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Europa se rearma

El mantenimiento de la ayuda a Ucrania y la constitución de una fuerza auténticamente disuasoria frente a Rusia puede resultar muy caro para la UE.

hace 15 horas
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  • Europa se rearma

Europa se dispone a emprender un programa de rearme único en su historia y la verdad es que tiene que apurarse. El Viejo Continente no tiene otra alternativa política ni económica para aguantar el golpe que ha recibido con el giro de la política exterior de Estados Unidos y con el insaciable expansionismo militar demostrado por la Rusia de Vladimir Putin.

El “mea culpa” ha sido entonado desde el propio seno de la Unión Europea. “Bajamos la guardia. Redujimos nuestro gasto en defensa a menos de la mitad. Creíamos que disfrutábamos de un dividendo de la paz. Pero, en realidad, solo teníamos un déficit de seguridad. El tiempo de las ilusiones ya terminó”, dijo la presidenta de la Comisión Europea Úrsula Von der Leyen en un ataque de honestidad.

El problema crítico es que la fortaleza militar de la OTAN y sus capacidades operativas y de inteligencia se sustentan en gran medida en Estados Unidos. Sin su ayuda, los países europeos enfrentarían dificultades para apoyar la defensa de Ucrania ante Rusia e, incluso, para la protección de países miembros de la OTAN y de la Unión Europea.

Por eso la guerra de Ucrania fue un choque para los europeos. La inercia en temas de defensa se había instaurado en cada país y de repente vieron que hay que arreglar este asunto creando nuevos mecanismos dentro del continente. Si las relaciones trasatlánticas han cambiado, es momento de que Europa haga un ejercicio de reflexión que la conduzca a la cooperación y a no ser tan dependiente de Estados Unidos.

En ese contexto juega un papel crucial el plan ReArmar Europa recientemente lanzado, una iniciativa que apunta a movilizar hasta unos 800.000 millones de euros para financiar inversiones en defensa mediante tres mecanismos. El primero consiste en activar una excepción al Pacto de Estabilidad de la UE, que limita el déficit fiscal y el endeudamiento en el que pueden incurrir sus miembros, para permitir que aumenten sus gastos militares sin que esto acarree una penalización.

En segundo lugar, disponer de unos 160.000 millones de euros en préstamos para inversiones en defensa de los Estados miembros. Y el tercero, orientar fondos existentes en el presupuesto de la UE para realizar inversiones de corto plazo en el sector de defensa.

Las medidas tomadas ahora tendrán que superar retos inmensos. El mayor de ellos será el aumento de la inflación que provocarán los déficits públicos que se van a generar en la mayoría de países europeos para financiar el aumento del gasto militar que exige la nueva situación. El mantenimiento de la ayuda a Ucrania y la constitución de una fuerza auténticamente disuasoria frente a Rusia puede resultar muy cara para la UE.

Ese será el costo de haberse dormido en los laureles. A principios de la década de 1990, George Bush y Margaret Thatcher popularizaron el término “dividendos de paz”, con los que se referían a recursos concebidos como las ganancias en crecimiento económico y bienestar social que podían derivarse de reducir el gasto militar y redirigirlo hacia áreas como salud, educación e infraestructura pública. En teoría, algo ideal y que todos quisiéramos.

Librados de las amenazas de la Guerra Fría, los gobiernos europeos dejaron caer su gasto en defensa y aumentaron su gasto social desproporcionadamente. Hoy en día, tanto los presupuestos públicos como la economía, ajustados a la inflación, son aproximadamente 1,9 veces superiores a los de 1990, mientras que el gasto social ha crecido hasta 2,4 veces su tamaño original, convirtiéndose en la mayor partida de gasto de los gobiernos europeos. En promedio, la mitad del presupuesto público de este continente se destina a gasto social, bien sea en subvenciones a los sistemas de pensiones o en redistribución a hogares con bajos ingresos y desempleados.

En el caso de Estados Unidos, los presupuestos destinados a defensa pasaron del 5,87% del PIB en 1989 hasta el 3,09% en 1999, pero volvieron a incrementarse tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Los estadounidenses siguieron ofreciendo garantías de seguridad a los europeos y estos redujeron cada vez más sus fondos en ese sector. Eso explica por qué en la actualidad Washington aporta el 70% del gasto en defensa de la OTAN, mientras que en 1990, en plena Guerra Fría, era responsable del 61%.

Así pues, a Europa no le queda más que asumir un mayor control de su propia defensa, y no precisamente con pasos graduales, sino de forma inmediata. Ya no hay tiempo que perder. Como dijo Emmanuel Macron, el futuro de Europa no puede decidirse en Washington ni en Moscú. Por lo que cobra vigencia la frase del escritor del Imperio romano Flavio Vegecio Renato, “si quieres la paz, prepárate para la guerra”.

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