Por MICHAEL REED H.
Parece un triunfo que las víctimas estén en el centro de muchas causas públicas. En nombre de las víctimas se crean organizaciones, se establecen fondos, se hacen campañas políticas, se ofrecen becas, se expiden fallos y se promueven cambios legislativos. Las víctimas tienden a ennoblecer la acción política y la administración de justicia; dan motivos y producen justificaciones para la acción ciudadana.
En principio, nada de esto parece problemático; sin embargo, el baño de bondad y compasión suele esconder otros propósitos. Por ejemplo, en nombre de las víctimas se realizan enardecidas campañas para endurecer penas contra ciertos sectores de la población que nada tienen que ver con el proceso de victimización que se expone; grupos de interés privado se esconden detrás de víctimas simbólicas para disminuir los controles en la compra de armamento y así favorecer a esa industria; o bajo el pretexto de proteger a las víctimas, se diluyen o incluso se anulan las garantías procesales instituidas para evitar la arbitrariedad del poder estatal en la administración de justicia.
El ensalzamiento de la víctima en la política y en el derecho es fuente de distorsión. Lo que las víctimas quieren o necesitan nunca es tan sencillo ni tan fácil como pintan sus propagandistas o supuestos salvadores. Por un lado, el uso maniqueo de las víctimas reproduce una noción plana de estas personas, reduciéndolas a un instante de sufrimiento, para producir una figura que no piensa ni opina sobre nada distinto a su lamento. Los políticos y la política –y, tristemente, los abogados y el derecho– usan esta imagen-ideal para respaldar tramposamente sus argumentos. La invocación de esa víctima-ideal inyecta un ingrediente de altruismo o de lástima que difícilmente es cuestionado. Esa víctima-ideal es un potente comodín que opera tanto de escudo como de fúsil; sirve para inducir y maniobrar – y, ¡cómo sirve!
Por otro lado, la idealización de las víctimas proyecta la existencia de un grupo homogéneo que se alinea perfectamente detrás de una causa. Con frases tramposas como “lo que las víctimas quieren” o “lo que las víctimas necesitan” se esconden opiniones individuales –valiosísimas– pero singulares, y no generalizables (salvo que exista otro sustento). La transposición de lo que una persona victimizada quiere a lo que las víctimas en abstracto quieren es una falacia lógica propagada. Quien dice representar a las víctimas en colectivo, por lo general –y hago énfasis en que hay excepciones– representa una porción (más o menos sesgada) de los intereses de algunas personas victimizadas. Por un lado, es imposible representar a las víctimas de manera universal; por otro, lo que un grupo de víctimas quiere o necesita no suele ser ni cristalino ni estable en el tiempo.
El estado de las personas que han sido victimizadas en nuestra partida sociedad está lejos de la grandilocuente retórica que políticos, jueces y representantes de grupos de interés privado o colectivo usan para describir sus acciones a favor de “las víctimas”. Probablemente, el punto más importante que puedo plasmar en este espacio es que la acción a favor de las personas que han sido victimizadas debe hacerse en concreto. En vez de tener tantos palabreros que hablan por las personas victimizadas o tantos salvadores de víctimas, valdría la pena aprender a escuchar voces disímiles que claman respuestas y que demandan decisiones políticas fundadas y transparentes a problemas sociales complejos, que les involucran.