Íbamos en que Piketty construye su obra Capital e Ideología alrededor de una idea sencilla: la génesis de las desigualdades -estas pueden ser económicas (ingreso y patrimonio), sociales (por ejemplo, educativas) o políticas (acceso al proceso de decisión colectiva)-. Las desigualdades son el fruto de procesos de construcción social y político. La ideología al través del tiempo ha justificado las formas de desigualdad propias de los diferentes regímenes desigualitarios.
Con dos de estos últimos regímenes (la sociedad ternaria y la sociedad propietaria), Piketty hace un mosaico con sus diferentes combinaciones y desarrollos para hacer un estudio de casos. Es así como examina las sociedades propietarias basadas en una promesa de estabilidad social y de emancipación individual a través del derecho de propiedad que florecieron en Europa (Francia, Suecia, Irlanda, Reino Unido). El resultado final es la aparición de una sociedad que “sacralizó” la propiedad privada.
Así mismo, las sociedades esclavistas son el régimen desigualitario más extremo. Su existencia es anterior al colonialismo europeo, pero este lo adoptó en muchas de sus colonias hasta su abolición a mediados del siglo XIX. Piketty se ocupa de sociedades tradicionales en la India prebritánica y británica, China antes del siglo XX y el Irán chiita, para mostrar los conflictos entre sistemas cuaternarios (diferentes a las ternarias europeas porque la propiedad recae en nobleza y clero) y las sociedades propietarias europeas colonizadoras.
El capitalismo, en este esquema de pensamiento, es una consecuencia del “propietarismo”, que originalmente legitimaba las formas tradicionales de tenencia de la propiedad, sobre todo de la propiedad de tierra. Las sociedades “propietaristas”, que parecían prósperas e inquebrantables en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, se derrumbaron entre 1914 y 1945. Las sociedades nominalmente capitalistas se convirtieron en socialdemócratas entre 1950-1980. Esas sociedades nacionalizaron, crearon sistemas públicos de educación y pensiones e impuestos progresivos sobre las rentas y patrimonios más elevados. Sin embargo, las sociedades socialdemócratas entraron en crisis a partir de las décadas de 1980 y 1990, porque no pudieron afrontar las crecientes desigualdades.
Tampoco les fue bien a las sociedades comunistas y poscomunistas en la lucha contra el “propietarismo”. Lo que sucedió fue que al final este último se fortaleció. El fracaso de la Unión Soviética contribuyó al resurgimiento del liberalismo. El poder comunista fue incapaz de concebir formas de organización económica y social distintas a la propiedad estatal hipercentralizada.
China sacó partido del fracaso de la URSS y de sus propios errores. Se privatizó gradualmente la propiedad y se convirtió en una estructura de economía mixta. Piketty se arriesga con los datos . El problema es que el centralismo y la opacidad de la información no permiten entender bien el tratamiento de las desigualdades en China.
Después del erudito periplo Piketty concluye (p.1227): “estoy convencido de que es posible superar el capitalismo y la propiedad privada y construir una sociedad justa basada en el socialismo participativo y en el federalismo social”. Una toma de posición que se explica, en las últimas páginas, con una reflexión sobre el papel cívico y político de las ciencias sociales. El libro es un manifiesto, cumple un propósito político explícito. Esa molesta militancia de Piketty no debería disminuir la importancia de su trabajo como historiador económico