Las redes y los chats se están llenando de podcasts. Estos son series de archivos de audio que se escuchan sin horario, en el celular o computador. Son la radio portátil e instantánea, en entregas generalmente de media hora. No dependen de ninguna emisora ni se sintonizan en alguna frecuencia tradicional.
La etimología inglesa de su nombre deriva del iPod, aparato reproductor de música de Apple, y de broadcast o radiodifusión. Los podcasts, pues, son la fuga del informe especial de la radio hacia comarcas virtuales. Pero esta descripción tecnológica no da cuenta de la característica esencial de estos contenidos para oídos suntuosos.
Antes de que la proliferación de esta novedad termine por dañarla, es preciso decir que los buenos podcasts son volátiles obras de arte. Su concepción ingeniosa, su guion nervioso y su producción delicada los perfilan como piezas únicas y bien labradas. Nada que ver con los almibarados influenciadores, llenos de plata.
Los créditos donde se nombra a sus ejecutores se acercan a los de las películas, que la mayoría de los espectadores no acierta a leer: dirección, locución, presentación, investigación, salidas a campo, entrevistas, música original. Hacer un podcast supone el talento de un equipo especializado. Voz, música y efectos sonoros son los componentes de este espacio.
Un oyente casual que abre el enlace en uno de los servidores utilizados cree que encontrará un programa tradicional de radio. Poco a poco se sorprende por el habla pausada de una conductora, edición fluida, entrevistas sin el tradicional esquema de pregunta y respuesta.
Entonces entra a una sesión que le recuerda el cine y las novelas eléctricamente estructuradas. Historias sin estridencias, matizadas con descripciones del entorno, omisión de comerciales. Un medio de comunicación pensado para interesar todos los sentidos. Se agradece el respeto, la tranquilidad, el gusto por la conversación inteligente.
La explosión repentina de podcasts en nuestro medio no es ajena al cansancio de los públicos con la algarabía de barras de fútbol en que se han convertido los noticieros electrónicos. La gente necesita bajar los decibeles de la política y de las calamidades. Le da la bienvenida a este nuevo subgénero, entre prensa y arte