Hace poco, mientras rebuscaba en mis archivos informáticos encontré dos artículos que escribí a mediados de los años 80 sobre la misteriosa “tribu Bonga”. Era mi escéptica forma de discutir ciertos hábitos que, había notado, estaban echando raíces en esa época, hábitos que, creía, nos hacían parecer una sociedad más bien primitiva. Por ejemplo, la proclividad al aplauso.
Escribí que, en tiempos pasados, los bongas habían reservado sus aplausos para dos situaciones: cuando habían gozado de buen desempeño o cuando deseaban honrar a una persona digna. Después llegó la televisión, y con ella luces y señales que indicaban a públicos en estudios cuándo debían empezar a aplaudir. Cuando los espectadores en casa descubrieron la treta, muchos sintieron...