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La toma de posesión de Luiz Inázio Lula da Silva como presidente de Brasil podría resumirse en una de las promesas que hizo: rescatar a su país de lo que él ha descrito como las ruinas que han quedado tras cuatro años de un proyecto de destrucción nacional. Sus retos son inmensos y la responsabilidad de no destruir la esperanza de millones de brasileños es gigantesca. Tiene la experiencia de dos mandatos anteriores, pero los veinte años que han pasado desde su primera vez como presidente lo traen a una realidad muy diferente en la que se presagia tendrá muchas dificultades para alcanzar sus metas.
Lo primero que va a tener que enfrentar Lula es la fuerte polarización política en la que ha quedado su país. Su discurso de posesión, en el que lanzó fuertes pullas a su antecesor en el cargo, Jair Bolsonaro, no es que ayude mucho en ese propósito. A Lula apenas le alcanzó para ganar con un 51% de los votos y lo más difícil para él es que la derecha ocupa la mitad del Congreso, de manera que para sacar adelante cualquier proyecto tendrá que estar buscando mayorías en el resto de la izquierda y el centro, es decir, ejercitando músculo político. De entrada, amplió el número de ministerios que pasaron de ser 23 a 37. Es inevitable preguntarse si tanto ministerio va a mejorar la vida de los ciudadanos o simplemente va a ayudar a pagar apoyos.
Más inquietante resulta el trato que tendrá que darle a su relación con los militares, pues en los últimos cuatro años se han radicalizado ideológicamente bajo la influencia de Bolsonaro, antiguo capitán retirado. Tal vez Lula consiga recuperar algo de confianza, pero difícilmente conseguirá mejorar la situación general si solo se fía en la radicalidad del discurso de izquierda extrema. De ahí la importancia del equilibrio que debe alcanzar en sus decisiones.
En medio de este panorama viene su segundo y fundamental reto: combatir el hambre que pasan hoy en día 33 millones de brasileños y sacar de la pobreza al 29% de una población que alcanza los 214 millones de habitantes. Es decir, que si hace veinte años su gran logro fue que 30 millones de personas pasaron a ser clase media gracias a los programas sociales del Estado y al buen momento que vivió la economía de Brasil en ese entonces, hoy son 62 millones de pobres los que tienen sus esperanzas depositadas en Lula da Silva. Y el contexto que se presenta es totalmente diferente: existe una aversión y un miedo global al riesgo de inversión, el mundo todavía no ha logrado recuperarse de la pandemia y las consecuencias de la guerra en Ucrania siguen latentes.
Así se llega a la tercera gran dificultad que se le plantea a este nuevo gobierno en Brasil. Para poder alcanzar los objetivos sociales que se propuso, tendrá que hacer un mayor gasto público, con lo cual aumentará la inflación. Según varios analistas, Lula está preparando una “bomba fiscal” para hacer frente a ese duro equilibrio que debe mantener con el fin de que la balanza de la economía permanezca lo más estable posible sin asfixiar a la clase media.
Y como cuarto gran reto, para poder cumplir con su objetivo de salvar la Amazonía, Lula tendrá que conseguir frenar la tala de árboles en el mayor bosque tropical del mundo. Con Bolsonaro, la tasa de deforestación amazónica aumentó 59% respecto a los cuatro años anteriores. De manera que la explotación está desatada. El nuevo presidente asegura que Brasil no necesita deforestar para mantener y ampliar su frontera agrícola estratégica. Ojalá esa idea encuentre eco entre las miles de familias que dependen de los suelos de esa región y que se logre armonizar la relación con los pueblos indígenas que la habitan y que en tantas ocasiones se han visto inmersos en duros enfrentamientos por la conservación de la naturaleza.
Lula tiene una nueva oportunidad, la tercera de ser presidente de Brasil, y será la ocasión para ver su capacidad de gobernar en tiempos más adversos. Ojalá también pueda dejar claro si participó o no en los casos de corrupción que se investigaban en su contra y que fueron cerrados por asuntos técnicos, no porque en realidad se hubiera hecho la investigación.
Lula ha hablado de un “regreso al mundo” de Brasil que necesariamente debe pasar por revitalizar la integración latinoamericana, con Mercosur como punto de partida y Unasur y la Celac como complementos regionales. Petro, quien estuvo en la posesión del presidente brasileño el domingo pasado y luego se reunió en privado con él, destaca que ahora exista “un Brasil garante de la paz en Colombia”. Ahora empieza el desafío .