para tratar de evitar que Pablo Escobar logrará lo que siempre quiso: arrodillar al Estado.
Es a ellos, a los que dieron su vida defendiendo las instituciones, a quienes hoy tenemos que recordar con emoción y gratitud. Gracias a esas personas, que se convirtieron en una suerte de resistencia, Colombia no llegó a convertirse en un narcoestado.
Gracias a Luis Fernando Vasco Urquijo y Gilberto Hernández Patiño, los dos agentes que capturaron a Pablo Escobar en Itagüí, el 16 de junio de 1976. Gracias al mayor Carlos Gustavo Monroy Arenas (1981), jefe del DAS en Medellín que ordenó esa captura. Gracias al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla (abril de 1984), asesinado luego de que denunció que la fortuna del entonces congresista Escobar era producto del narcotráfico. Gracias al magistrado Álvaro Medina Ochoa (1985), del Tribunal Superior de Medellín asesinado por pedir la detención de los capos del cartel de Medellín. Gracias al juez Tulio Manuel Castro Gil (1985), que llevaba el caso del homicidio de Lara Bonilla en Bogotá. Gracias al magistrado Gustavo Zuluaga Serna (1986), que reabrió el caso por el crimen de los dos agentes del DAS. Gracias al periodista de El Espectador en Leticia Roberto Camacho Prada (1986), que investigaba la relación de Evaristo Porras con Escobar. Gracias a Guillermo Cano (1986), director de ese mismo diario, acribillado cuando salía del periódico. Gracias al coronel Jaime Ramírez (1986), jefe del operativo contra el laboratorio de producción de coca en ‘Tranquilandia’. Gracias a Héctor Jiménez y Mariela Espinosa (1989), otros dos magistrados de la sala penal del Tribunal de Medellín asesinados por llevar procesos contra Escobar. Gracias a Luis Carlos Galán (1989), quien había expulsado a Escobar del Nuevo Liberalismo.
Muchos de ellos no aceptaron el dinero con el que Escobar pretendía comprarlos y por el contrario dieron su vida cumpliendo el deber. Gracias pues a estos imprescindibles que dieron su vida por defender el país y quienes nos deber servir de ejemplo para enfrentar a otros pablos escobares que de cuando en vez aparecen: no es difícil identificarlos, son ambiciosos, hambrientos de poder y no tienen escrúpulos.