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Tasajera, el fuego de nuestras miserias

Por Carlos Alberto Giraldo M.

carlosgi@elcolombiano.com.co

Las llagas de los cuerpos, envueltos por la gasolina y las llamas, son las de este país. Insanables. Profundas. Estamos rociados por una especie de vergüenza eterna. De bandidaje, de ignorancia, de tropelías, de corrupción, de saqueos, de hambre. Tasajera es una vara de la que ahora no cuelga el recuerdo de los filetes del pescado de la Ciénaga Grande, sino de la que penden los gritos de gente ardiendo. Pálida, despellejada por el fuego de nuestras miserias.

Una horda que a los quince minutos de haber resbalado las llantas del cisterna, en el ángulo del pavimento, ya ha rodeado la caneca gigante de combustible que lleva al lomo el camión que conduce Manuel Castaño.

Tasajera: otra tragedia flameada por la falta de energía, de alcantarillas, de agua potable, de trabajo, de higiene, de aulas y maestros. El fuego que desnuda nuestras lacras, nuestro desprecio por los seres humanos y la naturaleza: un corredor desecado por una vía mal trazada y por colonos que arriba, en la Sierra Nevada, arrasaron el bosque y tapizaron todo con pastos y boñiga los últimos 50 años.

Tasajera: un montón de ranchos de madera picados por el salitre, los mosquitos y el olvido. En medio de tanta pobreza solo pueden cultivarse los peores instintos, los más bajos, los más salvajes. Sálvese quien pueda. Tomar lo que quede expuesto, lo que sea de nadie que no viva en aquella nada, en ese solar apestado por el desgobierno.

Los gritos, la muchedumbre intentando apagar los cuerpos de los suyos que se calcinan bajo el sol del Caribe. Una treintena de espectros consumidos por las llamas a orilla del pavimento que reverbera: la luz rebotada en la alfombra negra que se ve desde los carros. Paisaje alucinante de entrada a otro pasaje del infierno que queda en Tasajera, Colombia.

Ni los miles de litros de agua de la Ciénaga pueden apagar tantas necesidades, tampoco este incendio nacido en la chispa de una varilla que asalta la caja metálica de una batería. La impotencia de ver a estos pescadores con sus cueros blancos, sus labios encogidos y sus uñas tostadas por las llamas. Ahhh, qué doloroso retrato de las miserias que arden en el alma de la patria.

En esta esquina bárbara del continente aún se acumulan décadas de penurias y orfandad. Se agolpan filas de gente desfigurada por las brasas en que hierve tanta frustración. Tasajera, con la piel calcinada. Maloliente por el agua estancada y ahora por torsos requemados. Hoguera que alumbra recuerdos de tantos pesares. De gente que, cansada de esperar una chispa de esperanza, se lanza a tropezar con el fuego y con la muerte.

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