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Editorial

La implosión de la ética

¿De verdad necesitaban más dinero los constructores? ¿Más utilidades a costa de entregar menor calidad y poner en riesgo la vida y el bienestar de la gente?.
Publicado

La caída del edificio Continental Towers pasará a la historia como la metáfora más poética de lo que la codicia y la corrupción producen en una sociedad: la van desgastando poco a poco; le van socavando sus cimientos; hasta que llega un punto en el cual ya no queda nada por dentro que soporte la estructura, y en un abrir y cerrar de ojos se desploma y queda convertida en una gran nube de polvo blanco. La imagen de la polvareda se queda grabada en la retina de cientos de familias que observan desde la calle cómo la ética hace implosión y se lleva por delante el producto de su trabajo y de sus sueños.

Hay que decir que a Medellín, antes de que llegara el Covid, le había caído otra epidemia, si se quiere igual de perversa, que se ha dado en llamar la de los “edificios enfermos” y cuyas secuelas ya van a completar diez años.

El Continental Towers, este jueves, se convirtió en el quinto ‘edificio enfermo’ derribado: se sumó al Space (El Poblado), al Bernavento (Loma de Los Bernal), Babilonia (Itagüí) y Altos del Lago (Rionegro). La Personería de Medellín tiene una lista de otros edificios con fallas: tres tienen orden de evacuación (Kampala, Asensi y Mantua); cuatro fueron reforzados para que continuaran siendo habitados (Altos de San Juan, Colores de Calasanía, Punta Luna III y La Merced); y otros cinco están habitados pero con seguimiento activo (Cerezos de Calasanía, San Miguel del Rosario, Tricentenario, Altamira, Arboleda del Robledo).

La historia ya todos la conocemos. Unos constructores que quisieron sacarles más plata a los edificios de lo que estos podían dar. “Necesitamos que la rentabilidad sea del 30”, fue la versión que se hizo popular de lo que pedían en un comité de obra. Un ingeniero calculista (¿o varios?) que sin compasión alguna puso materiales que no servían. Unas universidades que se pifiaron repartiendo diplomas sin las suficientes herramientas éticas. Y unos curadores y funcionarios públicos que se rajaron en la única tarea importante que tenían: la de hacer control y garantizar que se cumplan las normas.

A ninguno le funcionó la voz de la conciencia. Ni el código de ética ni el diploma profesional. ¿De verdad necesitaban más dinero los constructores? ¿Más utilidades a costa de entregar menor calidad y poner en riesgo la vida y el bienestar de la gente?

Bien dice el proverbio que pobre no es el que menos tiene sino el que más necesita. Y los que le redujeron la calidad a los materiales (así como esos uñilargos que merodean el poder y se roban la plata de la gente) son unos verdaderos campeones en pobreza de espíritu.

Muy poco se sabe de los responsables de CDO, la empresa constructora de Continental Towers y Space, pese a los múltiples procesos judiciales que fallaron en su contra. Fallos que hasta el momento siguen estando solo en el papel. Uno de la Superintendencia de Industria y Comercio, que los obligó a rembolsarles a los 64 propietarios de Continental Towers $13.389 millones. Y otro, del Tribunal Administrativo de Antioquia que los obliga a pagar $30.891 millones, a la constructora y a la Alcaldía.

Lo peor (como si todo lo anterior no fuera ya peor) es que quienes están pagando las consecuencias son los propietarios de los apartamentos caídos: no solo los culpables no han cumplido con los fallos sino que a ellos les ha tocado seguir pagando las deudas de la compra y los impuestos. E incluso, un político como Bernardo Guerra, que desde su tribuna en el Concejo de Medellín decidió denunciar la estafa inmobiliaria, lo único que logró fue que le decretaran la muerte política.

Lo otro peor es la displicencia. El Tribunal de Antioquia en su fallo afirma: “frente a la presunción legal de culpa que pesa en su contra, ninguno realizó esfuerzo alguno para demostrar diligencia y cuidado a fin de desvirtuar su responsabilidad en los hechos”.

¿Dónde están los responsables? ¿Dónde está el dinero qué ganaron? ¿Qué cambios se dieron en los currículos de las universidades? ¿Qué proceso de meritocracia se está dando en las curadurías o en las secretarías responsables en el Distrito?

Por lo visto nada parece se ha hecho hasta ahora. Hay que empezar, aunque sea, por contar la historia: de cómo la ambición desmedida, o la codicia, puede llegar a ser, fácil, un virus mortal

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