Hace 25 años, a los seis meses de decretarse la caída del muro de Berlín, tuve la maravillosa experiencia de cruzar el famoso checkpoint Charlie que dividía las dos alemanias. Alquilé un martillo y un cincel y me di el gusto de tumbar un pedazo del muro de la ignominia, que guardo con celo en mi estudio. Lloré de emoción cuando se desprendió el trozo de esclavitud. Al cruzar el retén fui primero al célebre museo de Pérgamo, que guarda una colección de arte griego mayor que la que tiene la propia Grecia y que además alberga toda una calle, original, de Babilonia. A la entrada del museo, en el patio exterior, se encuentra una escultura tamaño natural de un niño sentado que escudriña uno de los dedos del pie derecho. Ante esa extraordinaria obra...