En los últimos 5 años, la remoción o eliminación de dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera (CDR por sus siglas en inglés) ha pasado de ser un concepto poco conocido fuera de círculos científicos a ser un elemento crítico para lograr las metas de acción climática que se han trazado los países signatarios del Acuerdo de París, así como para las iniciativas de mitigación adelantadas por el sector privado. El reconocimiento de la importancia que tienen estas tecnologías, las cuales buscan replicar lo que hacen los sumideros naturales de carbono como los bosques y el océano, ha sido impulsado por el consenso científico de que sin avances en esta materia no será posible limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 grados centígrados. Así quedó consignado en el reporte de 2018 del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el grupo de científicos congregado por las Naciones Unidas para evaluar la ciencia global relacionada con el cambio climático, y fue nuevamente destacado en el sexto informe de evaluación publicado por el Panel el mes pasado. Sin embargo, es importante resaltar que la eliminación de CO2 de la atmósfera no puede ser un sustituto de políticas y tecnologías para la reducción de emisiones como las energías renovables, el transporte y aplicaciones industriales bajas en carbono, la electrificación de la economía y la eficiencia energética, las cuales deben ser prioritarias en la gestión de mitigación climática a nivel global.
Hasta hace poco, la única tecnología que tenía una proyección importante para la remoción de dióxido de carbono era la captura directa del aire, un proceso que usa reacciones químicas para extraer el CO2 de la atmósfera. Sin embargo, hoy existen otras soluciones basadas en la naturaleza que, con las políticas públicas y los incentivos para la inversión privada apropiados, podrían acelerar su desarrollo y contribuir a la lucha contra el cambio climático. La eliminación de CO2 a base de biomasa, por ejemplo, convierte material orgánico sobrante de cultivos industriales en “bioaceite” con alto contenido de carbono, el cual se puede inyectar en el suelo. Un segundo proceso implica mejorar la alcalinidad de los océanos mezclando la arena con rocas que reaccionan al contacto con CO2, logrando que la acción de las olas acelere las reacciones químicas que atrapan el carbono. Otra opción es cultivar algas marinas para absorber CO2 y posteriormente hundirlas en el fondo del océano. Una última solución consiste en modificar genéticamente y reproducir especies de plantas que absorben y secuestran el CO2 en el suelo. Por ejemplo, es posible desarrollar árboles con mayor capacidad de fotosíntesis para que crezcan más rápido y absorban más CO2 de la atmósfera. Adicionalmente, la madera de estos árboles se puede usar en materiales de construcción, almacenando así de manera permanente el carbono secuestrado. Aunque es poco conocido, hoy ya hay varias empresas desarrollando y probando estas soluciones. Su éxito comercial dependerá de qué tanto apoyo público y privado reciban durante el proceso de investigación y desarrollo, y cómo se valoren financieramente los servicios ecosistémicos y climáticos que estas aplicaciones le ofrecen al planeta.
*Miembro Distinguido Visitante del Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia en Nueva York.