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Los odios son tan viejos como las guerras, y las guerras, tan viejas como los hombres. La guerra de la Rusia de hoy contra Ucrania es tan vieja como otras que han librado antes el Imperio de los zares y la Rusia de Stalin. Tan vieja como la guerra de Afganistán. Tan vieja como las guerras de Putin contra los pueblos que hacían parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, creada por Lenin y los bolcheviques.
La lista de derrotas del imperio ruso en los últimos años es larga. Una de ellas fue la segunda guerra chechena. Esta empezó en 1999, tras la invasión del vecino Daguestán por parte de Chechenia y guerrilleros de la Brigada Internacional Islamista. Tanto los chechenos como los guerrilleros islámicos fueron culpados por Putin por una serie de atentados que causaron cientos de muertes. El ejército ruso entró en Chechenia, pero antes tuvo que borrar del mapa a Grozny, la capital. La campaña terminó con la independencia de la República Chechena de Ichkeria. Hoy son pocos los rusos que se sienten seguros viviendo en Chechenia. Putin tuvo que poner una brigada de “carniceros” de su ejército para seguir controlando ese país.
Las guerra son tan antiguas que en sus ejércitos han combatido guerreros musulmanes y soldados rusos tan ilustres como el conde León Tolstoi.
Tolstoi era un joven oficial del ejército zarista cuando pisó tierras del Cáucaso en 1851. Su regimiento fue enviado a sofocar la segunda rebelión chechena, que estalló en 1818. Las tropas rusas invadieron el Cáucaso por orden del zar. Después de combatir en batallas inútiles durante dos años, Tolstoi dio un vuelco inesperado y pasó de ser un enemigo de la resistencia chechena a convertirse en su admirador. Renunció a su carrera militar, se volvió escritor y luego se convirtió en líder pacifista. Las guerras las ganan los pueblos, no los ejércitos, escribió en su libro Guerra y paz.
Cuando Tolstoi recordaba esa época de su vida, ya estaba viejo. La novela Hadjí Murat solo fue publicada en 1912, después de su muerte. Los censores de la Corte imperial ordenaron suprimir varios capítulos por considerar que ofendían la memoria del zar Nicolás I.
Tolstoi evoca un día de verano en que iba por el campo y descubrió una bellísima flor de cardo tártaro. Sus manos se hirieron con las espinas mientras trataba de arrancar el cardo de la tierra. Cuando por fin lo logró, el tallo estaba destrozado y la flor ya estaba marchita.
“Sentí haber destruido inútilmente una flor que había sido bella mientras estaba en la planta”, dice. “¡Qué cara vendió su vida! ¡Cuánto luchó para defenderla!”. Entristecido, siguió su camino. Más adelante halló otro cardo, esta vez destrozado por las ruedas de una carreta con soldados. Pero en medio de las hojas y las flores tronchadas, un tallo continuaba en pie, sin dejarse vencer por las pisadas de los soldados. El cardo trajo a su memoria la figura del héroe de la rebelión chechena, Hadjí Murat, quien murió decapitado a sablazos durante un combate cuerpo a cuerpo con soldados rusos. A él dedicó Tolstoi su historia. En sus páginas dice: “Lo que los rebeldes del Cáucaso sienten por los rusos no es odio. Es algo que va mucho más allá”. Aunque los soldados rusos salieron victoriosos, hoy el Cáucaso es un hervidero de conflictos.
Lo mismo que pasó en Chechenia ha sucedido en las demás guerras del imperio ruso después de la Revolución de Octubre. El Ejército Rojo salió derrotado de Afganistán y sus triunfos en Chechenia y Osetia son considerados pírricos. Hoy ese mismo ejército ha encontrado una fuerte resistencia en Ucrania.
Nadie gana una guerra. En la guerra todos perdemos
