Hace ya 29 años que llegaron a mi casa los lugartenientes de Pablo Escobar para secuestrarme. Fueron unos cinco minutos de una verdadera batalla entre los emisarios de Pablo Escobar y nosotros, un hijo mío y yo. Unos seis años después, en una visita a la cárcel de La Catedral como gobernador de Antioquia, se me acercó alias el Mugre y me dijo que sabía del daño que me había hecho a mí, a mi familia y a la comunidad, que había pensado mucho, que estaba arrepentido y me pedía que lo perdonara. Le contesté que no se preocupara que lo perdonaba. Rato después se me arrimó otro narcotraficante, alias el Arete, y más o menos me dijo lo mismo y en igual forma, lo perdoné.
Hasta allí llega el perdón. Si me hubieran pedido que los empleara cuidando y educando...