Por MICHAEL REED H.
Eventos y situaciones de la más diversa índole producen víctimas: accidentes, intolerancia social, conflictos armados, catástrofes naturales, ineficacia burocrática, represión estatal, mala práctica médica, discriminación de género, y muchas otras. La misma etiqueta es utilizada para nombrar a personas que sobreviven una explosión de una mina antipersonal, una violación sexual, un atropello verbal o un accidente de tránsito: víctima.
Usamos la misma palabra para referirnos a personas que experimentan los efectos de un evento fortuito como a aquellas que experimentan los efectos de un evento intencional. Con la misma expresión nombramos a una persona que sobrevive una colisión causada por un conductor borracho en Dinamarca y a una persona acribillada en su casa en Colombia por ser disidente. El mismo nombre que se usa para identificar a personas masacradas se utiliza para referirse a personas que perdieron sus datos en un ataque cibernético: víctimas, todas ellas.
Víctimas de minas antipersonal, víctimas de conductores borrachos, víctimas de crímenes de Estado, víctimas de la violencia machista, víctimas de discriminación racial, víctimas del terremoto, víctimas del desfalco, víctimas del huracán, víctimas de crímenes de odio, víctimas del sistema de salud, etcétera. No banalizo ningún proceso de victimización; sencillamente noto su abundancia y la expansión de la categoría: víctimas de muchas causas y víctimas de todo tipo.
Los procesos de victimización son personalísimos e íntimos: todas las personas los experimentan de manera distinta. No abordaré el proceso íntimo que configura la victimización en el plano individual.
Exploro la manera como concebimos y nos relacionamos con la victimización como sociedad. Por un lado, tenemos una noción de víctima que es ambigua y que se aplica como sustantivo y como adjetivo. Víctima es una persona, una condición, un estado, una categoría, un rótulo, una identidad, etcétera. Se puede predicar de manera unitaria o extendida, porque algo le pasó a una persona o porque alguien hace parte de un grupo o clase de personas: víctima es un individuo; es un colectivo; es un universo. Víctima es la persona a quien le pasa algo; en algunos casos, también es un familiar o allegado de esa persona.
Es una noción o categoría que es utilizada de manera creciente en el proceso de movilización social, para todo tipo de fines. Desde hace cinco décadas, la creación y la expansión de movimientos sociales y políticos dirigidos por víctimas o que se ponen en marcha para favorecer a las víctimas son evidentes. Grandes y celebradas movilizaciones por víctimas y en nombre de las víctimas y para las víctimas han tenido lugar, algunas globales, otras muy locales.
En las últimas dos décadas, las acciones en nombre de las víctimas han incrementado. La figura de la víctima ideal, un colectivo victimizado o una víctima en particular se pone en juego para lograr algún objetivo. Cabe advertir que las acciones no siempre se lideran para favorecer a las víctimas, aunque se hagan en su nombre. Explotando la carga emocional, la poderosa retórica y el ropaje de actuar en nombre de las víctimas, se organizan delirantes campañas que buscan, a cuestas del sufrimiento humano, conseguir una medida a favor de algún negocio – por ejemplo, la industria del control del delito vive de las víctimas.
A partir de esta reflexión general, exploraré en las próximas columnas una reflexión sobre la identidad política que se deriva de la victimización en nuestro país.