Rusia está a tan solo dos horas en coche de la ciudad portuaria polaca de Gdansk. Es el tiempo que se tarda en llegar desde la actual Kaliningrado, el Königsberg de siempre, a la cuna del movimiento Solidaridad, donde se forjó en los ochenta el germen de la independencia polaca del yugo soviético. Se trata de enclaves prusianos al menos desde finales de la Edad Media, cuando la orden de los Caballeros Teutones se vio obligada a salir de Tierra Santa tras la toma de Jerusalén por los sarracenos y se estableció en toda la franja báltica, desde la Pomerania (norte de Alemania y Polonia), Danzig (la actual Gdansk) hasta Estonia. De hecho, Königsberg se levantó en honor del rey Otokkar II de Bohemia, aliado de los teutónicos, con aluviones de colonos germanos después de que la región quedara despoblada tras las cruzadas bálticas. Desde entonces, pasando por la Liga Hanseática y conocida también por su nombre latino como Regimonte, la actual Kaliningrado fue prusiana hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética se la anexiona como Kaliningrado.
Así que solo desde 1945 aquella legua de tierra está ocupada por los rusos, por su importancia estratégica, ya que ofrece acceso directo al mar Báltico sin que los barcos que salen de San Petersburgo tengan que atravesar el estrecho de Finlandia, flanqueado por vecinos hostiles. Es por ello que la Flota del Báltico, la más antigua de la Armada rusa, tiene su sede en la ciudad rebautizada en honor a Mijaíl Kalinin, uno de los fundadores de la URSS, donde encuentra aguas más templadas que evitan los hielos de los puertos rusos de Víborg o la propia San Petersburgo.
Así, pues, Kaliningrado es un anacronismo brutal en el corazón de Europa como prueba el que fue la cuna del idealismo alemán de la mano de Immanuel Kant, nacido precisamente en Königsberg. De hecho, es el único de todos los antiguos territorios de Prusia que no pertenece hoy a la Unión Europea. Fue repoblada por rusos tras la expulsión de los alemanes y desde hace solo setenta y siete años vive en un limbo aislada por tierra del resto de Rusia con el único objetivo de presionar a Europa con la amenaza de instalar misiles nucleares (algo innecesario puesto que su arsenal tiene alcance suficiente para arrasar el Viejo Continente desde su ubicación actual) y mantener a un paso de Berlín buena parte de su ejército.
Siempre es necesario conocer la historia para afrontar el presente. Si Rusia dice sentirse amenazada por la expansión de la Otan a Ucrania y exige que Kiev no se integre en el club militar Atlántico, lo primero que debería hacer a cambio es salir de la ocupada Königsberg para que se integre de forma natural entre Polonia o Lituania o incluso para que conforme, como fue durante siglos, el territorio autónomo de Regimonte, integrado en la Unión Europea. Así se negocia la paz: con un intercambio de cromos, como cuando éramos críos