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No cabe duda de que se ha venido deteriorando el orden público en diferentes zonas rurales del país y que esa situación tiene sus réplicas en las ciudades con tentáculos urbanos.
Las cifras dicen que la inseguridad en ciudades como Medellín y Bogotá está más o menos igual que en años anteriores, o al menos que el año pasado; pero para los habitantes es como si se hubiera agravado el fenómeno en extremo, o al menos es lo que algunos están sintiendo. Es toda una paradoja.
En materia de homicidios, por ejemplo, acaba de ser publicado el ranquin de 2023 elaborado por el Ministerio de Defensa y la Policía Nacional en el que ciudades como Bogotá y Medellín están lejos de ser de las más peligrosas. Bogotá ocupa el puesto 18 en el país con una tasa de 13,7 asesinatos por cada 100 mil habitantes, seguida de Medellín en el puesto 19 con una tasa de 12,9 que para la capital antioqueña es el registro más bajo de homicidios desde 1978.
Mucho mejor desempeño que el de Cali y Sincelejo, que están en el podio de las ciudades que registran mayor violencia con una tasa de 44 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Curiosamente estas dos no han estado tan visibles en las noticias o en las tendencias de las redes sociales como Bogotá y Medellín.
Y es que, en particular los habitantes de Bogotá, se han visto en un estado de alarma en los últimos días por los extraños asaltos a comensales en restaurantes. Y lo mismo ha pasado de cierta manera en Medellín, con las cifras de extranjeros que han muerto en la ciudad en lo poco que va corrido del año (12, en distintas circunstancias).
¿Pero qué ha pasado? ¿Por qué ahora parece estar la gente más aterrada que antes con lo que ocurre en las ciudades?
En primer lugar, hay que decir que la inseguridad no es poca. A pesar de que los números sean parecidos a los de los años pasados eso no significa que estén bien.
En el caso de Bogotá, tal nivel de violencia se podría explicar por la presencia en la capital del país de 72 estructuras criminales, según se detalló en un reciente debate de control político sobre seguridad en el Concejo de Bogotá, de las cuales 58 corresponden a grupos de delincuencia común organizados.
En segundo lugar, también hay que decir, que la existencia de las redes sociales que transmiten casi en tiempo real todo tipo de delitos o problemas de orden público, y los amplifican por tantos canales como cuentas quieran publicar el video viral del momento, crean sin duda una sensación de mayor inseguridad.
No es lo mismo contar que unos ladrones se robaron una panadería, que mostrar un video sobre cómo los delincuentes llegan con pistolas apuntándoles a los comensales, y el episodio repetido una y otra vez le da una gravedad mayor e inusual al hecho. Lo mismo pasó con el hurto a un conductor de una camioneta que luego arrolló a los ladrones; o la señora que al cruzar el semáforo es despojada de su celular por un motociclista; o el asesinato del empresario que fue acribillado dentro de un parqueadero.
Son casos que por tener, además, la grabación de las cámaras de seguridad o por tratarse de un tema distinto como el de las muertes de extranjeros en Medellín, copan la agenda mediática del país y acrecientan esa sensación de que ya no se puede salir a las calles o a los lugares públicos.
Adicionalmente hay un elemento al que habría que ponerle atención para tratar de entender el fenómeno de deterioro de la seguridad o al menos de la percepción: ¿hasta qué punto la manera cómo el presidente Gustavo Petro está manejando la política pública de seguridad y paz puede estar provocando un efecto de incertidumbre y de miedo entre los colombianos?
No cabe duda de que se ha venido deteriorando el orden público en diferentes zonas rurales del país y que esa situación tiene sus réplicas en las ciudades con tentáculos urbanos.
¿Qué hacer para evitar que esta problemática termine por encerrar a los ciudadanos en sus casas y de la mano de ello se frene la dinámica económica en buena parte de los sitios de entretenimiento como bares, restaurantes y comercio, en general?
Hay que darles algo de tiempo a los nuevos alcaldes para que pongan a andar sus planes. Siempre se habla de reforzar el pie de fuerza policial, y más ahora que pese a que ha crecido la población el número de uniformados extrañamente se ha reducido. Es algo que se debe hacer pero no es suficiente. En el caso de Medellín, ojalá prospere la reciente decisión de la alcaldía de crear una secretaría de turismo para atender entre otras cosas este tipo de flagelos ligados al turismo tóxico.
También les corresponde a las autoridades locales asegurar que las cámaras de seguridad funcionen adecuadamente y que tras las capturas de los implicados se de la judicialización y posterior condena a los responsables de estos hechos delictivos. Las condenas ejemplarizantes siempre serán un valioso mensaje para quienes quebrantan las leyes y la tranquilidad de todos.
Por otro lado los expertos hablan de activar sistemas con sirenas a manera de alarmas para que la comunidad ayude a advertir a las autoridades de cualquier hecho delictivo, así como botones de pánico, buena iluminación, reflectores con sensores y cámaras 4k, especialmente en las zonas donde hay mucha actividad económica. Todo eso aporta.
Pero sin duda, y una vez se haga ese chequeo de los básicos de la seguridad, lo que más puede ayudar es que los alcaldes tomen las riendas, armen estrategias con inteligencia, den golpes simbólicos, se crean el cuento de la ventana rota y trabajen de la mano del comercio y la ciudadanía en general para que el miedo no nos encierre.