Por JOHEL MORENO S.
La visión de largo plazo que traía la ciudad para la ejecución de obras de progreso, prioritarias e importantes, se ha venido debilitando con la elección popular de alcaldes. Ese proceso continuo de revisión y toma de decisiones para alcanzar propósitos y objetivos, ya es historia y cada alcalde trae su equipaje y su ¨cuadrilla¨.
Al país le iba mejor cuando los alcaldes se designaban por decreto porque la selección obedecía a un perfil gerencial exigente que garantizaba continuidad en los planes y programas. Había más aciertos que equivocaciones y si las actuaciones se desviaban de ello, no se acudía al farragoso proceso de una revocatoria, simplemente, daban un paso al costado o se declaraban insubsistentes.
Y ya vamos viendo las graves consecuencias que para muchas capitales como Medellín ha traído la elección popular de ciertos alcaldes que han desviado billonarias transferencias de EPM.
La construcción de los denominados “soterrados” que, a un costo cercano al billón de pesos con la demolición de los Interceptores de Aguas Residuales, continuarán inundándose y solo han posibilitado llegar rápido a un “embudo” en la 30.
La eliminación del Sistema Vial Multimodal del Río, la continuidad de la red férrea y la posibilidad de construir “segundos pisos viales” como solución a la movilidad.
El costoso puente “atirantado” de la 4 sur de 8 carriles; una obra construida en el lugar equivocado, pretendió aligerar esa carga vehicular a una vía de solo 2, situación que genera otro “embudo de tráfico”, seguido de un kilométrico trancón. ¿Quién planeó esa colosal obra de $250.000 millones?
Y con el peregrino argumento de privilegiar el transporte público, a las estrechas vías de la ciudad se le restaron carriles para su uso exclusivo, como si el asunto de la movilidad se resolviera con bolardos y pintura.
Gracias al denominado “urbanismo táctico” estrecharon vías con materos y resaltos, sin prever el sobrepaso de vehículos y negar la entrada a garajes o el servicio de recolección de los residuos sólidos.
Y como si esto fuera poco, se pretende ahora instalar en la carrera 80 un metro ligero que suprimirá dos carriles de los cuatro existentes, además de negar los derechos adquiridos de cientos de edificios, viviendas y establecimientos comerciales.
Olvida la autoridad de planeación que la carrera 80 no es cualquier vía de la ciudad, sino la única arteria que, con las avenidas Colombia, San Juan, la 33 y la 30, conforman el Anillo Exterior de Circunvalación de la ciudad y que no tiene reemplazo para absorber las enormes cargas de tráfico que genera la zona occidental.
Medellín afronta hoy las consecuencias del rezago y desfase entre el crecimiento del parque automotor y la infraestructura vial. El pico y placa no puede ser la panacea en una ciudad que cuenta con recursos billonarios como ninguna otra.
Los permanentes trancones diarios confirman que la situación se agravará más, a no ser que las administraciones futuras estructuren y ejecuten un plan vial integral que fije el rumbo con visión de largo plazo. Lo contrario condenará la ciudad a la inmovilidad y a hacerla menos competitiva