En un libro reciente (Fedesarrollo 2021, Descifrar el futuro), el centro de pensamiento hace un ejercicio de prospectiva para ofrecer “una mirada al futuro de Colombia”. Una reflexión muy oportuna en este momento tan difícil que atraviesa nuestro país. De otra parte, la pandemia afectó la producción y difusión del libro, y tuvo consecuencias en su contenido.
En particular, el trabajo de Fernández y Mejía (“Rigideces del mercado laboral en Colombia: tendencias, perspectivas y recomendaciones”) ahonda en los efectos negativos de la covid-19 sobre el empleo. El análisis del mercado laboral colombiano que se presenta en esa investigación se divide en un antes y un después del choque. Este exhibió “los problemas estructurales del mercado laboral, relacionados con altas y persistentes tasas de desempleo y de informalidad laboral”.
En los grandes números, la cuarentena de abril-octubre de 2020 provocó que se perdieran 3,5 millones de empleos y la tasa de desempleo se disparó (21,4 % en mayo). Al tiempo, con el aumento en la tasa de desempleo, aumentaron los inactivos (de 37 a 42 %), aquellos trabajadores que no estaban buscando trabajo. Para resaltar que la reactivación de la economía ha sido lenta y accidentada y diez meses después de abrir la economía, el paro sigue siendo de dos dígitos (14,4 % en mayo).
Hay varios hallazgos bien interesantes para entender la difusión del choque en el mercado laboral. Uno de ellos es que el sector independiente pudo ajustar mejor su ingreso y horas trabajadas a la nueva situación económica que el sector asalariado. De otra parte, la crisis afectó todos los sectores y ocupaciones productivas, pero a algunos paneles de la actividad les fue peor porque reabrieron más tarde o porque su producción no se podía hacer de forma remota.
La crisis también hizo que se exacerbaran las diferencias estructurales en las condiciones laborales y de acceso que en mercado laboral tienen la edad, el género y el nivel educativo. Lo que significa que les fue peor a los jóvenes, se dio un deterioro relativamente mayor de la situación laboral de las mujeres y los colombianos con poca educación sufrieron de frente la crisis. Como si fuera poco, la covid-19 modificó las grandes tendencias de largo plazo que estaban afectando el mercado laboral: la migración de venezolanos se detuvo y la tímida automatización se reforzó, así como la economía GIG (esporádica o de pequeños encargos).
Faltó profundizar en la forma como el sector informal fue afectado por la crisis, uno de los rasgos estructurales que los autores señalan. En crisis anteriores el sector informal actuó como un amortiguador, como un reservorio de trabajadores que habían perdido su trabajo. Así mismo, no se exploró la relación con la persistencia del desempleo que esto ha tenido.
Por último, hay que señalar que la investigación es mucho más de lo que se destaca acá, pues hace un detallado análisis de los problemas estructurales del mercado laboral colombiano, con una comparación internacional de este y su evolución en la pandemia. Al final, se hacen recomendaciones de política, una de las principales es que la crisis de la covid-19 crea la oportunidad y la necesidad de hacer las reformas estructurales en el mercado laboral. Sin estas, no se llegará a la anhelada tasa de desempleo de un digito