Por razón de nuestro oficio, algunos sabíamos del trabajo en casa. Tanto de sus ventajas como de sus costos. Con la llegada de la pandemia se produjo el retorno masivo de los trabajadores de oficinas a sus hogares, no para descansar sino para llevar a cabo sus labores desde ellos, obligados por las medidas de aislamiento. El desarrollo de las comunicaciones lo permitió y la experiencia, reservada a unos pocos, se generalizó.
Comenzó, desde entonces, una experiencia muy extraña: un experimento natural, como dicen los economistas, en el cual millones de trabajadores armados con sus portátiles, celulares y tabletas, acudieron a reuniones virtuales de trabajo citadas por medio de unas aplicaciones relativamente desconocidas (zoom, teams, entre otras), pero que rápidamente se hicieron populares y cada vez más funcionales. El trabajo comenzó a hacerse en casa, el experimento demostró que eso era posible y marchaba relativamente bien.
Es más, en este momento de levantamiento de restricciones, en el que todavía mayoritariamente el trabajo de oficina se continúa haciendo en casa, muchos trabajadores, no todos, están descubriendo que ese tipo de organización del trabajo les gusta. Sin tener que utilizar el atestado transporte público o asistir a reuniones con los colegas innecesariamente largas y tediosas, su calidad de vida ha mejorado mucho.
Los empleadores también descubrieron que las tareas fluían sin problema y que se cumplían los objetivos. Su resistencia inicial frente al trabajo en casa cedió. Tampoco tienen muchas alternativas, mientras el virus siga circulando y no se encuentre la vacuna, es necesario el aislamiento social y las restantes medidas preventivas para prevenir el contagio. Sin olvidar el riesgo de un rebrote que pueda llevar a nuevos encierros.
En esas condiciones volver a las oficinas no es evidente, y empresas y entidades han optado por conservar el trabajo en casa. El hecho es que el aislamiento forzó muchos procesos para favorecer este último, incluyendo el de educar a los trabajadores, y a los usuarios y clientes para que pudieran acceder con facilidad a este nuevo mundo. También el de dotación e infraestructura para favorecer la modalidad. Teniendo en cuenta lo anterior, en Estados Unidos y Europa grandes empresas, sobre todo informáticas, anunciaron que por ahora no van a volver al trabajo presencial.
La pregunta que muchos nos hacemos es qué tan permanentes son estos cambios de la organización laboral. Hay mucha preocupación por la creatividad para resolver los problemas, que surge de la interacción entre los trabajadores, incluso en la cafetería. Para eso pueden darse soluciones relativamente sencillas, que combinen el trabajo en casa con el presencial, preservando la innovación y la felicidad, al tiempo que se mantiene la llamada cultura corporativa.
La política pública se tendría que adaptar para ese nuevo mundo. Hay que resolver el tema de las extensas y agotadoras jornadas del trabajo en casa. Los riesgos laborales también cambian en esa situación. Así mismo, las dotaciones de los trabajadores en casa son diferentes, porque requieren buen internet y programas apropiados, así como portátiles o computadores y, por supuesto, mucha seguridad informática, así como mejor adecuación del espacio. Solo entonces será totalmente cierto que las labores de oficina, no todas, pueden hacerse en casa, y que esa nueva forma de organización del trabajo, con sus beneficios sociales, llegó para quedarse.