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Parecía una película de terror o una serie de Netflix: un hombre sin camisa, con su pecho lleno de tatuajes, su cabeza cubierta con un casco de cuero con cuernos de bisonte, recorriendo los pasillos del Capitolio y llevando en una mano una bandera estadounidense izada en una lanza y, en la otra, un megáfono, su rostro tatuado con barras y estrellas azules y rojas...
Como él, desfilaban cientos de hombres enfurecidos que llevaban gorras de camuflaje, chalecos antibalas y escudos, seguidos por gente disfrazada con pelucas imitando al oso de la película “El terror no espera la noche” o a los monstruos de “La guerra de las galaxias”. Al fondo, banderas del Ku Klux Klan y de los estados confederados del Sur ―que perdieron la guerra civil y eran partidarios de mantener la esclavitud.
También se veían invadiendo las escaleras y los pasillos del edificio campesinos sureños de barbas y bigotes largos, chalecos de caza y gorras rojas con las iniciales del lema de Trump “Hagamos a América grande de nuevo”. Neonazis con la cruz esvástica. Hordas de supremacistas blancos portando horcas de las que se usaban para colgar negros. Vándalos enfurecidos armados con murciélagos de acero, escudos y aerosoles químicos, rompiendo vidrios y destruyendo con garrotes las puertas de la oficina de la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi.
Estas fueron algunas de las escenas de espanto que vieron millones de televidentes en los canales que transmitían la sesión del Congreso de Estados Unidos para ratificar los resultados de las elecciones presidenciales. Esta fue suspendida por la toma violenta del edificio por parte de miles de manifestantes, muchos de ellos disfrazados como héroes de comics. En la película no faltaron sino Batman y Superman que, igual que la Guardia Nacional, no llegaron a tiempo a “salvar a los buenos”.
El asalto parecía un acto demencial espontáneo de la multitud. Los dirigentes demócratas piensan que no. Todo empezó el pasado 19 de diciembre con un mensaje de Donald Trump publicado en Twitter en el que, con su inconfundible estilo pendenciero, invitó a sus seguidores a una marcha de protesta contra los resultados de las elecciones presidenciales. El mensaje decía: "Gran protesta en Washington DC el 6 de enero... ¡Será salvaje!".
La masiva movilización y el desfile fueron organizados por milicias blancas supremacistas como Proud Boys y QAnon, grupos neonazis, grupos paramilitares ultraderechistas como Angry Vikings ―Vikingos furiosos―, organizaciones que apoyan la venta libre de armas y militantes republicanos sureños allegados a Trump.
De todos los símbolos exhibidos en esta película de horror, el que más despertó mi curiosidad fue un conejo blanco. El conejo y la Q son el emblema de QAnon, un grupo que sostiene que el presidente Trump es atacado porque libra una guerra secreta contra pedófilos demócratas de la élite empresarial y dueños de medios de comunicación que adoran a Satanás, son caníbales y sacrifican niños en sus rituales. El hombre de los cuernos es uno de sus líderes.
El conejo hace referencia a una frase del libro Alicia en el país de las maravillas (“Sigue al conejo blanco”). Antes del asalto, esta fue una especie de código secreto para sus miembros. Uno de ellos es un camionero que habló con un reportero del New York Times. "Ha habido mucha gente hablando de la llegada de este día y esperándolo”, dijo. Luego recordó unas palabras de Thomas Jefferson: "El árbol de la libertad debe ser refrescado de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos".
Las palabras de Trump se cumplieron: la marcha de protesta fue salvaje. “Estas tragedias nos recuerdan que las palabras importan y que el poder de la vida y la muerte reside en la lengua”, dijo el capellán del Congreso, al amanecer, en una plegaria
