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No cabe duda de que el doctor Carlos Gaviria fue un magistrado muy comprometido con las tesis del activismo judicial del Nuevo Derecho, de la función creadora de los jueces que se traduce en una función política, en el sentido fuerte del término. Fue autor de sentencias, como él mismo las calificaba, heréticas, con interpretaciones que constituían herejías constitucionales.
En todo eso, por supuesto, hay cosas positivas y cosas negativas. Yo esperaba, cuando promoví indirectamente su elección para la Corte Constitucional, a que sentara cátedra en el tema de derechos humanos, que era una de sus causas. Como miembro de la Sala Constitucional de la entonces Corte Suprema de Justicia, yo veía mucho formalismo en el análisis de los derechos humanos, y por eso era necesario avanzar en esa doctrina.
No obstante, el doctor Gaviria adoptó unas posturas muy radicales, deletéreas, como considerar que el consumo de estupefacientes era un derecho fundamental que debía garantizarse como forma del libre desarrollo de la personalidad. El tiempo irá decantando su legado jurídico.
Como profesor fue idolatrado por muchos discípulos, por su cultura, su facilidad de palabra. Llegaron a crear un mito en torno suyo. Y se sabe que cuando uno no comparte el mito, se convierte en un outsider.