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Hace unos días se conoció una noticia que tiene el potencial para cambiar la relación de muchos de los habitantes de este planeta con el sistema económico. La noticia la produjo el Banco Central Europeo (BCE), con el anuncio de su proyecto para reinventar la moneda europea del siglo XXI, creando para ello el euro digital. Se contemplan dos fases, en la primera, con una duración de dos años, se estudiarán temas claves como el diseño y distribución de la moneda, después se pondrá en marcha la implementación que culmina con el lanzamiento en 2026 del euro digital, que se quiere que sea una divisa FIAT -avalada por un banco central-, sin riesgos, accesible y eficiente.
No se trata de un proyecto aislado, varios bancos centrales, como el de China, Inglaterra y Estados Unidos, entre otros, están en la misma pista de investigación. Así mismo, en su informe anual el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés) apoya resueltamente esas iniciativas, con el argumento según el cual las monedas digitales de los bancos centrales, denominadas en la moneda nacional, que pueden ser diseñadas para el uso exclusivo del sistema financiero o para la economía en su conjunto, contribuyen a un sistema monetario más abierto y competitivo que sea la base para la innovación y sirva al interés público.
Los bancos centrales han hecho un esfuerzo desde unas décadas por adecuar sus operaciones de pagos a las nuevas tecnologías disponibles. Así mismo, han surgido sistemas de pagos al por menor que conectan rápidamente a los hogares con los negocios. Esos sistemas también han creado un “vibrante ecosistema” en el que se encuentran los bancos y los servicios de pago no bancarios. De otro lado, la pandemia ha hecho explotar nuevas formas de pagos ante las necesidades crecientes de los agentes económicos.
Pero están tomando mucha fuerza el bitcoin y otras criptomonedas; así mismo, hacen presencia las llamadas monedas estables (stablecoins respaldadas por activos reales) y las grandes compañías tecnológicas en los servicios de pago o financieros. Esos desarrollos digitales pueden hacer mucho daño a las economías. Los bancos centrales así lo perciben y es la razón de ponerse al día.
Las criptomonedas son más activos especulativos que monedas, que además se prestan para el crimen y el lavado de dinero. Un estudio reciente (Foley et al, 2019, “Sex, Drugs, and Bitcoin: How Much Illegal Activity Is Financed through Cryptocurrencies?”) encontró que las criptomonedas se encuentran entre los mercados no regulados más grandes en el mundo y que un cuarto de los usuarios de bitcoin están envueltos en actividades ilegales. Se estima, adicionalmente, que alrededor de $76 mil millones de dólares de las actividades ilegales por año están relacionadas con el bitcoin, un 46 % de las transacciones en esa criptomoneda, una cifra cercana al tamaño de los mercados ilegales de drogas en Europa y Estados Unidos.
Las criptomonedas hacen otros males además de prestarse para el lavado. Usan cantidades monstruosas de energía para su operación y tienen el potencial de fragmentar la liquidez del sistema monetario y de arruinar la capacidad de coordinación del dinero en la economía. Se entiende entonces que los bancos centrales quieran proteger los elementos de bien público del sistema de pagos contra el daño que provocan las innovaciones mencionadas y busquen poner lo digital al servicio del interés público, con sus propias monedas. Ese será seguramente el futuro