“¡Vuelva a bordo, coño!”, ese fue el célebre grito de indignación que hace justo 10 años profirió el comandante Gregorio de Falco, encargado en ese entonces de la Capitanía del puerto de Livorno, a Francesco Schettino, el capitán que no supo serlo. Tras una maniobra imprudente frente a la isla de Giglio, Schettino hundió su barco y luego huyó. 4.229 pasajeros de 70 países quedaron abandonados a su suerte en el Costa Concordia mientras él contemplaba desde tierra la escena. 32 personas murieron por su cobardía.
La historia está llena de cobardes. Todos podemos llegar a serlo, o lo hemos sido, en algún momento de la vida. El escritor José Saramago hablaba de las pequeñas cobardías de lo cotidiano que constituyen una especia de ceguera mental, que consiste en “estar en el mundo y no ver el mundo” o solo ver aquello que en cada momento puede ser susceptible de servir a nuestros intereses. De eso hemos visto mucho en las últimas semanas...
Y luego están esas cobardías secretas e inconfesables. Lo que no nos atrevimos a decir, aquello que no queremos reconocer, el apoyo que no supimos dar en un momento determinado, el gesto de afecto contenido para no parecer vulnerables, el pensamiento que apartamos rápidamente para no enfrentarnos a él o el no querer sentir para no sufrir. Todas ellas actitudes cobardes con las que lidiamos en la intimidad.
Así que la cobardía abunda, aunque no siempre tenga consecuencias tan nefastas como la generada por Francesco Schettino. Esa que le hizo mentir a las autoridades portuarias durante minutos valiosos que habrían salvado vidas. La misma que lo llevó a montar una pantomima desde el bote en el que huía mientras aseguraba que estaba dirigiendo las operaciones de rescate. Esa que lo mantuvo inmóvil en la isla sin atreverse a regresar al barco como era su deber.
Y aunque no lo diga la ley, son esos actos cobardes los que lo tienen en prisión desde hace cinco años tras ser sentenciado a dieciséis años de condena. Sigue sin reconocer su falta y ha declarado que él mismo es un náufrago. Está estudiando derecho y periodismo en la cárcel porque cree ser víctima de estas dos actividades.
Gregorio de Falco, quien lideró el rescate y se convirtió en la contracara del cobarde, ha dicho en estos días a raíz del aniversario de la tragedia que si Schettino hubiera regresado al barco, habría podido salvarse a sí mismo. A juzgar por los comentarios que ha hecho este último, la salvación no está tan clara. Porque si uno no tiene el valor de reconocer su propia cobardía, dificilmente alcanzará la redención