Estación Voto, a la que llegan promesas de un mundo distinto o contrario al que vivimos, pasados en blancos y negros (cada uno con sus bemoles), experiencias políticas y de gobierno (y también inexperiencias), ganas de pertenecer a un cuerpo colegiado para hacer propuestas nuevas o reforzar las viejas y gente que no ha dicho ni hecho nada y entra en los procesos de votación para ver qué pasa (quizá un milagro non sancto), sin que falten los que repitan el intento sin alcanzar a dar el paso. Y en esa misma fila van los votantes, cada uno con sus decisiones: unas, de la fidelidad a un partido o a un candidato; otras, buscando dar una opinión política; algunos, pensando en votar en blanco porque no encontraron candidato afín a sus ideas, pero cumplen con el hecho democrático de aceptar la voluntad general o de tener tema para discutir sin que los puedan acusar de nada. Y, claro, también están los anarquistas, que no votan, pero hacen fuerza viendo los resultados de la votación. A este mundo vinimos a sufrir, dicen las señoras.
El ciudadano, sostienen los postulados de la Revolución Francesa, es aquel que paga impuestos, se ha educado para tener un oficio y ser útil a la sociedad y, en esta condición (creador de comunidad de intercambios), tiene derecho a elegir a los mejores para ser representado por ellos o a ser elegido si sus propuestas apuntan al bien general. Y el medio para que el ciudadano elija o le permitan cumplir sus promesas es el voto libre, que, como acción (votar), le permite dar una opinión política íntima y sin coacciones de ninguna clase. En el voto está su conciencia, su idea de futuro y el sostén del sistema (para nosotros, la democracia) que legitime sus derechos a la vida digna, la propiedad privada y la libertad.
Votar, entonces, no es meter un papel marcado en una urna, sino un acto de conciencia ciudadana con el que se convoca el crecimiento de las personas (ser más humanas) y el desarrollo del país y sus instituciones. Horacio, el poeta latino, en su Carta a los Pisones, hablando de voto y a quién se lo doy, decía: el mejor es quien mezcla lo útil con lo agradable y así, agradando, enseña (traducción de Alveiro Valencia, profesor de latín). Y es interesante lo de Horacio, pues, para ser elegido, el candidato debe ser un modelo ciudadano y el votante, un modelo social. Si esto sucede, la democracia nos hace mejores y, en consecuencia, todo crece con base en el bienestar general.
Acotación: salir a votar es encontrarse con la ciudadanía y, en este encuentro, nos vemos como personas que buscan el mayor bien. Y en este punto, que es un pacto, creamos país y convivencia. No se vota, entonces, por emociones, sino por razones