Antes, la oligarquía temía que los pobres llegaran al gobierno. Porque los sabían ignorantes, sin estudios y tenían que evitar que, una vez en el poder, esos pobres “no supieran” gobernar o cobraran venganza por abusos y alevosías padecidos; o simplemente temían perder los beneficios, ventajas y lucros de su gobierno con privilegios que por años les permitió enriquecerse y con algunas migajas engolosinar a los otros, cada vez que intentaban reclamar cuidados, ayudas o derechos.
Ahora tienen pánico.
Porque ya los pobres no son ignorantes y tienen estudios. Y cuando estén en el poder y enderecen años torcidos de abuso y corrupción, es probable que los ricos pierdan sus privilegios. Por eso están desesperados.
Es un enfrentamiento entre ricos y pobres. Los unos por no perder sus privilegios; los otros, por ganarlos. El miedo de los ricos es porque el odio y la sed de venganza pudieran estar a la vuelta de la esquina.
Pero no tengan pánico: ese ya no es el problema. Porque ahora pobres y ricos están solo tras un objetivo: el dinero y su poder. El dinero fácil y rápido que se consigue a raudales con la ilegalidad y la corrupción y han convertido a este pobre país en un campo de batalla: por los recursos naturales: que depredan para sí los unos ilegalmente y los otros, también, aunque se amparen en leyes y decretos que firman con fachada de legalidad; por los cargos públicos: que usan para saquear el erario público (El Túnel de la Línea costó 500 % más de lo esperado. Los sobrecostos de Hidroituango van en $3,9 billones —viejos estudios habían identificado las fallas geológicas “Mellizos” y “Tocayo”—); por esconder sus fechorías: el retrovisor muestra que a los últimos gobiernos los han acusado de nombrar fiscal, procurador y contralor de bolsillo.
El problema no es que gobiernen los ricos o los pobres, la oligarquía o los de abajo; el problema es que el que lo consiga crea que el poder político es la oportunidad para defender sus privilegios, favorecer a sus camarillas o gobernar para un segmento (mayoritario o minoritario). De esta grave crisis solo saldremos cuando haya un cambio generacional que entienda que lo público no es un asunto de ricos o de pobres, de izquierda o de derecha; sino algo que les permita vivir con dignidad tanto a los unos como a los otros.