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The New York Times
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Temo por nuestra democracia

Por Jimmy Carter

redaccion@elcolombiano.com.co

Por Jimmy Carter

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Hace un año, una turba violenta guiada por políticos inescrupulosos irrumpió en el Capitolio y casi evita la transferencia democrática del poder. Los cuatro expresidentes condenamos sus acciones y afirmamos la legitimidad de las elecciones de 2020. Luego hubo una breve esperanza de que la insurrección conmocionaría al país al grado de eliminar la polarización que amenaza nuestra democracia.

Un año después, los promotores de la mentira de que las elecciones fueron robadas se han apoderado de un partido político y han avivado la desconfianza en nuestros sistemas electorales. Según el Survey Center on American Life, el 36 % de los estadounidenses está de acuerdo en que “el estilo de vida tradicional está desapareciendo tan rápido que quizá tengamos que usar la fuerza para salvarlo”. The Washington Post informó que cerca del 40 % de los republicanos cree que la acción violenta contra el gobierno es justificable.

Políticos en mi estado natal de Georgia, así como en Texas y Florida, se han aprovechado de la desconfianza que han creado para promulgar leyes que facultan a legislaturas partidistas para intervenir en los procesos electorales. Buscan ganar por cualquier medio y se está persuadiendo a muchos estadounidenses a pensar y actuar de esa manera, lo que amenaza los cimientos de nuestra seguridad y democracia a una velocidad asombrosa. Ahora temo que aquello por lo que hemos luchado tan duro a nivel mundial —el derecho a elecciones libres y justas, sin la influencia de políticos autoritarios— se haya vuelto peligrosamente frágil en casa.

Personalmente me enfrenté a esta amenaza en 1962, cuando un jefe de condado intentó robarme las elecciones para el Senado de Georgia. Al final, un juez anuló los resultados y gané las elecciones generales. A partir de allí, la protección y el avance de la democracia se convirtieron en una prioridad para mí.

Tras salir de la Casa Blanca y fundar el Centro Carter, dirigí decenas de misiones de observación en África, América Latina y Asia. En cada elección, nos conmovieron el valor y el compromiso de miles de ciudadanos que caminaban kilómetros y esperaban en fila desde el anochecer para emitir sus primeros votos en unas elecciones libres, renovar la esperanza en su futuro y el de sus naciones y avanzar hacia el autogobierno. Pero también he visto cómo nuevos sistemas democráticos —y a veces incluso algunos establecidos— pueden caer en manos de juntas militares o déspotas hambrientos de poder. Sudán y Birmania son dos ejemplos recientes.

Para que la democracia estadounidense perdure, debemos exigir que nuestros líderes y candidatos defiendan los ideales de libertad y se adhieran a los más altos estándares de conducta.

Primero, si bien los ciudadanos pueden tener desacuerdos sobre políticas, deben estar de acuerdo en los principios constitucionales fundamentales y las normas de respeto por el Estado de Derecho. Los ciudadanos deben poder participar con facilidad en procesos electorales transparentes, seguros y protegidos. Las denuncias de irregularidades electorales deben presentarse de buena fe a los tribunales y los involucrados tienen que aceptar las resoluciones.

Segundo, debemos impulsar reformas que garanticen la seguridad y la accesibilidad en las elecciones, así como la confianza pública en la veracidad de los resultados. Las falsas afirmaciones de votaciones ilegales y el exceso de auditorías sin sentido solo socavan los ideales democráticos.

Tercero, debemos resistir la polarización que está dando nueva forma a nuestra identidad en torno a la política. Necesitamos enfocarnos en algunas verdades fundamentales: todos somos humanos, todos somos estadounidenses y todos queremos que prosperen nuestras comunidades y nuestro país.

Cuarto, tenemos que actuar con urgencia para aprobar o fortalecer leyes que reviertan tendencias como la difamación, la intimidación y la presencia de milicias armadas en eventos. Debemos proteger a los funcionarios electorales de las amenazas a su seguridad. Las fuerzas del orden deben tener el poder para abordar estos problemas y participar en un esfuerzo nacional para aceptar el pasado y el presente de la injusticia racial.

Por último, debemos resolver el problema de la propagación de desinformación, en especial en las redes sociales. Hay que reformar esas plataformas y acostumbrarnos a buscar información veraz. Las empresas estadounidenses y las comunidades religiosas tienen que fomentar el respeto por las normas democráticas, la participación en las elecciones y las iniciativas para contrarrestar la desinformación.

Actualmente, nuestra nación se tambalea en el borde de un abismo cada vez más grande. Sin una acción inmediata, corremos un verdadero riesgo de entrar en un conflicto civil y perder nuestra preciada democracia. Los estadounidenses debemos dejar de lado las diferencias y trabajar juntos antes de que sea demasiado tarde.

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