Somos seres visuales. Hay imágenes que para bien o para mal nos marcan, que vuelven una y mil veces o que se agazapan en lo más profundo del cerebro y de pronto irrumpen en el momento menos esperado. Por eso deberíamos ser selectivos y, en la medida de lo posible, escoger con cuidado lo que vemos. Pero hay instantes que golpean la retina por sorpresa y que no se pueden evadir. En estos días hubo dos especialmente conmovedores que vienen de muy lejos. El primero de Sudán del Sur y el segundo de Turquía.
Durante la gira del papa Francisco por el país africano se logró capturar en una foto el instante en que un niño sudanés, parado detrás de una reja, estira su mano y consigue entregarle un billete al Pontífice. Ese niño, del país más pobre del mundo, le dio una limosna al papa. Para nosotros equivale a unos pocos centavos, para él, es todo lo que tiene.
La otra imagen surgió en una de las ciudades turcas más afectadas por el terremoto ocurrido el lunes pasado. En medio de las ruinas y los cascotes de lo que fue un edificio, como un punto abandonado en el centro de la destrucción, un hombre con la mirada perdida tiene una de sus manos aferrada a otra que asoma bajo los escombros. Es la de su hija de 15 años ya muerta que él no quiere soltar hasta que lleguen los equipos de rescate a sacar su cuerpo.
Las dos fotografías cuentan historias no escritas con un poder que las palabras no alcanzan a tener. Todo el dramatismo y la fuerza del momento se sintetizan en esos clics. En la mirada del fotoperiodista que instintivamente oprime el obturador de su cámara y consigue generar un vínculo emocional entre nosotros, los observadores en la distancia, y los protagonistas de ese instante. La capacidad de síntesis que tiene una imagen es difícil de alcanzar por otro medio.
En 1880 se publicó por primera vez una fotografía en un periódico. Hasta ese entonces, la información se producía a través de textos extensos que cubrían todo el espacio de las páginas. 100 años después, en 1980, Roland Barthes, famoso pensador francés muy estudiado en el mundo de la comunicación, publicó un ensayo titulado La cámara lúcida. En él habla del punctum, que es aquello que llama la atención en una imagen, la punzada, algo que no se busca, que no es premeditado, aquello que el fotógrafo no vio en el momento de tomar la foto, pero que genera fascinación y provoca una respuesta en el espectador.
Ese punctum está en las dos fotos publicadas en medios de todo el mundo. Esas manos que se tocan, que hablan de entrega, de generosidad, de esperanza, resignación y vacío son como un golpe en la cara, logran afectarnos y se convierten en parte de ese banco de imágenes que todos tenemos. Esas manos tendidas logran sintetizar un cúmulo de emociones dentro de nosotros, meros observadores de lo que ocurre en la distancia.